Mossad – Sin etiqueta https://www.sinetiqueta.cl Noticias Thu, 06 Feb 2020 20:35:39 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=5.3.2 https://www.sinetiqueta.cl/wp-content/uploads/2019/05/logoicon.png Mossad – Sin etiqueta https://www.sinetiqueta.cl 32 32 Eichmann en Jerusalén: el estudio de Hannah Arendt acerca de la banalidad del mal https://www.sinetiqueta.cl/eichmann-en-jerusalen-el-estudio-de-hannah-arendt-acerca-de-la-banalidad-del-mal/?utm_source=rss&utm_medium=rss&utm_campaign=eichmann-en-jerusalen-el-estudio-de-hannah-arendt-acerca-de-la-banalidad-del-mal Fri, 07 Feb 2020 10:15:46 +0000 https://www.sinetiqueta.cl/?p=3048 Seguir Leyendo]]> Una de las ideas quizá más radicales, importantes y al menos comprendidas dentro del pensamiento filosófico occidental en los últimos cien años, ha sido la de la banalidad del mal, como denominó la filósofa Hannah Arendtal tipo de pensamiento (más bien, de “no-pensamiento, siguiendo sus reflexiones) que dominaba en la mente del criminal nazi Adolf Eichmann, y que figuraba como subtítulo de su famoso reportaje-ensayo “Eichmann en Jerusalén. Un reporte sobre la banalidad del mal”, libro esencial, que acaba de ser reeditado en Chile por Lumen.

Arendt era hija de judíos ilustrados, que luego de estudiar filosofía en Maburgo (donde se convirtió en amante de su profesor, Martín Heidegger, quien posteriormente sería un ardiente partidario del nazismo) y luego de hacer su doctorado en Heidelberg, se instaló en Berlín.

Tras el advenimiento del nazismo, en 1933, se incorporó a la Organización Sionista Alemana, dirigida por el periodista Kurt Blumenfeld, para la cual comenzó a realizar trabajo clandestino: revisar bibliotecas y recopilar material de los nazis en que se traslucía su intención de aniquilar al pueblo judío, con el fin de enviárselo a medios de comunicación extranjeros, donde no creían (igual como muchos en Alemania) que los seguidores de Hitler realmente tuvieran esa intención.

Poco le duró. En 1933 la recién formada policía secreta de las SS, la Gestapo, la detuvo junto a su madre, y aquí nace la simiente de lo que posteriormente sería su libro más famoso: quien la aprehendió fue un exoficial de la policía criminal, ahora traspasado a la policía política, quien a diferencia de lo que ella esperaba, resultó ser un hombre gentil y considerado.

De hecho, cuando le llevaba al cuartel en auto, ella le confesó que sufría de tabaquismo y no tenía cigarrillos, ante lo cual su captor se detuvo y fue a comprarle varios paquetes, instruyéndola acerca de cómo podía meterlos en la celda en que sería dejada.

Al día siguiente, mientras la interrogaba, la filósofa se quejó por el mal sabor del café que le habían convidado. El sujeto de la Gestapo corrió entonces a conseguirle un café de mejor calidad. Como ella misma diría después, dicho oficial, cuyo nombre no aparece en ninguna de las biografías de Arendt que he podido revisar, “era un hombre encantador”, quien le aconsejó además que no tomara el abogado que Blumenfeld ofrecía, sino que dejara el asunto en sus manos y que así ella quedaría pronto en libertad.

Así fue. Tras ocho días de cautiverio en manos de ese miembro de la Gestapo, Arendt recobró su libertad, pero sabía que la próxima vez no tendría la misma suerte. De hecho, pese a los esfuerzos de su amigo, salió desde el cuartel de la policía secreta convertida en una apátrida, pues su pasaporte y todos sus papeles quedaron incautados allí.

El escape

Hannah Arendt en su juventud.

De ese modo, decidió que había que escapar de Alemania, lo que hizo junto a su madre, atravesando a pie y de noche la frontera, perseguidas por perros pastores. Tras varias penurias, llegaron a Praga. Desde allí partieron a Ginebra y luego a Paris, donde Hannah se reunió con su primer marido, separándose de él y casándose más tarde con el filósofo alemán Heinrich Blücher.

Fue en la ciudad de las luces donde Arendt, que era hija de judíos no religiosos, se reconectó con sus raíces, aprendiendo yiddish, integrándose a la Youth Aliyha (una organización que ayudaba a adolescentes judíos a huir a Palestina) y trabajando como activista de la causa sionista… hasta que los franceses decidieron detener a todos los alemanes, pues estaban en guerra con ellos.

