Alfaro Siqueiros, el muralista que trató de matar a Trotsky

La vida y el arte obran de modos misteriosos, qué duda cabe. Si no lo creen, vayan a la Escuela México de Chillán y contemplen uno de sus más importantes patrimonios culturales: el famoso mural “Muerte al invasor”, pintado por uno de los muralistas mexicanos más importantes de la historia, David Alfaro Siqueiros, un artista que tenía un manejo proverbial de los colores y sobre todo la composición, pero que, afortunadamente para la ciudad de Chillán, era pésimo disparando.  

Y claro. Si hubiera sido un buen tirador, de ningún modo habría llegado a Chillán. En serio.

Ferviente militante del Partido Comunista, había luchado (en 1914, cuando tenía solo 16 años) en la revolución mexicana. Luego fue uno de los fundadores del sindicato de artistas mexicanos y en 1930 el gobierno lo envió relegado a un pequeño pueblo del interior del país, por sus actividades revolucionarias. En 1936, como lo hicieron muchos, se fue a España, a combatir contra las tropas de Franco, desde el banco de los republicanos.

Cuando terminaba 1939, y como relata John Earl Haynesen en el libro “Venona: Decoding Soviet Espionage in America”, el líder supremo de la URSS, Iosif Stalin, había encomendado a Pavel Sudoplatov, jefe de operaciones exteriores de la NKVD (la policía secreta de la Unión Soviética, más tarde llamada KGB), el asesinato del disidente y ex héroe de la revolución, León Trostky, por aquel entonces exiliado en México, donde vivió inicialmente en la casa de Diego Rivera, esposo de Frida Khalo, aunque pronto fue gentilmente desalojado de allí, por lo cual tuvo que irse a una villa de la colonia Coyoacán.

Stalin habló fuerte y claro a Sudoplatov, respecto de lo que debía hacer, según relata Gregorio Luri, en su libro “El cielo prometido. Una mujer al servicio de Stalin”. He aquí lo que le dijo: “Su tarea y su deber con respecto al partido es encontrar y seleccionar a las personas más adecuadas y fiables para llevar a cabo el cometido”.

Para ello, los soviéticos decidieron que habría dos comandos asesinos. El primero lo encabezaría David Alfaro Siqueiros y, el segundo, Caridad del Río, con quien (relata Luri) habrían sido amantes. Ambos, más el hijo de Caridad, Ramón Mercader, se reunieron en Paris con agentes de la NKVD y se acordó que el equipo de Alfaro sería el primero en intentar asesinar al famoso disidente.

Con el fin de estar más cerca del objetivo, Sudoplatov mandó al jefe directo de la operación, Leonid Eitingon (que en realidad era un argentino, llamado realmente Vittorio Codovilla), a establecerse en Nueva York, a fines de 1939, desde donde estaba en contacto con los dos grupos que tenían por objetivo ultimar a Trotsky, así como con “Arthur”, el espía top que tenían en América Latina. Su identidad real era Iosif Grigulevich y desde Buenos Aires dirigía una eficiente red de espías que operaba en Manhattan y también en Santiago, donde su jefe era un espía chileno al servicio de los soviéticos, el diplomático Cristian Casanova Subercaseaux, como relaté en el libro Chile Top Secret.

La operación

La madrugada del 23 al 24 de mayo de 1940, la puerta de la villa donde estaba viviendo Trotsky había quedado abierta. Había sido Grigulevich quien, integrado ya al primer comando, había sobornado a uno de los guardias del equipo de seguridad para ello. Adentro, otros guardias habían faltado esa noche al trabajo, pues habían sido seducidos por mujeres del equipo de Alfaro, un grupo impresionante: eran 20 sujetos vestidos de policía, armados con pistolas y subametralladoras, que eran encabezados por un supuesto mayor del Ejército mexicano, un tipo de gafas negras y mostacho falso, que no era otro que el famoso muralista.

Entraron en sigilo y lo primero que hicieron fue cortar las líneas telefónicas y tomar posiciones en el living, los pasillos y la cocina. Hasta allí, era una operación comando brillante.

Sin embargo, cualquier observador atento habría dictaminado algo inequívoco, con solo mirarlos desplazarse unos segundos. Estaban todos borrachos como cuba. Para infundirse valor, antes de partir a la casa de Trotsky, bebieron grandes cantidades de tequila. Mucha, a juzgar por lo que sucedió a continuación.

Como sabían donde estaba la habitación en la cual el líder exiliado dormía junto a su esposa Natalia, partieron hacia allá y afuera gritaron “¡Viva Almazán!” (aludiendo a un candidato presidencial) y acto seguido se pusieron a disparar como enajenados contra la pieza. Según relata Antonhy White en su biografía de Siqueiros, fue la mujer quien reaccionó a tiempo, lanzando a su marido al suelo y tapándolo con su propio cuerpo. “Se arrinconaron debajo de la cama en una esquina de la habitación, mientras los tiros continuaban y el olor a pólvora llenaba el lugar”, detalla White.

