Francisco y Sofía: el crimen que inició una guerra mundial

Los incidentes terroristas más fuertes habitualmente conducen a cambios políticos y sociales que muchas veces pueden o no crear el efecto que se esperaba por parte de sus ejecutores.

En el caso del asesinato de Alejandro Segundo de Rusia (ver más abajo), los efectos que éste causó se dejaron sentir por un mucho tiempo más, pues si bien el Estado consiguió aniquilar a los autores del crimen, el grupo Narodnaya Volya, esto sólo acrecentó la animadversión hacia el zarismo y ello cobra mayor relevancia si se entiende dicho homicidio como punto de partida de una serie de sucesos que culminaron con la instauración del régimen de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), luego que el centro de las actividades revolucionarias y terroristas se trasladara al llamado “Polvorín de Europa”: Los Balcanes, una tierra sobre la cual el mariscal alemán Bismarck había dicho que tenía “algo maldito”.

Hacia 1914, y en medio de las intrigas nacionalistas de serbios, bosnios, croatas y con el imperio Austro-Húngaro dominando la Bosnia-Herzegovina (desde 1908), cualquier cosa podía pasar. El 28 de junio de ese año, fecha en que se celebra el día de San Vitus, una fiesta nacional serbia que recuerda la batalla de Kosovo, el heredero del trono del imperio, el archiduque Francisco Fernando (hijo de Francisco José, emperador de aquel entonces), estaba de visita en la capital de esa nación, Sarajevo, aprovechando la festividad, por motivos diplomáticos y, además, en su calidad de jefe militar, viendo las tropas allí acantonadas.

Ese día el archiduque celebraba su décimocuarto aniversario de bodas con Sofía, duquesa de Hohenburgo, a la que por no ser ciento por ciento de sangre real no se le permitía viajar en el mismo coche que su marido en Viena, capital del imperio de los Habsburgo, por lo que Francisco Fernando quiso agasajarla y le pidió que lo acompañara a bordo del automóvil en que viajaba. 

No sólo había simpatizantes (que no eran mayoría, por lo demás) esperando por ellos. Tal como sucede cada vez que ocurre un magnicidio (así aconteció con John Kennedy), ese día los asesinos habían avisado sus intenciones, pues en varias calles aparecieron panfletos de una organización extremista que decían “Proclamamos al pueblo que Austria es nuestro primer y más grande enemigo”.

Era obvio que algo iba a suceder y así lo pensaban todos, pues en ese momento Austria había dividido en dos al belicoso pueblo serbio y una visita a esos lares no era de lo más aconsejable. Se había advertido, a nivel diplomático, que no era recomendable la visita, pero esta se efectuó de todos modos.

Nobleza obliga. 

La preparación

Antes de junio, siete miembros de la organización “Mlada Bosna” (Joven Bosnia) pasaron un buen tiempo en Belgrado recibiendo entrenamiento de parte de un grupo terrorista llamado “Unión o muerte”. El 3 de junio retornaron a Sarajevo. El líder, que por supuesto no actuó en el atentado, era nada menos que el coronel Dragutin Dimitrievitch, jefe de la inteligencia militar del Ejército Serbio, quien consiguió armas y bombas de parte de “Mano Negra”, otra organización terrorista.

Todos los integrantes del grupo (Nedjelko Cabrinovic, Vasco Curbilovic, Trifko Grabez, Danilo Ilic, Mohammed Mehmedbasic, Cvijetko Popovic y Gravilo Princip), tenían algo en común: sus edades fluctuaban entre 19 y 27 años y no tenían antecedentes penales, excepto uno, por lo que la policía no sospecharía de ellos al verlos cerca del archiduque. Asimismo, todos ellos, sin excepción, estaban enfermos de tuberculosis, un mal que hacia 1914 no tenía cura conocida, por lo que una bala era, incluso, una forma piadosa de morir.

Princip y sus amigos esperaban a su víctima en distintas partes del trayecto que iba a cubrir. El archiduque y su comitiva se movilizaban en cuatro automóviles, en el segundo de los cuales iba la pareja real. Dos de los atacantes estaban ubicados en un puente. Allí fue cuando Cabrinovic lanzó una bomba contra Francisco Fernando, quien alcanzó a reaccionar y la golpeó con la mano, haciendo que desviara su curso y explosara en el aire, alcanzando a herir levemente a Sofía y a los ocupantes del tercer auto.

Cabrinovic, acto seguido, bebió un frasco de cianuro que portaba, con el fin de suicidarse y así evitar los tormentos que le deparaba una celda en la cárcel de Sarajevo, tras lo cual se lanzó al lecho del río.

Para su mala suerte, el nauseabundo olor del cianuro lo hizo vomitar y, en vez de que su cuerpo fuera arrastrado por la corriente, quedó tirado en el mismo lugar donde cayó, pues el agua sólo tenía unos cuantos centímetros de profundidad, siendo arrestado de inmediato.