Aquello significó que una vez más Arendt y su madre fueran arrestadas, esta vez en el campo de Gurs, de donde lograron arrancarse a tiempo. Posteriormente, cuando los alemanes ocuparon Francia, casi todos los judíos que se encontraban en ese lugar fueron deportados a Auschwitz.

Finalmente, Arendt y su familia llegaron, como tantos otros, a Estados Unidos. Se asentaron en Nueva York y desde allí, además de trabajar como periodista en distintos boletines antinazis y projudíos, desarrolló una fructífera carrera como académica.

El mal radical

Quizá el mayor triunfo de ello fue la publicación, en 1951, de su monumental libro “Los orígenes del totalitarismo”, en el cual analiza los regímenes coloniales, así como el nazismo y el comunismo (ella nunca fue comunista, a diferencia de lo que algunos creen).

Dicho texto gira en torno a un concepto del mal acuñado por el filósofo alemán Inmanuel Kant, quien decía que los humanos poseían un mal radical (das radikal böse, era la expresión original), utilizando el adjetivo de “radical” en el sentido de “radicación”; es decir, Kant creía que en todas las personas hay un mal que es innato, que es propio de la especie, que radica en los humanos.

Aunque Arendt usaba la misma expresión, le dio un giro en cuanto a su sentido. Para ella, luego de lo obrado por los nazis, era necesario entender el mal de un modo distinto, y por eso hablaba de “mal radical”, entendiendo como “radical” algo excesivo, fuera de control y fuera de toda lógica. De acuerdo con su estudio, ese mal buscaba la aniquilación completa de los seres humanos y estaba en relación con la tradición judeo-cristiana del demonio, del monstruo.

En dicho sentido, graficaba a los miembros de las SS alemanas como “bestias en forma humana”.

En 11 de mayo de 1960, el Mossad asestó un golpe de relevancia mundial, que solo se conoció 14 días después, cuando Ben Gurión, el Primer Ministro de Israel, anunció que personal de dicha agencia de inteligencia había secuestrado en las afueras de Buenos Aires a Adolf Eichmann, teniente coronel y jefe de la oficina de las SS nazis dedicada al transporte y asentamiento de los judíos deportados desde cientos de ciudades europeas a los más de 20 campos de concentración que tenían en Alemania y los países vecinos, quien era buscado por crímenes contra la humanidad desde 1956, cuando un fiscal alemán pidió la primera orden de detención en su contra, al tribunal regional de Frankfurt.

Ante ello, el gobierno de Israel comunicó que el nazi sería objeto de un juicio que tendría lugar en Jerusalen. Pese a las protestas argentinas por el secuestro a que habían sometido a Eichmann, Ben Gurión se mantuvo firme y argumentó que los crímenes y el volumen de estos eran tan excepcionales, que las normas tradicionales del derecho no eran aplicables aquí, algo que aún se discute.

Pocos días después de ello, Arendt le mandó una carta a su mejor amiga, la escritora Mary McCarthy, en la cual le decía que “acaricio la idea de conseguir que alguna revista me envíe a hacer un reportaje sobre el juicio de Eichmann. Es una idea muy tentadora. Era uno de los más inteligentes de todos ellos. Podría ser interesante. Y horrible”.

No se sabe si por influjo de ella o por iniciativa propia, el 11 de Agosto Arendt le envió una misiva al histórico editor de la Revista “The New Yorker”, William Shawn, quien en 1946 había mandado a un desconocido periodista llamado William Hersey a cubrir cómo se había vivido la explosión nuclear en Hiroshima por parte de las víctimas (algo que ningún medio estadounidense había siquiera pensado en hacer), lo que dio lugar a una edición monotemática de la revista, titulada “Hiroshima”, que dio pie al libro del mismo nombre.

Shwan, que pocos años más tarde sería también quien daría luz verde a Truman Capote para ir a un pueblo llamado Holcomb a cubrir el crimen de una familia (con lo cual nacería una de las más famosas novelas de no ficción de la historia: “A sangre fría“) leyó varias veces la carta de Arendt, quien le decía que estaba muy interesada en ir a cubrir el juicio de Eichmann y que podría contribuir con uno o dos artículos.

Por supuesto, el editor aceptó de inmediato. A raíz de aquello, Arendt, que en 1961 debía iniciar una beca con la fundación Guggenheim, pidió la postergación del beneficio, explicando que iría a Israel a cubrir el juicio. Argumentaba que se había perdido los juicios de Nuremberg y decía que “yo nunca he visto a esta gente en persona, esta es probablemente mi única oportunidad”.

