La secreta misión de Arturo Prat como espía

Es el 05 de noviembre de 1878 y un preocupado Aníbal Pinto Garmendia se pasea de lado a lado al interior de su oficina del palacio de La Moneda. Terminaba ya su segundo año al mando de Chile y los vientos de guerra soplaban desde todas partes, pero en ese momento su principal preocupación era Argentina. 

El presidente Pinto entendía muy bien los intríngulis de la política internacional y las presiones militaristas. No en vano había sido ministro de Guerra y Marina durante el gobierno de su antecesor, el presidente Federico Errázuriz, y luego de años de tensiones con Argentina por la posesión de la Patagonia las cosas estaban muy complejas. El flujo de información que llegaba desde allá era irregular y nada confiable. 

Quizá todo ello explica el hecho de que esa calurosa jornada de noviembre fuera el propio Presidente de la República quien pidiera a un capitán de la marina que ejecutara una delicada misión de espionaje. 

La historia de ese encuentro, al menos para Prat, había comenzado 24 horas antes, cuando el futuro héroe se encontraba tranquilamente al interior de la Gobernación marítima, en Valparaíso, momento en apareció un ordenanza que, afanoso, lo buscaba por todos lados. 

Prat le preguntó que ocurría y el muchacho le indicó que debía acudir en forma urgente a la oficina del Intendente de Valparaíso, Eugenio Altamirano. Este le entregó un telegrama, que decía que Prat debía trasladarse de inmediato a Santiago, para entrevistarse con el presidente.

Prat escribiría posteriormente que “el tren de 10 hrs. 40 mins. PM me transportó a la capital, donde amanecí sin haber podido conciliar el sueño en los incómodos carros de primera” (por aquel entonces, el viaje en el tren, inaugurado en 1863, demoraba ocho horas). 

Luego de llegar a Santiago y sacudirse “el polvo del viaje y la trasnochada”, Prat fue a ver su tía Clara, pero no la encontró, por lo cual se dirigió a La Moneda. 

El mandatario le explicó entonces su misión: quería que viajara a Montevideo, a fin de observar desde allí lo que estaba sucediendo en Argentina y determinar si efectivamente ese país estaba aprestándose a iniciar una guerra contra Chile.

Disciplinado, y pese a que su esposa esperaba el nacimiento del tercer hijo entre ambos, Prat respondió inmediatamente que sí.

Pinto le dio un firme apretón de manos y le instruyó a que regresara a mediodía. 

A esa hora, el presidente estaba con los ministros de Marina (Belisario Prats) y de Relaciones Exteriores (Alejandro Fierro). Prats habló brevemente con el capitán Prat y luego lo hicieron pasar nuevamente al despacho del presidente, donde le plantearon que lo ideal sería que, como cualquier espía clásico, utilizara un seudónimo, una chapa, pero Prat se negó, aduciendo que quería usar su nombre verídico.

La propuesta fue aceptada, pero de todos modos se acordó la creación de una “leyenda”, una historia falsa que sería la que Prat contaría en la capital uruguaya: que era un abogado chileno esperando embarcarse hacia Europa. 

También se acordó que las informaciones que Prat recopilara sobre la Armada y el Ejército de Argentina serían enviadas a Fierro y al Comandante en Jefe de la Marina, Juan Williams Rebolledo, quien se encontraba en Punta Arenas, y que en caso de que fuera necesario triangular informaciones; es decir, tratar de esconder el origen real de estas, los datos serían enviados al embajador chileno en París, el famoso escritor Alberto Blest Gana (autor, entre otras novelas, de “Martín Rivas” y “El loco estero”). 

Para ello se proveyó a Prat de dos claves criptográficas que debía utilizar para esconder el verdadero significado de los mensajes.

Del mismo modo, y dado que por aquellas épocas los diarios (sobre todo los de Valparaíso, ciudad donde sin duda había espías argentinos) publicaban los manifiestos de viajeros; es decir, los nombres de quienes se embarcaban, se determinó que Prat viajaría oficialmente hasta Punta Arenas en el Vapor “Valparaíso”, que zarpaba al día siguiente. En Punta Arenas abordaría, a su vez, otro buque, esta vez rumbo a Montevideo. 

Antes de partir, sin embargo, todo quedó formalizado en un documento que guarda el Archivo Nacional de Chile, y en el cual el ministro Fierro describe en detalle lo que se requiere de Prat. 

