Chile, una larga y angosta tierra de espías

Para entender la actuación de la Central Intelligence Agency (CIA) en Chile, especialmente entre 1970 y 1973, hay que remontarse mucho antes, a la época de la Segunda Guerra Mundial, donde –por increíble que parezca hoy- nuestro país fue un teatro de sombras en el cual las tres mayores potencias de aquel entonces –la Unión Soviética, Alemania y Estados Unidos- se enfrentaron de distintos modos, principalmente en el campo de la inteligencia.

En efecto, respecto de la desaparecida URSS, hay documentos norteamericanos (la colección de cables llamada “Venona”) que demuestran que la NKGB soviética operó una fuerte red de espionaje en América Latina, en la cual varios chilenos tuvieron un papel muy destacado. Una de las células, de hecho, tenía su base en Santiago y como uno de los cabecillas de esta figuraba el diplomático Cristián Casanova Subercaseaux, más conocido por los rusos por su seudónimo de “Karlos”.

Incluso hay un cable en que se detallaba un intento por captar como agente de inteligencia soviético al entonces cónsul chileno en México, el poeta Pablo Neruda, aunque no sabemos si resultó (todo indica que no).

Mientras eso sucedía, el nazismo instalaba en todo el país (y en toda América Latina) eficientes sistemas de espionaje, dependientes del Abwehr, el órgano de recolección de información militar germano, dirigido entonces por el almirante Wilhelm Canaris, quien había estado prisionero en la Isla Quiriquina, durante la  Primera Guerra Mundial.

Dos grandes grupos de inteligencia nazi, dirigidos desde Hamburgo, de hecho, fueron desarticulados por la primera unidad de inteligencia que tuvo la Policía de Investigaciones, el “Departamento 50”, que también desmanteló una red de sabotaje nazi. Estados Unidos también estuvo muy preocupado de la inteligencia nazi (así como la japonesa, con mucha presencia en Valparaíso y Antofagasta), a través de su Special Intelligence Service (SIS), una unidad especial creada al interior del FBI para combatir al nazismo en el continente y que en sus momentos peak llegó a desplegar 46 agentes en Chile, varios de los cuales las fungían como vicecónsules en diversas ciudades. Además de los nazis, el FBI en Chile se preocupaba también de otros agentes, principalmente del servicio secreto japonés, que tenía una enorme cantidad de recursos y que operaba entre Santiago y Japón, así como de los aparatajes de inteligencia del franquismo y del fascismo, que también fueron muy activos en Chile en los años ’40, aunque de los japoneses existen antecedentes en orden a que ya estaban trabajando en Santiago al menos desde 1919.

Por esos antecedentes y muchos otros motivos, apenas se creó la CIA en 1947 se instaló una estación (oficina) de esta en Santiago, teniendo como telón la guerra fría que estaba comenzando a estallar y otro motivo muy poderoso: las tres mayores compañías que había en Chile en aquellos años eran de capitales norteamericanos. Se trataba de la ITT (International Telephone and Telegraph Company), junto a las dos grandes mineras de la época: Kennecott y Anaconda; hoy en día, El Teniente y Chuquicamata, respectivamente.

Curiosamente, de acuerdo con la documentación desclasificada por EEUU, la KGB recién instaló una estación propia en Santiago en 1969; es decir, ad portas de la elección de Allende. No obstante, ello no significa que no trabajara acá desde antes. De hecho, ya en los años ’40 existen antecedentes de agentes de la KGB operando desde Santiago, en un sistema de espionaje conocido como “Venona”, varios de cuyos partícipes estuvieron implicados en el primer intento de homicidio en contra de León Trotsky, en México, pero no fueron las únicas agencias de inteligencia sobre el tablero.

En la época de Allende hubo una importante presencia en Chile del HVA, el aparato exterior de la inteligencia de la Alemania Oriental (la Stasi), que incluso siguió operando después del 11 de septiembre de 1973. Fueron agentes del HVA quienes, dirigidos por el legendario espía Paul Ruschin, sacaron a Carlos Altamirano de Chile, oculto en un automóvil, por ejemplo. Todos ellos eran dirigidos desde Alemania por el mítico jefe del HVA, Markus Wolf.

Por cierto, los alemanes siempre han tenido un fuerte interés en Chile, no sólo desde el lado de los nazis y los alemanes orientales. El BND, el servicio de inteligencia de Alemania Federal, operó muchos años en Chile, donde incluso –como lo muestran documentos desclasificados el 2011- captaron como agente al criminal de guerra Walther Rauff, con el fin de enviarlo a espiar a Cuba, país al que no pudo entrar.

No obstante, la mayor presencia de inteligencia foránea en los mil días de la UP fue de los servicios secretos cubanos, que llegaron a tener 54 agentes operando en el país, entre ellos Luis Fernández Oña, marido de Tati Allende, la hija predilecta de Salvador Allende, quien se desempeñaba oficialmente como ministro consejero de la embajada cubana.

De los soviéticos, sin embargo, no es mucho lo que sabemos, aunque por cierto –al igual que la CIA- nunca han dejado de operar en Chile. Hace un par de años, luego de que en Estados Unidos se detuviera a 10 personas que formaban parte de un sistema de espionaje ruso, se supo que desde Santiago había escapado un espía de ese país que llevaba años viviendo acá, asimilándose a la cultura y aprendiendo el idioma, con el fin de actuar cuando fuere necesario.

Regresando al periodo 1970-1973, datos muchos más fragmentarios revelan también, en la misma época, una importante presencia en Chile de los servicios secretos brasileños, franceses, sudafricanos y británicos (amén de los “tradicionales”: argentinos, peruanos, bolivianos y ecuatorianos).

Foto: Markus Wolf, jefe del HVA.