El juicio

Sin embargo, Arendt no encontró lo que quería ver. En la jaula de cristal en que metían a Eichmann para que no fuera objeto de atentados no había un teutón de dos metros de estatura que juraba matar a todos los judíos del mundo sino, por el contrario, un hombre mas bien delgado, pequeño, semi calvo, de nariz ganchuda, piel cetrina y pelo oscuro, que pasó buena parte del juicio resfriado y que decía ser un admirador de los judíos.

No era un monstruo”, fue una de las primeras reflexiones de Arendt al verlo, y no fue la única que lo notó. La afamada periodista judía Martha Gellhorn también se dio cuenta de la pequeñez del personaje, lo mismo que el periodista judío Harry Mulisch. Hoy, por cierto, hay evidencia en orden a que Eichmann matizó su carácter y se mostró como un hombre simple y obediente de las leyes en el juicio, incluso citando a Kant, cuando decía que los hombres están obligados a obedecer a la autoridad, en circunstancias que las cintas de audio que grabó en Argentina junto al también nazi Wilhelm Sassen y otros más, lo muestran como un nazi fanático (y también es posible que allí haya exagerado su fanatismo).

Como sea, lo que todos vieron allí fue a un sujeto que alegaba no haber matado a nadie con sus manos, pero que no desconocía donde iban las víctimas en los trenes que él coordinaba por toda Europa central, ni de la cantidad de personas que habían sido eliminadas: casi seis millones, cifra que él llevaba anotada con extrema acuciosidad.

Dos años más tarde, ya con Eichmann ejecutado y luego de varios retrasos, “The New Yorker” publicaba “Eichmann en Jerusalén. Un reporte sobre la banalidad del mal”, libro que despertó muchas críticas (sobre todo de sectores judíos, que creían que Arendt de algún modo exoneraba a Eichmann al no retratarlo como un demonio) y pasiones, pero que permitió tipificar, por decirlo de algún modo, a un criminal que no pensaba en términos reflexivos ni sentía culpa por lo que hacía, simplemente porque alguien se lo había encomendado. Del mismo modo, ese criminal sentía una absoluta falta de empatía hacia sus victimas y además tenía una visión distorsionada de sí mismo, en la cual aparece como una persona de bien y útil a la sociedad.

Como decía Arendt, son la mayoría, y eso es lo que los hace terroríficamente malignos.

Bonus track cinéfilo

Ha habido muchas películas y libros sobre Eichmann el Arendt, pero hoy por hoy la que está más a mano es “Operación final” (Netflix) que muestra el secuestro. En 2015 apareció “The Eichmann show”, que muestra la forma en que se televisó el juicio, con imágenes originales del mismo, y poco antes, en 2012, se estrenó la película “Hannah Arendt”, con Margarethe von Trotta en el papel principal, en una gran aproximación a la figura de esta eminente pensadora.

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Los siempre sigilosos pasos del Mossad en Chile https://www.sinetiqueta.cl/los-siempre-sigilosos-pasos-del-mossad-en-chile/?utm_source=rss&utm_medium=rss&utm_campaign=los-siempre-sigilosos-pasos-del-mossad-en-chile Mon, 27 Jan 2020 10:39:27 +0000 https://www.sinetiqueta.cl/?p=2867 Seguir Leyendo]]>

Discreto por sobre todo, el Mossad, el servicio de inteligencia exterior de Israel, ha dejado pocas pero profundas huellas en la historia chilena. Pese a que el país no es un centro de operaciones para Israel ni figura dentro de sus principales preocupaciones, sí está permanentemente al tanto de lo que aquí ocurre.

Esta nota, por ejemplo, pasará a formar parte de los dossiers de prensa que periódicamente recolecta el encargado militar de la Embajada en Santiago, que si bien no es un integrante del Mossad, generalmente es un experto en inteligencia (hay más de siete agencias de inteligencia en Israel).

Miembros del Mossad, de hecho, no hay en Chile, pues sus agentes operativos -los llamados “katzas”- no son más de 40. Son entrenados durante dos años en Tel Aviv y luego quedan a disposición de su servicio para ejecutar funciones en cualquier parte del mundo, aunque estas generalmente se han concentrado en Medio Oriente y Europa.

Pese a estos números aparentemente pobres, en realidad el Mossad cuenta con cientos de miles de ayudistas -en la jerga de la inteligencia chilena- que son conocidos como “sayanin”. Se trata de israelís o descendientes de tales residentes en distintos países, los cuales proporcionan auxilio en lo que sea: dinero, la obtención de documentos, vehículos o cualquier elemento necesario para una operación. Son cerca de una docena de “sayanin” los que se estima que el Mossad tiene en forma activa en Chile.

