Manuel Contreras – Sin etiqueta https://www.sinetiqueta.cl Noticias Tue, 04 Feb 2020 02:15:44 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=5.3.2 https://www.sinetiqueta.cl/wp-content/uploads/2019/05/logoicon.png Manuel Contreras – Sin etiqueta https://www.sinetiqueta.cl 32 32 Franz Bäar: la historia de un esclavo de Colonia Dignidad https://www.sinetiqueta.cl/franz-baar-la-historia-de-un-esclavo-de-colonia-dignidad/?utm_source=rss&utm_medium=rss&utm_campaign=franz-baar-la-historia-de-un-esclavo-de-colonia-dignidad Tue, 04 Feb 2020 11:00:48 +0000 https://www.sinetiqueta.cl/?p=3001 Seguir Leyendo]]> El mundo de Franz Bäar es muy distinto del suyo o el mío. A los 10 años, como recuerda, no había tenido jamás un par de zapatos que cubriera sus pies, solo un par de ojotas que alguna vez alguien le regaló, las cuales, por cierto, servían de bien poco ante el frío de la precordillera allá en Catillo, en la VII Región.

–Para comer recogía cáscaras de naranja, de manzanas, pedazos de pan. Yo me alimentaba en la calle –recuerda, tratando de buscar las palabras adecuadas en español, aquellas que le cuesta mucho encontrar, pues a contar de los 10 años su idioma natal fue remplazado por el alemán, dado que a esa edad, creyendo que allí podría superar su pobreza, convenció a su madre de que lo fuera a internar a la Colonia Dignidad.

Eran mediados de los años ’60. A partir del minuto en que lo ingresaron al enclave creado por Paul Schäfer al interior de Parral, perdió su identidad original (Francisco del Carmen Morales Norambuena), dejó de ver a su familia y comenzó a internarse en una cultura e idioma que no conocía, al punto que hoy se confunde con los tiempos verbales y la gramática del que alguna vez fue su idioma natal.

Pasado un año al interior de la colonia, Franz ya había visto suficientes golpizas a niños y niñas como para darse cuenta de que estar allí era una alternativa peor a la pobreza. Sin embargo, en esos 12 meses también comprendió que huir no era tan simple. “Imposible”, en realidad, creía él.

No obstante, en 1969 decidió que debía escapar de allí a como diera lugar. Un par de años antes ya había huido un colono, el entonces joven Wolfgang Kneese–quien fue el primero en denunciar todos los maltratos y abusos de Paul Schäfer y compañía–, y la paranoia de este y sus jerarcas se había vuelto extrema. Aunque nadie hablaba al respecto, cuando Kneese fue regresado a la colonia todos sabían que había intentado escapar, pues vestía una vistosa camisa roja y un pantalón blanco, muy poco aptos para el trabajo en el campo, pero ideales para ser apreciado desde cualquier parte, a fin de que los equipos de seguridad de la colonia pudieran darle caza.

En medio de ese ambiente, cierto día se perdieron las llaves del dormitorio de los jóvenes, en el cual vivía Franz.

–Me acusaron de tenerlas y eso era imposible –rememora, indignado. Por supuesto, no le creyeron, pero sí a su acusador, Wolfgang Zeitner, según la versión de Bäar.

Como resultado, ocho jerarcas de la colonia, encabezados por Schäfer, comenzaron a azotarlo en forma brutal –utilizando para ello también patadas y golpes de todo tipo– con cables de electricidad de un grosor considerable (varios centímetros), los que habían sido especialmente acondicionados como armas a fin de defenderse de un supuesto asalto que los partidarios de Allende harían a la colonia, especie que circuló durante años en la colonia y que se utilizó para justificar la compra de armamentos y gases venenosos.

–Varias veces me caí. No tenía aire para nada –rememora, quebrándose.

Franz perdió la noción de cuánto rato estuvieron flagelándolo, situación que solo se detuvo cuando uno de los jerarcas advirtió a los demás que la camisa de Bäar estaba bañada en sangre.

