Los estudios científicos que predijeron el 27/F

Fueron varios los trabajos científicos que, de un modo u otro, alertaban sobre lo que podía ocurrir en la laguna sísmica Constitución-Concepción, y que terminó estallando a las 3.34 hrs. del sábado 27 de Febrero de 2010.

El primero se ellos se efectuó en 1989, cuando el Premio Nacional de Ciencias Edgar Kausel tuvo la sospecha de que el terremoto de Chillán de 1939 no había tenido su origen en la costa, como se creía hasta ese entonces, sino en las profundidades de la Placa Continental. Aquello era vital, pues si dicho sismo (que causó 28 mil muertes) hubiera nacido en las zonas marítimas, ello habría significado que la energía acumulada en ese sector desde 1835 se había liberado en gran parte. No obstante, sus estudios comenzaron a mostrar una realidad distinta.

En 1998 el geofísico chileno (radicado en Francia) Raúl Madariaga publicó un informe de 38 páginas en la revista “Física de la Tierra”, en el cual identificaba las dos “lagunas sísmicas” del país; es decir, zonas en las cuales no se habían producido grandes sismos en mucho tiempo. La primera es la que existe entre Arica y Antofagasta, donde el último gran terremoto se produjo en 1877, y la segunda, la ubicaba entre Constitución y Concepción; es decir, la zona que hasta 10 años antes se creía que ya había sufrido su megasismo (el de Chillán), por lo cual muchos pensaban que sus habitantes podían respirar con cierta tranquilidad.

El asunto era preocupante, pues como exponía Madariaga, en Chile ocurre un terremoto superior a 8 grados cada 10 años, pero argumentaba que en la fosa ubicada en el paralelo 35 (es decir, cerca de Cobquecura), había una “clara falta de terremotos” y, lo que era peor, ningún terremoto de subducción (provocado por la incrustación de la Placa de Nazca debajo de la Sudamericana) hacía acontecido desde el atestiguado por Charles Darwin en 1835.

Madariaga detallaba que el terremoto de Valdivia de 1960 había tenido su frontera norte a la altura de Isla Mocha, pero que desde allí hacia la Séptima Región permanecía la calma sísmica y concluía por ende que “la laguna de Constitución-Concepción es una de las zonas de mayor concentración de población y de actividad económica de Chile. Todo indica que la zona debe estar cerca de una próxima ruptura. Un estudio detallado de la deformación y de la sismicidad debería quizá detectar signos de su reactivación futura”.

Estudios con GPS

Era una advertencia clara, que tomó ribetes de mayor seriedad cuatro años más tarde, cuando el mismo Madariaga y otros científicos chilenos como Jaime Campos, Sergio Barrientos y Edgar Kausel, además de especialistas italianos y franceses, publicaron un nuevo trabajo al respecto, titulado “Estudio sismológico de la laguna sísmica de 1835 en el centro sur de Chile”. En la introducción, explicaban que se habían centrado en probar si efectivamente existía una laguna sísmica en la zona. Para ello, analizaron los datos que arrojaron 26 sismógrafos portátiles (conectados a GPS) que instalaron entre Concepción y Constitución en marzo de 1996, tanto en la costa como en el valle central, de lo cual concluyeron que más del 90% de los casi 400 pequeños sismos que registraron (imperceptibles en ese momento) tenían lugar en la costa, por lo que concluían que la laguna sísmica existía y por ende recomendaban, nuevamente, más estudios al respecto.

La confirmación definitiva la entregaría el 2009 un grupo de estudiosos entre los cuales se contaban varios de los autores del informe anterior, quienes publicaron un trabajo llamado “acumulación de stress intersísmico medida por GPS en la laguna sísmica entre Constitución y Constitución en Chile”, que sólo se conocería masivamente después del 27/F.

Este texto desmenuzaba datos recopilados con sismógrafos y GPS en 1996 (los ya mencionados), 1999 y 2002. Uno de los hechos que determinaron es que la Placa de Nazca avanzaba a razón de 68 milímetros (casi 7 cms.) por año en dirección Este, acomodándose debajo de la Placa Continental. Ello, explicaban, coincidía con una deformación en las costas, pero no había movimiento a la altura de Los Andes, por lo cual la conclusión era unívoca: la Placa de Nazca avanzaba en forma constante, metiéndose debajo de las costas de Chile, pero algo (la Placa Continental, también llamada Sudamericana) la estaba trabando.

Y ese algo debería reventar en algún momento. Para los científicos, estaba claro cómo sucedería aquello: “en el peor escenario, el área puede registrar potencialmente un terremoto de una magnitud tan grande como 8-8.5, lo que debería ocurrir en el futuro cercano”. Sin embargo, no había cómo saber cuándo sucedería.

