La historia subterránea del primer ataque contra el World Trade Center

A mediados de 1992 un personaje clave en el prontuario terrorista de Al Qaeda ingresó a Estados Unidos, sin mayores problemas. Se trataba de Ramzi Yousef, un ex combatiente de Afganistán que además poseía el añadido de ser parte de la aristocracia del grupo, pues era sobrino de Khalid Sheik Mohamed, que terminaría convirtiéndose en el jefe de operaciones exteriores de Al Qaeda y, como tal, responsable director de la masacre del 11-S.

Yousef, que acababa de terminar un entrenamiento paramilitar en un campo de Afganistán, viajó el 31 de agosto de 1992 desde Pakistán a Estados Unidos junto al palestino Ahmed Ajaj, aunque evitaron descender juntos del avión. Ajaj (quien seguramente debe haber reprobado los cursos de conspiración) fue detenido de inmediato, al pretender hacerse pasar por un reportero sueco, vaya idea.

Además de varios documentos de identidad de diversos países, portaba en su mochila manuales sobre explosivos, folletos de armas y material anti-norteamericano y antisemita. Yousef corrió con más suerte. Exhibió un pasaporte irakí que reconoció era falsificado, asegurando que era un perseguido del régimen de Saddam Hussein y que solicitaba asilo político, debido a que había combatido en la resistencia kuwaití durante la Guerra del Golfo (es decir, junto a los norteamericanos).

No le creyeron mucho, por lo que terminó confesando su verdadero nombre y que era nacido en los Emiratos Arabes Unidos, aunque aseguró que era pakistaní. Varios años más tarde, muchos medios de prensa han especulado que la gran cantidad de material subversivo que portaba Ajaj era en realidad una maniobra planificada, destinada a atraer la atención de los encargados de inmigración hacia su persona y facilitar la entrada de Yousef, tal como sucedió, puesto que en medio del escándalo que se armó por el material que portaba Ajaj, los oficiales del aeropuerto finalmente optaron por soltar a Yousef y dejarlo citado a una audiencia para que expusiera los motivos de su petición de asilo político. Pese a que lo normal en estos casos era enviar a los solicitantes de asilo a un centro de tránsito, ello no aconteció, debido a que el recinto utilizado para ello no tenía capacidad esa noche. Ajaj, en tanto, también pidió asilo y fue finalmente liberado el 1 de marzo de 1993, pero terminó arrestado algunos días más tarde de nuevo.

Yousef era hijo de pakistaníes, pero había nacido en Kuwait y se había educado en Inglaterra, donde se tituló de ingeniero, con una mención en química, en 1989. Tras ello voló de inmediato a Pakistán y Afganistán, donde se sometió a los entrenamientos de rigor en los campos de Al Qaeda y luego de ello viajó a Filipinas, país en el cual participó en los albores de la fundación de un nuevo grupo en el cual Bin Laden tuvo un papel trascendental: Abú Sayyaf.

Apenas fue liberado esa noche en Estados Unidos, Ramzi se dirigió a un departamento de Jersey y se puso en contacto con el famoso jeque ciego Omar Abdel Rahman, quien lo citó a la mezquita Al Farouk, donde le presentó al resto de “el equipo”, el cual se puso inmediatamente bajo sus órdenes.

El 3 de noviembre de 1992 se determinó que el primer objetivo a atacar por parte de esa célula, dentro de un plan mucho más amplio, sería el World Trade Center. Con un nombre falso, Yousef arrendó un almacén en Jersey City, usando para ello dineros que le fueron transferidos desde distintos países, con los cuales pudo comprar 450 kilos de urea (un fertilizante que se usa como combustible para los explosivos),  ácido nítrico y ácido sulfúrico, todo lo cual le fue enviado a la bodega, donde la célula demoró cerca de un mes en mezclar los químicos de la bomba, a la que también se le agregó nitroglicerina, pues el fin era uno sólo: quebrar los cimientos de la torre sur del WTC y lograr que ésta cayera sobre su gemela.