Una rata de laboratorio

Como si fuera una teleserie de horror, luego de la golpiza se llevaron a Franz al hospital de la colonia, un recinto más cercano al asilo Arkham que a un recinto de salud, donde permaneció internado por casi 30 años, en medio de los cuales recibió incontables inyecciones de drogas desconocidas y electroshocks, sufriendo además un intento de homicidio.

Yo fui un conejillo de Indias –explica muy serio, a punto de quebrarse. Luego sigue hablando en su español imperfecto, recordando que a diario recibía dos o tres inyecciones de parte de las enfermeras María Strebe y Dorothea Witthahn (la esposa del prófugo Harmutt Hopp, hoy protegido por la justicia alemana).

–Yo sentía adónde iba el líquido, en la vena y en el cuello –contaba hace cuatro años, tratando de escoger el verbo más adecuado para describir cómo los líquidos desconocidos circulaban por su cuerpo, sentado en la casa que habitaba por aquel entonces a pasos del río Itata y a menos de dos kilómetros del “Casino Familiar” que la Colonia aún mantiene en la comuna de Bulnes, a 80 kilómetros de Concepción.

Recién el 2002, amparado por el entonces fiscal de Parral, Ricardo Encima, y detectives de la PDI, Franz pudo por fin abandonar la colonia, acompañado de su esposa, Ingrid Szurgelies, y sus suegros. Tras ello, Franz e Ingrid han emprendido diversos rumbos. Estuvieron un tiempo en Alemania, pero regresaron pronto a Chile. Vivieron un tiempo en Chiloé, en Santiago y también en Lo Zárate, en la secta liderada por Paola Olcese. Hoy están en el sur de Chile, dedicados a la agricultura y la crianza de animales de granja.

En 1974, y mientras seguía internado en el hospital, varias manos se abalanzaron sobre Bäar, una noche, y lo lanzaron por la ventana del segundo piso hacia abajo. Sobrevivió, aunque el dolor de la columna que le quedó, producto de las fracturas, lo persigue hasta hoy en día, como un fantasma que le succiona un poquito de vida cada mañana, especialmente en las de invierno, cuando el frío y la humedad lo obligan a taparse hasta la cabeza con un gorro estilo ruso, para tratar de soportar las punzadas que siente en la columna, en el cuello e incluso en el cráneo.

Franz Bäar vive aquejado de dolores, producto de las golpizas que recibió en la colonia (fotografía de Claudio Concha).

Franz Bäar vive aquejado de dolores, producto de las golpizas que recibió en la colonia (fotografía de Claudio Concha).

En esos días, sumido en los dolores, me cuenta que no los soporta más y que lo único que lo calma un poco es una especie de crema de maqui que él mismo prepara, una especie de cataplasma. Le digo que debe ir a un hospital, pero se niega tajantemente. Poco después, Hernán Fernández, su abogado, me explicaría que ello es producto del pánico que siente ante la sola posibilidad de ver una enfermera, una jeringa, una pastilla.

–Su reacción es completamente lógica. Fue torturado por 30 años al interior de un hospital –reflexiona su abogado.

Franz recuerda a la perfección el diálogo que sostuvo con una enfermera distinta de las habituales, que llegó cierto día a inyectarlo. Era una joven que él conocía bien y con la cual había cierta confianza.

–¿Qué me vas a inyectar? –le preguntó.

–No te lo puedo decir –respondió ella, muy complicada.

–Entonces tú lo sabes. ¿Y esa cuestión me vas a entregar? Yo te conozco. ¿Cómo es posible que me vas a inyectar esa cosa? Si es bueno, inyéctame. Si es malo, tienes que sacar del camino (sic) –le pidió Franz, recordando el diálogo en su español alemanizado.

Para su asombro, la mujer vació el contenido de la jeringa en algún lado.

–Fue peligroso para ella también. Siempre había alguien en el pasillo, observando. Cada enfermera era vigilada –acota Ingrid, mientras sirve a su marido pan integral, que ella misma cocina.