Uno de los puntos permanentes de mirada de los “sayanin” locales, así como de las autoridades de la embajada de Santiago, son los movimientos de simpatizantes del movimiento shiíta Hezbolláh, cuyos nexos en Iquique se conocieron algunos años atrás, cuando incluso la CIA intentó realizar un operativo en contra de un supuesto financista del Hezbollá en dicha ciudad.

Tampoco es para nadie un misterio que tienen una atención permanente sobre las actividades de la embajada de Irán en Santiago, sobre todo luego de que en 1992 se produjera el atentado explosivo que destruyó la embajada de Israel en Buenos Aires, cuando 8 diplomáticos iraníes estacionados en Argentina fueron trasladados a Chile, luego de lo cual se les perdió el rastro. Hasta el día de hoy, esos diplomáticos son los principales sospechosos del atentado, lo que se confirmó cuando un tiempo después de éste, en un discurso televisado el ayatola Ali Akbar Meshkeni calificara como un acto “positivo” el bombazo, que dejó 24 muertos, el cual dijo –equivocadamente- había sido cometido en Chile.

Los “sayanin” locales se encuentran repartidos principalmente en Santiago, Concepción y Valparaíso y pese a que ninguno de ellos ha actuado operativamente, es bien sabido en los círculos locales que algunos de ellos cuentan con cierto grado de instrucción en combate e inteligencia. Debido a su formación casi militar, cuando requieren cobertura de seguridad para sus actos –por ejemplo, la celebración del día de Yom Kippur- generalmente se relacionan con la inteligencia policial de Carabineros.

El Mossad puso su atención en Sudamérica a fines de los años 50, cuando además de su preocupación por el tema palestino, estaba la caza de criminales nazis. Famosa es la historia de Adolf Eichmann, secuestrado en Buenos Aires en 1960 por un comando del Mossad (y luego ejecutado en Israel), así como la persecución que este servicio realizó durante varios años en contra de Joseph Mengele, infructuosamente.

Menos conocida es la operación realizada en 1965 en Montevideo, donde varios de los integrantes del mismo comando que secuestró a Ecihmann, asesinaron al ex nazi letón Herbert Cukurs, quien residía en Río de Janeiro y en contra del cual montaron una impresionante operación de inteligencia para llevarlo a Uruguay y matarle allí, por un motivo muy simple, que se explica con lujo de detalles en esta nota.

Menos conocida, sin embargo, es la actuación del Mossad en el Gobierno Militar. Víctor Ostrovsky, un “katza” que desertó a principios de los años 80, asegura en su libro “Mossad” que a fines de 1975 la inteligencia naval de Israel averiguó que Egipto había comprado misiles Exocet. Como sabían que Francia no se los vendería -porque los copiarían- los israelíes decidieron buscar afuera alguien que les vendiera la cabeza de un misil, y así saber a qué se estaban enfrentando.

De este modo, se efectuó un estudio de los países que estarían en condiciones de hacer el negocio y se eligió a Chile. Para ello, uno de los más altos agentes del Mossad, Nahum Admony, negoció personalmente con Manuel Contreras, el director de la DINA, la adquisición de una cabeza de Exocet. A cambio de ella, un grupo de oficiales y suboficiales de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA) recibió adiestramiento de élite de parte de las fuerzas de seguridad israelíes. Y no sería lo único. Según informaciones recogidas en el mundo de los Derechos Humanos, Contreras habría recibido un millón de dólares por la “gestión”.

De hecho, pese a cualquier cosa que se pudiera pensar, las relaciones entre el Gobierno Militar y Tel Aviv siempre fueron al menos nominalmente buenas. Cuando se produjo la desaparición del norteamericano Boris Weisfeiler (nacido en Rusia y de ascendencia hebrea), quien se perdió en las cercanías de San Fabián de Alico, en 1985, muchos apostaron a que se trataba de un agente del Mossad siguiendo la pista de algunos criminales de guerra nazi supuestamente ocultos en los contrafuertes cordilleranos del cajón del Ñuble.

Por cierto, Boris no era agente de nada, sino un matemático solitario, que rehuía de las personas y que gustaba del aire libre. Hasta el momento, de hecho, ni siquiera se ha podido probar alguna participación de Colonia Dignidad en su desaparición, entre otras cosas porque quien aparecía claramente implicado en ella según el extravagante testimonio de un informante secreto era Paul Schäfer, actualmente fallecido.