FD-Trodpoint

Sin embargo, alguien se adelantó en los planes de Yousef de remecer los cimientos de la institucionalidad norteamericana, con un ataque que si bien no alcanzó los objetivos iniciales que perseguía, causó muchísima conmoción. Este ocurrió el 25 de enero de 1993, cuando un emigrante pakistaní, entonces de 33 años, detuvo su vehículo en medio de la congestión que se forma todas las mañanas en el acceso principal al cuartel de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), en Langley. Sin que nadie entendiera lo que sucedía, Mir Aimal Kasi bajó del móvil llevando un fusil AK-47 en sus manos, con el cual comenzó a disparar contra los vehículos, asesinando a dos agentes de la CIA que llegaban a sus trabajos, e hiriendo a otras tres personas. Para su sorpresa, no encontró resistencia. Se subió de nuevo al móvil, pasó a comer una hamburguesa a un McDonald’s, fue a su departamento, recogió algunas cosas y escapó rumbo a Afganistán.

En una carta enviada al diario electrónico www.salon.com, Kasi reconoció años después que había tenido relaciones con muyaidines en la guerra de Afganistán y que pese a figurar en los listados de vigilancia de Estados Unidos, pudo entrar sin mayores problemas en 1991 alterando levemente su pasaporte. Sin problemas legales, se estableció en Virginia, donde comenzó a idear su plan de atacar a la CIA, aunque en realidad su fin último era matar al entonces director de ese organismo, James Woolsey.

A su arribo a Afganistán, tras el ataque a la CIA, Kasi relató fue recibido como un héroe y, ayudado por integrantes de la tribu pashtún estuvo moviéndose por diversas partes del país por más de cuatro años, sabiendo que se encontraba en el top ten de los prófugos más buscados por el FBI, ya que se ofrecía una recompensa de dos millones de dólares por su cabeza.

El dinero y un programa que la CIA había iniciado en 1995 en Pakistán y Afganistán, llamado en clave FD-Trodpoint, dieron resultados. Hacia mediados de los años noventa, y ya definitivamente convencida que el activismo que estaba causando estragos en Estados Unidos tenía vínculos estrechos con esos países, la CIA decidió reactivar los contactos con los muyaidines que habían sido sus aliados en la guerra contra los soviéticos, muchos de los cuales comenzaron a colaborar a cambio a dinero,

Fue uno de estos informantes quien llegó en mayo de 1997 hasta el Consulado de EE.UU. en Karachi, ofreciendo información acerca del paradero de Kasi. Como prueba de la validez de sus datos, llevaba una licencia de conducir expedida a otro nombre, pero con la foto del buscado. Guiado por los agentes de inteligencia, el informante se reunió con Kasi y le dijo que tenía un negocio espectacular con unos rusos que querían contrabandear una serie de especies a través de Afganistán, con quienes deberían reunirse en el Hotel Shalimar de la ciudad de Dera Ghazi Khan, hasta donde acudió el “héroe”, quien fue aprehendido mientras dormía en su habitación, siendo trasladado de inmediato (sin extradición ni nada semejante) a Estados Unidos, país en que había sentenciado a muerte en ausencia. Kasi fue ejecutado de una inyección letal el año 2002. El 14 de noviembre de 2002, cuatro estadounidenses y el chofer del taxi en que se trasladaban murieron en Pakistán, al ser emboscadas en un atentado efectuado como represalia por la ejecución de Kasi.

Una falla de cálculo

Mientras los servicios de inteligencia estadounidenses seguían girando en torno a la búsqueda del tirador solitario de la CIA, Ramzi Yousef comunicaba a los demás miembros de la célula de Brooklyn el día escogido para causar una tragedia que el cabecilla esperaba arrojara 25 mil muertes: el 26 de febrero de 1993, cuando se cumplían dos años de la retirada de las tropas estadounidenses de la Guerra del Golfo. Cerca del mediodía de esa jornada, Yousef y Eyad Ismolil tomaron una Ford Econoline que previamente había arrendado Mohamed Salameh, en cuya parte trasera iba instalada la bomba.