Por cierto, las inyecciones no eran el único “tratamiento” a que sometieron a Bäar, quien no sabe cuántas veces lo sometieron a electroshocks. Lo que sí recuerda perfectamente es haber despertado muchas veces y ver que en su habitación estaba instalado el aparato que utilizaban para aplicar electricidad a los “pacientes”.

Agentes extranjeros

–Yo fui un conejillo de Indias para la ciencia internacional –reitera Franz, explicando lo último en función de que (en la colonia) hubo “muchos agentes militares de Alemania, de muchos países, también científicos de Checoslovaquia, de Polonia”, que estima lo observaron tanto a él como a “los presos políticos que se llevaban al hospital”.

Samuel Fuenzalida Devia, que en 1973 era un simple conscripto que tuvo la desgracia de ser enviado a la DINA (de la cual desertaría poco después, huyendo a Alemania) conoció bien la Colonia. Su testimonio fue vital para condenar al ex jefe de la DINA en Parral, Fernando Gómez Segovia, por el secuestro del militante del MIR Álvaro Vallejos Villagrán, a quien entregaron en 1974 a Paul Schäfer en persona, luego de trasladarlo desde Santiago. Poco después, Fuenzalida se volvería a topar con Gómez en Santiago, esta vez en un entrenamiento que oficiales de la CIA ofrecieron a funcionarios de la DINA, curso en el cual también rondaron alemanes de Dignidad, aunque los norteamericanos y alemanes no eran los únicos extranjeros que había por allí.

Recuerdo que había un brasileño o portugués hablando allí por radio –me dijo Samuel Fuenzalida en un caluroso día de febrero en Santiago, sentados en un café ubicado a dos cuadras de La Moneda. Le pregunté qué sabía sobre Dignidad y el BND, el servicio de inteligencia alemán, formado después de la Segunda Guerra Mundial y encabezado por Reinhard Gehlen, un ex oficial nazi.

El BND daba protección a la Colonia Dignidad. Eso lo supe después, estando en Alemania –me explicó, confirmando parte de lo que me diría Franz.

Golpiza en el hospital

De a poco Bäar fue reincorporándose a la vida de la comunidad, aunque seguía pernoctando en el hospital donde en las noches, casi todas las noches después del golpe de Estado, siempre en el mismo horario, entre las 3 y las 4 de la mañana, escuchaba quejidos aterradores, de gente que supone que torturaban allí, aunque asevera que “yo no sé si eran detenidos desaparecidos” (pues podrían haber sido otros colonos). Sin embargo, está muy seguro de una escena que presenció en el mismo recinto asistencial.

Vi a Gerhard Mücke, junto a Schäfer y también un militar cojo, este cojeaba antes, no sé cómo se llamaba, yo creo que de Linares o Talca y que después fue gobernador… con él estuvieron allí golpeando a unas personas –relata, agregando que, por el ojo de la llave de la habitación donde estaba, pudo ver toda la escena, en la cual Schäfer ordenaba, Mücke traducía al español las instrucciones del líder de la secta, y el chileno (aparentemente acompañado por personal de Carabineros) atacaba a la persona que tenían en el suelo.

Poco después de eso, pese a su precario estado de salud y aún tomando pastillas que lo mantenían dopado, a Franz lo pusieron a trabajar en una sierra circular. Por supuesto, un buen día perdió el equilibrio y cayó sobre la hoja, que casi le seccionó uno de sus antebrazos, el cual muestra las huellas evidentes de ello.

Destinado a la carpintería, comenzó de a poco a “rehabilitarse” ante los ojos de Schäfer, pero siempre tenía un solo objetivo en mente: huir de allí, aunque sabía que era casi imposible, pues en su lugar de trabajo –un sitio donde los demás colonos llegaban a relajarse y conversar– se contaba de todo, y así fue como Franz se enteró de muchas cosas, entre ellas, que había cámaras y sensores de movimiento por todos lados, y que las rejas estaban electrificadas.