Como fuera, tras la desaparición de Wesifeiler el Mossad efectuó una serie de discretas averiguaciones. Según el antiguo periodista chileno Osvaldo Muray, un oficial de ese servicio incluso se reunió con los líderes de Colonia Dignidad, quienes le aseguraron que no tenían nada que ver.

Hayan sido ciertas o no las relaciones de los habitantes del enclave con la inteligencia israelí, un hecho que demostraría las buenas relaciones entre la CNI y el Mossad en esos años es que cuando el informante que implicó a Schäfer en el caso llegó al consulado de Estados Unidos en 1986 a entregar antecedentes, dijo que antes de ello pensó ir a la Embajada de Israel, pero que luego prefirió no hacerlo debido a los vínculos entre esa repartición y la desaparecida Central Nacional de Informaciones.

Las uvas envenenadas

Uno de los personajes más polémicos de la historia del Mossad ha sido Ari Ben Menashe, un alto oficial de esa entidad que estuvo 11 meses preso por su participación en el escándalo Irán-Contras, en el cual actuó vendiendo armas a diestra y siniestra junto al coronel norteamericano Oliver North.

Según relata Gordon Thomas en su libro “Los espías de Gideon” (traducido al español como “Mossad”), uno de los implicados en el caso Irán-Contras fue Amiram Nir, asesor del primer ministro en antiterrorismo. Este falleció en un extraño accidente de aviación acaecido luego que Ben Menashe lo visitara en Londres en 1988, para preguntarle qué iba a decir cuando fuera llamado a declarar en el juicio contra North.

La respuesta de Nir fue que comprometería seriamente a Israel en el escándalo, así como a los gobiernos de Sudáfrica y Chile. Tras ello, el 30 de noviembre de 1988, Nir viajó a México, donde representaba una firma productora de paltas. El avión se accidentó y él falleció.

El 1 de diciembre; es decir, dos días después, Thomas cuenta que “Ari Ben Menashe salía de una oficina de correos en el centro de Santiago de Chile. Iba acompañado por dos guardaespaldas, que ahora consideraba necesarios para su protección”.

En ese momento aparece el testimonio de Menashe: “de repente, la vitrina que acababa de pasar se hizo trizas. Luego algo se incrustó en el maletín metálico que llevaba. Los dos guardaespaldas y yo nos echamos cuerpo a tierra al darnos cuenta de que alguien nos disparaba”.

Thomas no arroja mayores luces sobre el asunto en el libro. Ben Menashe, consultado al respecto, no quiso contestar ninguna pregunta al respecto, la más obvia e intrigante de las cuales es qué hacía en Santiago.

Un esbozo de respuesta, sin embargo, lo aportó él mismo en su libro “Ganancias de guerra: al interior de la red de armas Israel-Estados Unidos”. En uno de sus capítulos, relata que –como lo sabe todo el mundo- tras la derrota de Pinochet en el plebiscito del 5 de octubre de 1988, se agudizaron las diferencias entre el ahora desaforado senador y el general Fernando Matthei, el primer integrante de la junta en reconocer el triunfo del “No”.

Uno de los de motivos de las diferencias –asegura- es que Matthei estaba empeñado en detener lo que llama “tráfico de armas no convencionales y químicas” a Irak. Bien es sabido que Carlos Cardoen vendió bombas de racimo a Saddam Hussein en los años 80, justo cuando Estados Unidos proveía de todo tipo de armas a quien luego sería su bestia negra en los años 90. Mucho se ha rumoreado además sobre el tema de las armas químicas, pero hasta el momento no se ha comprobado. Por su parte, Ferrimar, la empresa chilena creada como competencia a Cardoen, proveyó también de bombas de racimo y quizá qué más al régimen iraní del Ayatola Jomeini.

De acuerdo a la versión de Ben Menashe, él también estaba intentado lo mismo, debido al peligro que Irak significaba para su país, lo que enfureció a la administración republicana en EEUU, por el negocio que tenían en el caso Irán-Contras.

En función de ello, el ex agente del Mossad culpa a la inteligencia de EEUU de haber planificado el envenenamiento de las uvas chilenas en el puerto de Filadelfia, en 1989, lo que significó pérdidas por 800 millones de dólares al país, debido a la prohibición de exportar. Esta restricción, asegura Ben Menashe en su libro, sólo se levantó una vez que Matthei –históricamente ligado a los agricultores y lejos la figura más moderada de la Junta de Gobierno- perdió todas sus influencias.

NOTA: Esta es una versión actualizada de una crónica publicada en 2001 en la desaparecida revista La Huella, dirigida por Manuel Salazar.

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