Los científicos nazis en Concepción y América Latina

Puede parecer broma, pero el fantástico argumento de películas como Los cazadores del Arca perdida tienen un sustento real. ¿Se acuerdan de ella? Básicamente, trataba sobre la búsqueda del arca de la alianza de los hebreos por parte de los nazis, los franceses colaboracionistas y, claro, el jovencito de la película, Indiana Jones.

No tenemos constancia de si los nazis realmente buscaron el arca de la alianza, pero sí sabemos de otras alocadas expediciones que efectuaron en distintas partes del mundo tras artefactos religiosos, todo ello con la venia de Heinrich Himmler, el creador de las SchutzStaffel(o Cuerpos de Protección), que pronto serían conocidas como SS, una especie de milicia armada al interior del partido.

Al principio, las SS eran un pequeño cuerpo de guardaespaldas destinado a cuidar al jefe y a los altos mandos, pero de a poco empezarían a convertirse en una poderosa fuerza paralela a la Wehrmacht, el ejército alemán propiamente dicho. Imbuidos de la mística oscurantista de su jefe, a los postulantes se les exigía estrictos estándares físicos y de “pureza racial”. Una vez sorteadas las primeras pruebas de incorporación, los candidatos ya elegidos para integrar los cuerpos eran iniciados en ritos y ceremonias que intentaban revivir viejas tradiciones teutonas, como el juramento de sangre.

Para ello, Himmler había hecho refaccionar por completo el antiguo castillo triangular de Wewelsburg, al norte de Renania, para sus encuentros iniciáticos con la oficialidad, y allí se reunía una vez al año en una mesa redonda, como el mítico rey Arturo, con sus doce oficiales más fieles. Pero ese ritual iniciático requería también de alguna base teórica que pudiese sustentarlo, y, a partir de 1935, las SS formarían la Sociedad de Investigación de la Herencia Ancestral, más conocida como Ahnenerbe, cuya misión sería dar contenido académico a una pretensión delirante: reescribir la historia de la humanidad, subrayando el presunto papel que habría cumplido una raza de guerreros rubios y con ojos azules, los arios, que habían dominado el mundo como una etnia superior e invencible.

Desde el momento de su creación, y hasta los primeros días de la guerra, la Ahnenerbe iba a realizar misiones por todo el mundo, buscando los vestigios que aún pudieran quedar de aquella raza. En el fondo, al decir de Heather Pringle en su libro El plan maestro, se trataba de producir pruebas arqueológicas con fines políticos, y así fue como un ejército de aventureros, místicos y hasta profesores universitarios partió a buscarlas en lugares tan insólitos como Finlandia, Irak o el Tíbet, además de América Latina.

La cuestión no era solamente académica, y serían precisamente esos “estudios” emprendidos por laAhnenerbelos que iban a servir de basamento para las políticas de exterminio racial contra todo lo que no fuera “ario”.

Aunque entre los integrantes de la Ahnenerbehabía profesores de prestigio y doctores en diversas disciplinas, la impronta nazi los llevó a acometer una serie de expediciones rayanas en el absurdo. No sólo buscaban con desesperación el Santo Grial y todo tipo de artefactos religiosos, sino que poseían una obsesión malsana con todo lo que tuviera relación con el Tíbet y la Mesopotamia. Ya sea porque contaron con el auspicio de la Ahnenerbe,o bien porque esta misma se hizo cargo, decenas de alemanes realizaron las más descabelladas investigaciones “científicas” en aquellos años, y América Latina no iba a quedar al margen de su teatro de operaciones.

Una de las últimas en conocerse fue el Proyecto Guayana, que se detalla en el libro del mismo nombre, del periodista Jens Gluessing, quien investigó la expedición que emprendió entre 1935 y 1937 un equipo de las SS auspiciado por la Ahnenerbey encabezado por el zoólogo Otto Schulz-Kampfhenkel, quien, tras llegar a Brasil, remontó el río Jari hacia lo profundo del Amazonas y alcanzó la frontera con Guayana. Gluessing descubrió en medio de su investigación, en el sector del Monte Dorado, a orillas del río Jari, la tumba de uno de los integrantes de la expedición, Joseph Greiner, señalada con una cruz de casi tres metros de alto y coronada con una esvástica, que reza: “Aquí murió Joseph Greiner”, junto a una fecha: 2-1-1936. Tras la expedición, de la cual Schulz-Kampfhenkel realizó un film que regaló a Himmler, el explorador emitió una serie de informes en los cuales señalaba que el Amazonas era una zona perfectamente apta para establecer colonias alemanas.        