Escape de los lavaderos de oro

Aunque parezca una escena extraída de las películas del Oeste norteamericano, a inicios de los años 80, y durante tres años, más de una veintena de hombres de Colonia Dignidad fueron sometidos a trabajos semejantes a la esclavitud en tres faenas de extracción de oro en la Cordillera de Nahuelbuta, uno de los tantos secretos de la colonia, asociado a una de las grandes temáticas relacionadas a la colonia: los dineros que Schäfer y sus adláteres escondieron en cuentas bancarias de diversos países, muchos de ellos paraísos fiscales, como ha ido descubriendo la justicia muy de a poco.

Según Bäar, era conocido al interior de Dignidad que el segundo hombre de Dignidad, Harmutt Hopp, habría realizado depósitos en bancos de Liechtenstein y que también habría viajado a Australia con el mismo propósito, acompañado de un ciudadano italiano. Si bien siempre se ha estimado que buena parte de la fortuna de la colonia provenía de las jubilaciones que percibían los ciudadanos alemanes de la colonia (y que Schäfer retenía para sí), del tráfico de armas y del trabajo esclavizado en la agricultura, la venta de ripio, madera y otros rubros, Franz agrega otra fuente de financiamiento poco conocida: la explotación de los lavaderos de oro.

De acuerdo a lo que recuerda, hubo al menos tres sectores donde se explotó el oro: una zona llamada “Los alemanes” en Tirúa Sur, además de un yacimiento en Trovolhue (comuna de Contulmo), ambos en la VIII Región, y otro en Carahue, en la IX.

Según señala, en estos yacimientos el oro “se veía en abundancia”, pero “a nosotros, sin embargo, nos decían que salía muy poquito”, relata Ingrid, quien cuenta que lo extraído era llevado a Parral, donde hacían lingotes, mientras los colonos que trabajaban en la faena minera eran mantenidos en precarias condiciones, viviendo en carpas, sin instalaciones sanitarias y trabajando todo el día, bajo la vigilancia de Schäfer y sus guardias armados, quienes ocultaban las armas debajo de sus ponchos.

Fue justamente en una de esas faenas donde Bäar vio a un peculiar amigo de Schäefer: Gerhard Mertins, ex oficial de las SS y creador de los círculos de amigos de Colonia Dignidad en Alemania. Dueño de la empresa de armas Merex, a mediados de los años 60 se convirtió en uno de los mayores traficantes de armas del mundo. En 1987 un buque que llevaba supuesta “carga humanitaria” para la colonia, despachado por Mertins, fue allanado en Antofagasta, descubriéndose un importante arsenal. Y claro, no solo compartía con Schäfer el gusto por las armas: también poseía minas en México, donde varios colonos viajaron a instalar un equipo de radio que le permitía comunicarse con la colonia. Sin embargo, no fue el único “notable” que apareció por allí. Bäar recuerda que  también estuvo en esos campamentos mineros de Nahuelbuta el coronel Pedro Espinoza, segundo hombre de la DINA y quien pasaba largas temporadas en Colonia Dignidad, al igual que el fallecido general Manuel Contreras.

Respecto de las faenas mineras, Franz rememora que en Tirúa estuvieron más de un año, agregando que “ahí se encontró mucho” y que quien estaba encargado de todo era Ricardo Alvear, conocido en la colonia como “Klops”. En uno de los campamentos, cierto día se produjo una golpiza feroz en contra de un joven colono alemán, “a quien casi mataron”. Al día siguiente, Bäar fue amenazado de sufrir el mismo castigo y ello lo decidió a fugarse por lo cual, aprovechando un momento en que estaba lejos el germano encargado de su vigilancia, trató de arrancar por los cerros, pero le fue imposible avanzar mucho, debido a la densidad de la vegetación y lo accidentado del terreno, ante lo cual debió regresar.

Para su fortuna, no alcanzaron a notar su momentánea desaparición, y así fue como siguió trabajando de sol a sol, pasando hambre y efectuando sus necesidades en pleno campo. Como si fuera poco, seguía medicado, pues, además de los hombres, viajaban con la enfermera María Strebe, que administraba fármacos a él y a otros “rebeldes”.