Con ella entraron al nivel B-2 del subterráneo del World Trade Center, en el downtown de Manhattan, estacionaron el móvil y activaron la bomba. Salameh y  Mahmud Abouhalima los esperaban en un automóvil que los seguía. Los expertos en detonación subieron y salieron a toda velocidad de allí. El explosivo estalló a las 12.18. Pese a los más sublimes deseos yihadistas del ingeniero Yousef, sus cálculos estuvieron errados.

Si bien la bomba mató a seis personas, dejó a más de mil heridas, provocó un boquete de 30 metros y seis pisos y causó serios daños estructurales a la torre, no la derribó. La potencia no era suficiente y eso le provocó un ataque de rabia mientras, junto a los demás, observaba desde Nueva Jersey cómo emergía una columna de humo, en medio de dos torres completamente incólumes.

Luego del ataque, Yousef escapó velozmente de Estados Unidos, dejando abandonados a su suerte a los demás integrantes del comando, uno de los cuales, Salameh, cometió un error infantil. Algunas horas después de la explosión, los peritos encontraron al final del boquete una parte intacta del chasis del auto bomba, del cual fue posible obtener el número de serie de la pieza. Con ello, lograron identificar el vehículo y así determinaron que había sido arrendado por un tal Mohamed Salameh (el muy imbécil inocente utilizó para ello su nombre propio, seguramente convencido que no quedaría nada que periciar), a quien ya conocían bien, había sido interrogado en conexión con el asesinato del rabino Meir Kahane.

Una vez identificado el arrendatario del vehículo, los policías descubrieron además que existía una denuncia por el supuesto robo de este, interpuesta por el mismo Salameh, quien había dejado un depósito de 400 dólares por el arriendo. Al comunicarse con el rent a car,  les informaron que Salameh había ido a pedir el depósito de vuelta, diciendo que le habían robado el móvil, pero como el encargado se negó a devolverle el dinero sin una constancia policial, el burdo terrorista estampó una. El motivo de tanta preocupación por el dinero era muy simple: Yousef dejó Estados Unidos ese mismo día, al igual que todos los demás, menos Salameh, cuyo capital se reducía a 69 dólares, con los cuales lo único que pudo comprar (en el mercado negro) fue un pasaje para niño, con destino a Amsterdam. Necesitaba dinero con urgencia y lo único que se le ocurrió para conseguirlo fue recuperar el depósito por el móvil.

El 4 de marzo, día en que Salameh fue a buscar el dinero, el rent a car estaba rodeado por agentes del FBI y la policía, uno de los cuales atendía el mostrador. Regateó un poco con el terrorista y finalmente le entregó 250 dólares, de los cuales Mohamed no pudo disfrutar ni un minuto, pues fue arrestado apenas los tomó.

Otro conspirador fue detenido por la policía militar egipcia en la casa de sus padres. Yousef recién pudo ser arrestado dos años más tarde, mientras que otro de los implicados, Rahman Yasin, un irakí nacido en Estados Unidos, fue detenido la misma tarde del 4 de marzo, pero liberado por el FBI tras interrogarlo, pese a que incluso les dijo dónde estaba el departamento en que se reunían sus amigos. Cuando se dieron cuenta del error y lo buscaron de nuevo descubrieron que había escapado a Irak, país donde fue detenido por el régimen de Saddam Hussein, quien ofreció (sin éxito) cambiarlo por el levantamiento de las sanciones económicas a que lo sometió Estados Unidos.

Segunda parte del complot

El periplo que Yousef inició el día de su fuga desde EE.UU. culminó dos años más tarde, de un modo tan espectacular como se había iniciado, y muy semejante a la forma en que terminaron los otros integrantes de la célula del jeque ciego.