El texto, en el cual se alude a su patriotismo y sus conocimientos de oficial naval, se le pide que actúe como “agente confidencial” en Montevideo, con la posibilidad de trasladarse a Buenos Aires cuántas veces lo necesitara.

Allí, debía buscar antecedentes sobre “el número de buques, su clase, su artillería, su tripulación y el estado en que se encuentran para expedicionar”, así como los torpedos. También le instruyó a seguir “paso a paso” todos los movimientos de la marina o las tropas de infantería.

Todo ello sería realizado en estrecho contacto con los cónsules chilenos en Montevideo, José María Castellanos, y en Buenos Aires, Mariano Baudrix, a quienes Prat llevaba cartas en los cuales se les informaba de su misión.

Sin embargo, su misión no se limitaba al espionaje. Al mismo tiempo que se le encomendaba ponerse en contacto con Castellanos, se le instruía a evaluar la conducta del diplomático, e incluso recomendar su remoción, si estimaba que este no era leal a Chile. 

En Montevideo

Prat regresó de inmediato a Valparaíso, donde recibió dinero para sus gastos, y el 06 ya navegaba en un buque con destino a Punta Arenas. Allí, compró un ticket destinado a seguir en el mismo buque hasta Montevideo, ciudad a la que llegó finalmente el 18 de noviembre, alojándose en el Hotel Oriental. Desde ese lugar envió un telegrama cifrado al ministro Fierro y luego otro sin cifrar, pues sospechaba que los primeros eran interceptados y no los segundos, aunque de todos modos el último lo mandó con un nombre y dirección falsos.

Sin detallar cómo, se enteró de que el dictador en ejercicio en Uruguay en ese entonces, el coronel Lorenzo Latorre, quería poco a los argentinos y por ende tenía varios espías en Buenos Aires. 

El 22 envió una carta a su esposa, en la cual le describe la ciudad, cuya modernidad le tenía muy entusiasmado, y le anuncia que un par de días después partiría a Buenos Aires. En dicha capital, donde llegó tras cruzar el río de La Plata en un transbordador, se alojó en el Hotel Paz y se dedicó a conocer la ciudad. Asistió dos noches seguidas a la ópera y comenzó a trabajar.

Pese a que hoy Chile está inundado de argentinos y viceversa, y que a nadie le extraña oír un acento chileno en la avenida Corrientes de Buenos Aires, en 1878 la situación era muy distinta y adversa para el joven espía Prat. 

Según relata en los informes que envió, esa ciudad, que hoy es una megalópolis de 15 millones de personas, tenía solo 70 mil en ese momento, y de ese total, aseveraba Prat, solo dos eran chilenas. 

Claro, ya sabemos que el capitán Prat no se arredraba fácilmente, y siguió adelante con su misión, formándose una idea muy definida de la imagen que tenía la opinión pública, contraria a Chile en su mayoría y favorable a la guerra, sobre todo porque se creía que la Patagonia estaba repleta de recursos naturales que valía la pena defender por las armas.

Del mismo modo, averiguó varios secretos militares argentinos, entre ellos que dicho país había mandado a construir dos blindados a Estados Unidos y una torpedera a Inglaterra. También se enteró de que en Francia se estaba construyendo un blindado destinado a Argentina.

Rondando al lobo

Siempre presentándose por su nombre, una de las maniobras más arriesgadas que realizó fue visitar, en el puerto de Buenos Aires, el buque “Plata”, del cual informó a Chile que tenía doble hélice, que podría llevar 200 toneladas de carbón, que su tripulación era de unos 60 hombres, aproximadamente; que tenía dos cañones de 300 mm. y que poseía doble fondo. Asimismo, envió informes acerca de los barcos “Paraná” y “Uruguay”, así como de otros navíos menores. 

Pese a la importancia de su trabajo, Prat no se sentía a gusto con él ni, mucho menos creía que estuviera siendo de utilidad, pues escribió al Comandante en Jefe de la Armada Chilena, Juan Williams Rebolledo, que “mi misión en estos lugares carece de elementos para que sea fructífera y mis deseos serían ser reemplazado para ponerme a sus órdenes, en la Escuadra, donde estaría más en mi elemento”. 

Por cierto, el mismo día que escribía eso, el 06 de enero de 1879, se acababa de enterar que su hijo Arturo había nacido en Valparaíso.