Investigaciones en Concepción

No fue el único lance en tierras americanas. El historiador Víctor Farías menciona en su libroLos nazis en Chileque a fines de 1934, y bajo el auspicio de Eugen Fisher, el mentor de Joseph Mengele y creador de la eugenesia (estudio de los genes con fines raciales), el antropólogo Johann Schauble viajó a la ciudad chilena de Concepción para realizar un estudio dentro de su tesis doctoral, relativa a la morfología de los “indígenas” y los “bastardos”. Aquí acogido por el profesor Carlos Henckel, de la Universidad de Concepción, quien lo ayudó en sus investigaciones, en cuya primera etapa realizó mediciones morfológicas a mil cuatrocientas personas.

En la segunda fase, estudió racialmente a 469 niños pobres de Concepción, que le fueron “facilitados” por un colegio jesuita, una escuela de sacerdotes franceses, otra de los salesianos, escuelas públicas e incluso por una familia de hacendados, que puso a su disposición a los hijos de sus arrendatarios. Gracias a ello, en 1940 Schauble pudo publicar su tesis, titulada “Estudios sobre el crecimiento de niños bastardos en Concepción”.

Algo semejante efectuó la doctora Rita Hauschild en Venezuela, donde viajó en 1936 gracias a una beca del instituto Kaiser Wilhelm, para estudiar “la bastardización en el caso del cruce indígenas-negroides-chinos en Venezuela y Trinidad”.

Otra expedición de preguerra emprendida por los nazis a América Latina, esta vez por idea de Hermann Göring, el líder de la Luftwaffe, pero ejecutada por científicos de la Ahnenerbe, fue la misteriosa incursión emprendida por el buque Schwabenland, comandando por el capitán Alfred Ritscher. Si bien la Antártida siempre había sido un objeto de culto para los nazis, es llamativo que en 1938, cuando ya habían comenzando a expandir su maquinaria bélica por Europa, la aviación, la armada y las SS se distrajeran en una supuesta expedición científica al continente helado.

El barco, repleto de aviones y científicos de todas las disciplinas, así como de oficiales de las SS, zarpó de Hamburgo el 17 de diciembre de 1938 y llegó a su destino, la Tierra de la Reina Maud, reclamada por Noruega, el 19 de enero de 1939, rebautizando el sector como Neuschwabenland.

Por casi un mes, los alemanes cartografiaron cada centímetro de esas tierras, por aire y a pie; capturaron ejemplares de focas, peces y pingüinos; realizaron exploraciones geológicas (descubrieron la falla del Atlántico), y para el 10 de abril ya estaban de vuelta en su Alemania, recibiendo medallas y felicitaciones de parte de la jerarquía del régimen.

La expedición boliviana

El inicio formal de la guerra, además, frenó la que iba a ser una de las expediciones estrella de la Ahnenerbea las ruinas de Tiwanaku, en Bolivia, que estaba organizando uno de los científicos del instituto, Edmund Kiss, convencido de que dicha ciudad no había sido erigida por ninguna de las civilizaciones precolombinas sino, nada más ni nada menos, por los antiguos arios. Kiss, arquitecto de profesión, ya había estado en 1928 en las ruinas, oportunidad en la cual había concluido que un busto humano esculpido en una escalera era claramente “ario”. Por lo mismo ansiaba volver, esta vez con un equipo formado por aviadores y buzos, para explorar con cámaras de cine las profundidades del lago Titicaca. Himmler estaba profundamente entusiasmado con el proyecto, que pretendía extenderse por al menos un año. En agosto de 1939 la idea estaba más viva que nunca y, pese a su elevado costo, tenía luz verde. Sin embargo, al mes siguiente, Hitler tuvo la febril idea de invadir Polonia, y con ello los planes de Kiss se disolvieron en el aire.

El santo grial

También por la misma época, hacia fines de los años treinta, otra expedición de la Ahnenerbehabía llegado a la Argentina tras la pista del legendario Grial. El grupo había arribado por barco a Buenos Aires y enseguida se había trasladado al centro del país, con una parafernalia de excavadoras, grúas y máquinas pesadas. Los expedicionarios se instalaron en las cercanías de Capilla del Monte, un pueblo de las sierras de Córdoba, y allí comenzaron a hurgar en las laderas del cerro Uritorco.