Con la intención de dar con Yousef (quien había viajado a Filipinas a reunirse con tu tío Khalid Sheik Mohamed), la policía contactó nuevamente a su informante Emad Salem, quien estaba furioso. Restregó varias veces en la cara a los agentes que él había advertido que algo así iba a suceder y que detrás de todo estaba el jeque ciego. No sólo ello: estaba seguro que la célula seguía complotando. Los oficiales no necesitaban que se los dijeran.

Tras varias negociaciones con Salem y luego de la promesa de que le pagarían un millón de dólares y entraría al programa de protección de testigos, ante lo cual él se comprometía a testificar, accedió a reincorporarse al trabajo, luego de su anterior renuncia debido al escaso dinero que le pagaban. A esas alturas Yousef no sólo aparecía como el ejecutor directo, sino que los investigadores estaban convencidos que era un sujeto de un nivel intelectual superior al resto, quizá sólo comparable al del jeque ciego.

Pese a que tras el atentado hubo 19 reivindicaciones del mismo (desde supuestos combatientes bosnios hasta grupos de ultraderecha), al único que se dio crédito fue a una carta que llegó al diario The New York Times, en el cual un supuesto Ejército de Liberación Quinto Batallón se adjudicaba el hecho, lo que era coincidente con un llamado que se había efectuado a un canal de televisión (telefonema adjudicado a Yousef). El texto lanzaba una serie de fanfarronadas, como que iban a atacar objetivos nucleares y que el supuesto Quinto Batallón estaba compuesto por 150 soldados suicidas, pero su lenguaje de fondo era coherente con la prédica salafista del jeque ciego Omar Abdel Rahmán: “El pueblo americano debe saber que sus civiles que murieron no son mejores que aquellos que son asesinados por las armas y el apoyo americano”, rezaba en uno de sus pasajes. En otro señalaba que lo ocurrido en Manhattan “fue una respuesta al apoyo político, militar y económico de América a Israel, estado terrorista, y al resto de los dictadores de la región”, en clara referencia al entonces presidente egipcio, Hosni Mubarak.

El FBI pidió a Salem además averiguar todo lo que pudiera sobre otro de los integrantes de la célula de Rahman que les intrigaba en demasía, un afroamericano llamado Clement Rodney Hampton-El. Emad pronto descubrió que a principios de 1993, mientras Yousef preparaba su bomba, Hampton-El encabezaba la segunda parte de la conspiración, destinada a asesinar a Hosni Mubarak, quien se sabía estaría a fines de año en una convención de la ONU en  Nueva York, por lo cual varios miembros de la célula efectuaron tareas de vigilancia en el Hotel Waldorf Astoria, en el que supuestamente iba a alojar. Pero no era lo único que preparaban. Siddig Ibrahim Siddig Alí, otro de los terroristas, confidenció a Salem, a  fines de marzo de 1993, que en realidad la idea había mutado. ¿Seguían queriendo matar a Murarak? Por supuesto, pero no sólo a él. El proyecto, a esa fecha, se había convertido en un plan destinado a volar el edificio de Naciones Unidas en Manhattan, obviamente con Mubarak adentro.

Envalentonados con sus ideas mesiánicas, lo siguiente que se les puso entre ceja y ceja fue bombardear el edificio federal en que funcionaba la central del FBI de Nueva York, junto a un complejo militar ubicado en Staten Island, así como realizar una operación comando destinada a secuestrar agentes del FBI para intercambiarlos por los demás presos.

Todo marchaba bien en el trabajo de espionaje que Salem realizaba en la célula, pero sus peores temores parecieron tomar forma el 23 de mayo, cuando el jeque ciego lo encaró.

—Tenemos un infiltrado en nuestra organización. Y sé quién es —le dijo con fiereza. Salem, semicalvo a esas alturas, se pasó con la mayor suavidad que pudo la mano por la frente, a fin de limpiarse la transpiración sin que su interlocutor, un hombre de sentidos muy aguzados a causa de su ceguera, notara el movimiento. Tratando de parecer natural, le preguntó quién era  el traidor.