La caravana siguió avanzando rauda, sin que los ocupantes del primer vehículo, en el cual viajaba el alcalde de Sarajevo, se percataran de lo ocurrido más atrás. Varios metros más adelante les esperaba una segunda célula, compuesta por Cubrilovic, Popovic e Ilic, los que sin embargo no reaccionaron a tiempo, aparentemente por distracción de los noveles subversivos. 

Los vehículos llegaron a la municipalidad y allí el archiduque las emprendió contra el alcalde (por la falta de seguridad) y anunció que quería ir al hospital a llevar a su esposa y a ver a los ocupantes del tercer auto. El gobernador militar, Oskar Potiorek, le dijo que podía viajar tranquilo, pues él se responsabilizaba de su seguridad.

En el Puente Imperial estaba ubicado Grabez, quien sólo atinó a mirar los vehículos. Al pasar el viaducto, el chofer del automóvil oficial tomó otra calle en vez de la que debía seguir, por lo que Potiorek comenzó a gritarle. Ante ello, unos metros más allá, el conductor detuvo el auto, en la calle Francisco José. A dos metros del auto estaba parado Gavrilo Princip, quien disparó su pistola hiriendo al archiduque en el cuello y a Sofía en el estómago. Ambos fallecieron minutos después.

Princip, del mismo modo que Cabrinovic, tomó cianuro, pero también lo vomitó. Intentó dispararse en la cabeza, pero también falló, siendo finalmente detenido él y todo el comando, a excepción de Mehmedbasic.

En prisión todos se negaron a hablar, hasta que Ilic comenzó a hacerlo una vez que el juicio se trasladó a Viena. El principal actor de esta tragicomedia, Gavrilo Princip, de 19 años, fue encontrado culpable pero no fue fusilado, a causa de su corta edad. Antes de fallecer en prisión a causa de la tuberculosis, en 1918, escribió que “no hay necesidad de llevarme a prisión, pues mi vida se está alejando rápidamente. Les sugiero que me aten a una cruz y me quemen. Mi cuerpo en llamas será una antorcha que iluminará a mi pueblo en el sendero de la libertad“.

La principal consecuencia de este acto terrorista, en el cual jamás de pudo probar legalmente la participación del gobierno serbio, aunque era evidente, fue el comienzo de las hostilidades que rápidamente culminaron con la Primera Guerra Mundial.

Alejandro Segundo

Ya en 1869 el ruso Sergev Nechayev había publicado el “Catecismo del Revolucionario”, en el cual decía que “el revolucionario es un hombre apocalíptico. No se preocupa de él ni de otras cosas. No tiene ataduras, no pertenece a nada e incluso carece de nombre. A él sólo lo absorbe un pensamiento, una única pasión… la revolución”.

Necharev sabía muy bien de lo que estaba hablando, pues pasó 35 años de su vida en prisión a causa de sus ideas políticas, acusado de un homicidio que jamás se pudo probar y cuyo juicio fue efectuado delante del mismísimo zar. Con una serie de revoluciones que la sacudieron desde principios del siglo XIX, los grupos revolucionarios se hicieron muy populares en la Rusia de los zares, siendo el más conocido “Narodnaya Volya” (“Voluntad del Pueblo”), una organización comunista que buscaba el fin de la época zarista -representada (hacia 1868) por el zar Alejandro Segundo- y la creación de una república que remplazara al imperio.

Tras ejecutar a varios oficiales del ejército ruso, crearon un ala propagandística (llamada “la División Negra”). Luego de intentar liberar a Sergei Nechayev, ofrecimiento que él declinó, vinieron cinco intentos fallidos por asesinar a Alejandro Segundo, hasta que finalmente lo lograron, el uno de marzo de 1881, cuando estalló una bomba que lanzaron en contra de su carruaje, en San Petersburgo.

A Alejandro Tercero, sucesor del fallecido, nueve días después del crimen de su padre le enviaron una carta en la que le advertían que “el regicidio es popular en Rusia”. Sin embargo, él endureció las medidas represivas, culminando con la detención de más de 50 miembros de Narodnaya Volya y de la División Negra.

Cinco de ellos, entre los que se contaban sus fundadores, fueron colgados en público, mientras que la mayoría de los restantes fueron exiliados. De esa forma, el incipiente Estado ruso marcó una de las tácticas más comunes en el combate al terrorismo: combatirlo con más terrorismo.

En los años posteriores “La voluntad del Pueblo” siguió funcionando y cometió varios atentados menores contra Alejandro Tercero, por uno de los cuales, ejecutado en 1887, fue detenido y fusilado Alexander Ulyanov, el hermano menor de Lenin. Y ya sabemos qué pasó después…