De pronto, ambos vieron la silueta de un hombre que ingresaba, vestido de uniforme, quien se paró al lado de la cama y disparó 73 balas en contra de esta, con una ametralladora, sin aparentemente darse cuenta de que sus objetivos estaban en la esquina.

En total, los asaltantes percutaron más de 300 disparos, sin lograr herir a nadie. Sin embargo, cuando huían en varios autos, dos de ellos robados, secuestraron al jefe de seguridad de Trotsky, el estadounidense Robert Sheldon Harte, cuyo cuerpo sin vida fue encontrado varias semanas después, tras ser ejecutado. El hallazgo fue efectuado en un rancho que pertenecía a los cuñados de Alfaro, Luis y Leopoldo Arenal.

Cuando la policía llegó al lugar, lo primero que pensó fue que se trataba de un autoatentado planificado por Trostky, para culpar Stalin. A nadie le cabía en la cabeza la idea de que hubieran sido tan poco duchos. Trotsky, además, estaba muy calmado, y con total parsimonia efectivamente dijo que se trataba de un intento de homicidio encargado por Stalin y que la policía debía interrogar a Alfaro, dado que este se había convertido en agente de la inteligencia soviética cuando se encontraba en España.

La policía comenzó a buscarlo de inmediato, sin hallarlo, aunque hicieron varios arrestos de otros implicados, encontrando además los autos robados y los uniformes de policía sustraídos. Alfaro, no obstante, había huido a las montañas, con un nombre falso: “Macabio Sierra”, el que usaba para escribir artículos que enviaba a los diarios del DF, justificando el atentado contra Trotsky y criticando la detención de los implicados. Su esposa, Angélica Arenal, a todo esto, usaba la chapa de “Eusebita”.

Mientras seguía prófugo, el Partido Comunista de México emitió un comunicado en el cual lamentaba el ataque a Trotsky, y culpaba del mismo a elementos fascistas, que querían implicarlos en los hechos. En su escondrijo, a Alfaro le hirvió la mierda sangre y mandó un telegrama a los diarios, criticando las disculpas de su partido.

El 20 de agosto Ramón Carnicer tendría éxito al asesinar a Trostky con un piolet y poco después la policía mexicana daba con Alfaro, quien dormía en ese momento, y fue despertado con el poco cariñoso grito de “¡Ríndete, hijo de la chingada!”

Fue trasladado a la capital y allí enfrentó un proceso que incluía delitos gravísimos, como el atentado contra Trotsky, el crimen de Harte y el robo de los uniformes y los autos, por lo que fue enviado a prisión preventiva, y allí comenzó a recibir a un visitante frecuente: el entonces cónsul de Chile en México DF, el poeta Pablo Neruda. Ambos se hicieron, además amigos del comandante de la prisión y gracias a ello, cuenta White, salían en las noches a beber a un bar cercano, luego de lo cual Alfaro regresaba a su celda, religiosamente.

Alfaro se defendió de las acusaciones de homicidio, diciendo que Trotsky había violado las condiciones del asilo que le habían dado en México, interviniendo en la vida política nacional y aseverando que el ataque solo buscaba asustarlo. Tras cinco meses en prisión, quedó en libertad provisional y el presidente del país le propuso que se exiliara voluntariamente en Chile.

Algo se había avanzado ya en ese sentido. Poco antes, Neruda le había entregado una visa sin autorización del embajador. Ante ello, la cancillería chilena suspendió al poeta de sus funciones por dos meses. Lo mismo hizo Neruda con un pasaporte con un nombre falso, pero que usaría Grigulevich para huir a Santiago.

Pese a la sanción recibida por Neruda, en el pasaporte de Alfaro seguía ostentando una visa chilena válida y legítima, y por ello nuestro país había ofrecido acogerlo para que pintara un mural en la Escuela México, en Chillán, donde ya estaba trabajando el muralista Xavier Guerrero.

Aunque Alfaro decía que estaba convencido de que sería absuelto, el presidente, el general Manuel Avila Camacho, le dijo que el problema fundamental no era ese, sino que temían que fuera asesinado por parte de facciones comunistas leales de Trotsky.

De ese modo, y para evitar posibles asesinatos, el 24 de marzo de 1941 emprendió un viaje en avión hasta Colombia y de ahí en auto hasta Arica, para finalmente llegar a Santiago y luego a Chillán, donde le encomendaron la el mural, el que comenzó a hacer, al tiempo que pintaba algunos cuadros para vender y sobrevivir. En la obra aparecen Cuautemoc, el líder azteca que encabezó la resistencia contra los españoles, así como los héroes de la revolución mexicana (Hidalgo, Morelos y Zapata), además de los líderes Benito Juárez y Lázaro Cárdenas. A ellos se suman Lautaro, Galvarino, O’Higgins, Francisco Bilbao y Luis Emilio Recabarren.

Alfaro terminó el mural en 1943 y luego de ello abandonó Chile, dejando tras de sí una obre de un valor incalculable, que ha sido comparada con los mejores murales del mundo, y que Chillán consiguió en buena medida gracias a su pésima puntería.