—Siddig— fue la inesperada respuesta del jeque, quien unos días más tarde dejó de creer en esa idea.

No obstante, dicha reunión fue esclarecedora. Allí el jeque dijo a Salem que el ataque al edificio de la ONU era un deber yihadista y que estaba permitido por la ley islámica, aunque le explicó que, por razones estratégicas, era mejor esperar un poco, lo mismo que en lo relativo al atentado contra el edificio del FBI. Había que tomarse las cosas con calma, entrenar, hacerlo todo bien, razonó, citando un curioso ejemplo.

El hombre que mató a Kennedy pasó tres años entrenando para ello— le explicó.

Los planes del jeque (que a esas alturas se había instalado en la mezquita Abú Bakr de Brooklyn) eran mucho más ambiciosos que esos dos objetivos. Los días siguientes, Salem y su grupo, que se reunía en una casa de seguridad, se los pasaron fotografiando ambos edificios, pero además comenzaron a estudiar, fotografiar y grabar en video los túneles Holland, Lincoln y George Washington, que unen Nueva York con Nueva Jersey. Hacia junio empezaron a tratar de conseguir explosivos y detonadores y retomaron la idea de asesinar a Mubarak, para lo cual incluso elaboraron un comunicado que Rahman leería el día de su muerte, en el cual diría que lo sucedido era una advertencia a Estados Unidos y Europa por lo que Mubarak estaba haciendo en Egipto y que éste “se ahogaría en un baño de sangre”.

Infieles satánicos

El 24 de junio de 1993 todos los complotadores, incluyendo al jeque ciego fueron detenidos, recibiendo posteriormente penas de por vida. La Yamaa Islamiya, la organización original del jeque ciego, siguió por varios años clamando por la libertad de su líder a través del único mecanismo que parecen conocer, el terrorismo. Fueron militantes de ese grupo quienes estuvieron detrás del cruento atentado ocurrido el 17 de noviembre de 1997, perpetrado en las ruinas de Luxor, en Egipto, donde 58 turistas suizos, alemanes y japoneses, además de 4 policías egipcios, fueron asesinados a disparos por cuatro integrantes del grupo que llegaron vestidos de policías, los cuales se ensañaron con sus víctimas, acuchillando a las que habían sobrevivido. A una de ellas incluso le abrieron la espalda en toda su extensión. Los atacantes lanzaron panfletos por la libertad del jeque ciego, y finalmente fueron abatidos por las fuerzas de seguridad. Según explicó posteriormente la Yamaa Islamiya en un comunicado de prensa, los turistas, a quienes calificaban de “infieles satánicos” contribuían a mantener el régimen de gobierno imperante, lo cual los convertía en “objetivos militares“, advirtiendo además que las matanzas continuarían y que debía ser liberado el jeque Omar Abdel Rahman.

Antes del ataque de Luxor más de 30 turistas habían sido ya muertos por este grupo, además de una cantidad indeterminada de coptos (cristianos). Casi dos meses antes del crimen de Luxor, el 18 de septiembre, 10 turistas alemanes murieron en un incendio que afectó a un bus que se movilizaba al museo egipcio de El Cairo y que fue provocado por miembros de la Yamaa Islamiya.

En Estados Unidos, en tanto, en 1997 la justicia impuso medidas especiales de incomunicación en contra del jeque ciego, de quien se sabía seguía complotando desde la cárcel, especialmente con quien lo había sucedido en el liderazgo de la Yamaa en Nueva York, Ahmed Abdel Sattar. Pese a ello, siguieron apareciendo en la prensa declaraciones firmadas por Rahmán y finalmente se inició una investigación en contra de su abogada, Lynne Stewart, y también en contra de Sattar y de Mohamed Yousry, quien las oficiaba de traductor en la cárcel. Mientras Sattar fue condenado a 24 años de prisión, Stewart (a quien se le retiró la licencia que la facultaba para ejercer la abogacía) recibió una condena de 28 meses y Yousry una de 20 meses.