Un par de meses antes de la tragedia se produjeron algunos sismos menores (entre ellos un 5.3) en las inmediaciones de lo que después sería el epicentro, pero no había (ni hay) cómo determinar si fueron lo que los sismólogos llaman “precursores” de un terremoto principal, como los grandes sismos que se presentaron, por ejemplo, con el terremoto de 1960 en Valdivia, precedido por un terremoto de 7.8 grados acaecido en Arauco y Concepción un día antes, o lo acontecido con el terremoto de 1985 en Santiago, que se manifestó después de 14 días de temblores.

Como lo explicó ante la Cámara de Diputados el Director del Departamento de Sismología de la Universidad de Chile, Sergio Barrientos, “la historia de Chile nos cuenta que hay registros hechos por los españoles, quienes, principalmente en las cartas, piden al rey asistencia especial después de un terremoto, en orden a que envíe más dinero, en fin. En esas cartas se describen muy bien los terremotos ocurridos y los daños que han ocasionado”.

Pese a ello, en Chile seguía reinando la inopia más absoluta al respecto. El propio Jaime Campos relató también ante la comisión investigadora parlamentaria, que “regresé a Chile en 1995 con el doctorado y había visto en Europa, que tienen menos terremotos que nosotros, cómo estos temas son tratados en el sistema educativo. Al regresar quedé muy impresionado por las carencias estructurales. Hay cosas que se hacen, pero ―reitero― hay carencias estructurales, a las cuales, para ser el país más sísmico del mundo, no les estamos dando la respuesta adecuada en ningún ámbito, no sólo técnico, es decir, en términos instrumentales, sino que en términos científicos, puesto que el arsenal de científicos que tenemos para enfrentar estos desafíos es ridículo: menos de diez, en general, porque este fenómeno no sólo concierne a los sismólogos, el problema va desde la geotecnia hasta los geólogos, incorporando, también, a ingenieros antisísmicos. El país no tiene el arsenal de especialistas para enfrentar estos desafíos y es impresionante que los pocos que hay estén concentrados, prácticamente, en una sola institución. No hay un programa nacional que estimule a las universidades regionales a hacerse cargo de sus propias realidades, porque la sismicidad no es igual en Arica o en Punta Arenas”.

Tropezando con la misma piedra

Y no es lo único. Jaime Campos recordó que antes del terremoto de Antofagasta, en 1995, hubo un estudio previo que también advirtió al respecto: “habíamos llegado a los mismos estudios, con las mismas metodologías, usando tecnologías satelitales de punta; habíamos logrado caracterizar la zona de Antofagasta como un sector eminente en el que se podría producir un terremoto. Eso lo dijimos. Fui varias veces a la Intendencia y estuve en el Congreso Nacional hace unos 15 años diciendo lo mismo a la Comisión de Tecnología, se elaboró una publicación científica, se difundió en la prensa y el terremoto ocurrió. Nos volvió a pasar exactamente lo mismo. Digo esto con vehemencia, porque, como sociedad, he visto que probablemente nos siga pasando”.

Quizá lo más irónico de todo esto es que Chile fue, en el pasado, uno de los países más desarrollados del mundo en cuanto a sismología: “a raíz del terremoto de agosto 1906, en Valparaíso ―época en que había sido recién electo Presidente don Pedro Montt― Valentín Letelier, en ese tiempo rector de la Universidad de Chile, fue a hablar directamente con el Presidente y lo convenció de que en Chile había que desarrollar la sismología, gracias a lo cual se desarrolló esa ciencia en nuestro país, junto con Italia, Alemania, Estados Unidos, Japón y Francia. Chile es el único país no desarrollado en la época que inició la sismología en el mundo”, recordó Jaime Campos.

Sin embargo, al pasar el tiempo, todo eso quedó atrás y actualmente, dijo Campos, “no hay en ningún ministerio, ni en el MOP ni en el Ministerio de Vivienda, un mapa de cómo tiembla en Chile. O sea, no hay ni siquiera un mapa con puntitos que diga dónde tiembla más y dónde menos. Tampoco está el mapa de peligro sísmico y, más grave todavía, no está el mapa de riesgo, que son distintos niveles de conceptualización y de jerarquización de la información que permiten tomar decisiones. Todos los instrumentos de gestión territorial carecen de esta información, y estamos en el país más sísmico del planeta”.

Lo mismo ocurre con los maremotos: “En Chile no tenemos expertos en tsunamis. Quizá hay gente que se va a molestar por lo que estoy diciendo, pero no tenemos el desarrollo científico. Me refiero a publicaciones, a reconocimiento internacional. Estoy hablando de científicos, que investigan, que utilizan la física, la matemática. No tenemos expertos en tsunamis en Chile. Puede haber gente que desde un ángulo descriptivo o fenomenológico se aproxime al problema, pero aquí necesitamos modelar, necesitamos simular, porque no podemos esperar que un tsunami ocurra para aprender del desastre, tenemos que ser capaces de prever, y eso se hace con simulación, con física y matemáticas. Necesitamos expertos de alto nivel en ese tema. Lo digo fuerte y con harta pasión, para que no haya duda”.