Vaya ingenuidad. Le dijeron que no y ante ello le pedía a su esposa que no se apresurara en bautizar al bebé, “pues me sería mui triste no encontrarme en la ceremonia”.

En ese momento, además, su percepción de algunas cosas había cambiado, convenciéndose de que el presidente argentino, Nicolás Avellaneda, en realidad quería la paz, lo mismo que las mayorías parlamentarias. 

La invitación le llegó por un tercero, el senador argentino Gregorio Torres, con quien Prat había trabado cierta amistad por medio de su guía en Buenos Aires, el chileno Francisco Javier Hurtado Barros.

Sin embargo, el joven oficial chileno y el mandatario apenas pudieron saludarse, pues el presidente Avellaneda iba saliendo a tomar un tren y Prat regresaba al día siguiente a Montevideo.

En este punto es necesario decir que Prat cultivó numerosas relaciones sociales en Buenos Aires y Montevideo.

El 10 de enero de 1879 despachó un nuevo documento al ministro Fierro, el cual contenía un balance completo de todos los buques que poseía Argentina, incluyendo sus cantidades de tripulantes, su artillería y tonelajes. 

Lo mismo hizo respecto del ejército, conformado por más de 9 mil hombres. Igual que en el caso de las fuerzas marítimas, el capitán Prat remitió a Chile un detalle completísimo de la artillería, la infantería, la caballería, la Escuela Militar argentina, las fuerzas provinciales y la Guardia Nacional.

En las fauces del lobo

No obstante, eso no era todo. Por el contrario. No tenemos ni una idea de cómo lo logró, pero Prat entró al “Parque de guerra”, los arsenales del Ejército Argentino, situados en la zona que hoy se encuentra frente a la Corte Suprema de Buenos Aires, y que por entonces ocupaban toda la cuadra.

Como él mismo lo dice, “visitar ese departamento era el principal y más importante objeto de mi viaje, objeto que afortunadamente conseguí en momentos en que todos sus talleres funcionaban, aunque no un escaso número de operarios”. 

Gracias a ello, pudo efectuar una acabada descripción de las máquinas que había allí, la fundición con que contaban, los moldes con que hacían proyectiles, los talleres de carpintería, el de cápsulas metálicas e incluso la cantidad de fusiles de chispa almacenados allí, que Prat estimaba entre siete y ocho mil, entre muchos otros antecedentes que consiguió. 

Recién el 18 de enero de 1879, ya de regreso en Montevideo, Prat se impuso, por medio de una carta que le enviara el Ministro de RREE, que se había firmado un tratado con los argentinos y que, por ende, su misión estaba por finalizar. El 28 de enero finalmente llegó a su poder el telegrama que le autorizaba a regresar a Chile. El 04 de febrero partió de regreso en el mismo vapor, el “Valparaíso” y para el 16 de ese mes ya estaba en el puerto principal, donde emitiría su último reporte en calidad de “agente confidencial”. 

En este argumentaba que pese a todas las bravuconadas, Argentina estaba en ese momento en una situación de inferioridad militar y económica, al punto que especulaba con que bastaría bloquear el Mar de la Plata para hostilizar a ese país “de manera efectiva”.

Prat ya llevaba varias semanas en Chile cuando su verdadero cometido en Argentina quedó al descubierto por medio de una nota periodística, publicada en el diario “La Patria Argentina”, y que bajo el título de “Un bombero argentino”, decía que “últimamente vino a Buenos Aires, diciendo que venía de Europa, el capitán de fragata chileno señor Praat. El señor Praat, que decía querer visitar a Buenos Aires antes de regresar a Chile, fue presentado en casa de don Gregorio Torres, con quien fue a la estancia de este señor, en la Magdalena. Ahora está averiguado que el señor Praat no era más que un espía, enviado por el gobierno de Chile, para estudiar nuestros elementos marítimos i estar a la mira del movimiento de nuestra escuadra”. 

El texto, reproducido el 14 de marzo en un diario chileno, deja en evidencia que de algún modo los argentinos terminaron enterándose de la verdadera naturaleza del joven oficial. 

No obstante, los ojos de Chile se posaban sobre un nuevo frente. 

El 02 de abril Chile declaraba la guerra a Perú y el 21 de mayo de 1879 el capitán Prat saltaba hacia la muerte, frente a Iquique, sin quizá saber que pese a ello, ganaría la inmortalidad.

Texto condensado del libro “La Conexión chilena”