Dicho cerro había sido un lugar sagrado para los comechingones, una raza originaria exterminada por los españoles, que según algunos de los cronistas de Indias tenían características curiosas: eran altos, barbudos y de ojos claros, lo que había bastado para excitar la inestable imaginación de los científicos nazis. La hipótesis del Grial guardado en el Uritorco y custodiado por los indígenas partía de una lectura libre de algunas leyendas medievales que daban cuenta del supuesto traslado del vaso sagrado a América del Sur a finales del siglo XIII.

En las sierras cordobesas, los expedicionarios de la Ahnenerbetrabajaron durante meses, pero apenas si consiguieron resultados: ciertas pinturas rupestres que asociaron con signos rúnicos, leyendas indígenas donde quisieron ver antecedentes nórdicos y confusas historias de templarios que los habían precedido en la visita.

Curiosamente, más de tres décadas después de las expediciones lunáticas de la Ahnenerbe, otro antropólogo nazi residente en Buenos Aires, el francés Jacques de Mahieu, retomaría con fuerza el espíritu de las mismas y buscaría indicios de “arianidad” en las impenetrables selvas del Paraguay.

Discípulo de Charles Maurras, el ideólogo protofascista francés, en los años treinta había combatido en las filas franquistas de la Guerra Civil española, y regresó a Francia tras ser herido en el frente. En su país se recibió de abogado, sociólogo y antropólogo, y durante la ocupación alemana fue profesor de la Escuela de Altos Estudios Corporativos y Sociales y miembro de la División Carlomagno, un batallón de las SS hitlerianas formado por voluntarios extranjeros, que al final de la guerra intentarían defender Berlín hasta la última piedra.

Después de la rendición alemana fue condenado por colaboracionista, y tuvo que escapar de Francia. Primero se refugió en Suiza, donde esperó a su mujer, Florencia, y a sus dos hijos, y en 1946, cuando reunió a la familia, se embarcó hacia Buenos Aires. Mientras la esposa asesoraba empresas europeas que querían instalarse en la Argentina, De Mahieu comenzó a trabajar como docente. Su primer destino fue la Universidad de San Luis y más tarde la de Cuyo, en Mendoza, y para 1948 estaba en la Universidad de Buenos Aires. Ya se había acercado al peronismo y ese mismo año iba a integrar la Comisión Peralta, un organismo de Presidencia de la Nación encargado de explorar los ingresos al país de criminales de guerra.

Tras el derrocamiento de Perón, preventivamente, vivió durante un tiempo en Brasil, trabajando para el gobierno en estudios sobre la pobreza, y recién regresó a la Argentina cuando se sintió seguro. Fue decano de Ciencias Políticas en la Universidad de Ciencias Sociales, dictó clases en la Escuela Argentina de Periodismo y recuperó a sus amigos peronistas, quienes lo pusieron a dirigir la Escuela Superior de Conducción Política del Movimiento Nacional Justicialista.

Entre 1971 y 1977, una serie de expediciones al Chaco paraguayo lo llevarían a formular su teoría más osada, que lo emparentaba con la hipótesis de Edmund Kiss: que en el año 877, más de seis siglos antes del arribo de Colón, un grupo de vikingos habría llegado a las costas de México, descendido por los Andes hasta fundar Tiwanaku, en la actual Bolivia, y en el siglo XII, derrotado por las tribus de los diaguitas chilenos, se habrían dispersado hacia el este, refugiándose en lo que hoy es el límite brasileño-paraguayo de la cordillera de Amambay.

Las expediciones, apoyadas por la Gendarmería argentina y financiadas por la dictadura paraguaya de Alfredo Stroessner, habrían hallado ―eso decía él― restos de una ciudad vikinga en plena selva, con inscripciones rúnicas que serían descifradas por el arqueólogo alemán Hermann Munk. La teoría de De Mahieu llegaba a plantear el descubrimiento de una tribu, la de los guayakíes, a cuyos miembros les crecía la barba y de viejos perdían el pelo, que habrían sido descendientes de vikingos.

La hipótesis sería presentada en un conjunto de cinco libros: El gran viaje del dios Sol, La agonía del dios Sol, Drakkares en el Amazonas, La geografía secreta de América antes de Colón yEl rey vikingo del Paraguay.

A veces más clara y a veces disfrazada, su obsesión racista aparece como telón de fondo en todos los textos: superhombres arios y nórdicos, llegados seis siglos antes que Colón, habían sido los primeros en traer costumbres europeas a América aunque, claro, nunca hubo una sola prueba concreta al respecto.

 

OBS: Este texto es un extracto del libro “América Nazi” (Ediciones Norma, 2011, y Aguilar, 2014), coescrito por Jorge Camarasa y Carlos Basso