El tema de los lavaderos de oro, así como la explotación de minerales estratégicos como uranio, titanio y molibdeno, que la dictadura les cedió por 99 años en comodato, es un tema poco investigado. En los múltiples procesos judiciales incoados en la colonia, solo existen antecedentes sobre los lavaderos en función de una indagatoria realizada en 1998 por la PDI, en el marco de una investigación del antiguo Juzgado del Crimen de Parral. En ese procedimiento, los detectives de esa comuna llegaron hasta el fundo “La Selva”, en Carahue, propiedad de Marcelo Floody Armstrong, quien dijo que “por motivos comerciales, el año 1978 conoció a algunos líderes de la ex Colonia Dignidad” y que en función de antecedentes que indicaban que en sus tierras había oro, “los alemanes se interesaron”, por lo cual él los dejó explotar el mineral, a cambio de la construcción de algunos caminos y un puente.

Según el testimonio de Floody, los germanos se instalaron el 22 de diciembre de 1978, en el sector sur-poniente de su predio, con maquinaria pesada. El informe policial precisa que “manifiesta el entrevistado que en total fueron 22 las personas de Colonia Dignidad que se instalaron en su fundo, incluidos los líderes, y a su juicio entre ellos había dos chilenos”; es decir, Bäar y Alvear. Floody aseguró que a los alemanes les fue mal en las faenas extractivas y por ello se retiraron de allí el 22 de abril de 1979.

Texto originalmente publicado en www.elmostrador.cl

Fotografías de Claudio Concha

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Los siempre sigilosos pasos del Mossad en Chile https://www.sinetiqueta.cl/los-siempre-sigilosos-pasos-del-mossad-en-chile/?utm_source=rss&utm_medium=rss&utm_campaign=los-siempre-sigilosos-pasos-del-mossad-en-chile Mon, 27 Jan 2020 10:39:27 +0000 https://www.sinetiqueta.cl/?p=2867 Seguir Leyendo]]>

Discreto por sobre todo, el Mossad, el servicio de inteligencia exterior de Israel, ha dejado pocas pero profundas huellas en la historia chilena. Pese a que el país no es un centro de operaciones para Israel ni figura dentro de sus principales preocupaciones, sí está permanentemente al tanto de lo que aquí ocurre.

Esta nota, por ejemplo, pasará a formar parte de los dossiers de prensa que periódicamente recolecta el encargado militar de la Embajada en Santiago, que si bien no es un integrante del Mossad, generalmente es un experto en inteligencia (hay más de siete agencias de inteligencia en Israel).

Miembros del Mossad, de hecho, no hay en Chile, pues sus agentes operativos -los llamados “katzas”- no son más de 40. Son entrenados durante dos años en Tel Aviv y luego quedan a disposición de su servicio para ejecutar funciones en cualquier parte del mundo, aunque estas generalmente se han concentrado en Medio Oriente y Europa.

Pese a estos números aparentemente pobres, en realidad el Mossad cuenta con cientos de miles de ayudistas -en la jerga de la inteligencia chilena- que son conocidos como “sayanin”. Se trata de israelís o descendientes de tales residentes en distintos países, los cuales proporcionan auxilio en lo que sea: dinero, la obtención de documentos, vehículos o cualquier elemento necesario para una operación. Son cerca de una docena de “sayanin” los que se estima que el Mossad tiene en forma activa en Chile.

Uno de los puntos permanentes de mirada de los “sayanin” locales, así como de las autoridades de la embajada de Santiago, son los movimientos de simpatizantes del movimiento shiíta Hezbolláh, cuyos nexos en Iquique se conocieron algunos años atrás, cuando incluso la CIA intentó realizar un operativo en contra de un supuesto financista del Hezbollá en dicha ciudad.

Tampoco es para nadie un misterio que tienen una atención permanente sobre las actividades de la embajada de Irán en Santiago, sobre todo luego de que en 1992 se produjera el atentado explosivo que destruyó la embajada de Israel en Buenos Aires, cuando 8 diplomáticos iraníes estacionados en Argentina fueron trasladados a Chile, luego de lo cual se les perdió el rastro. Hasta el día de hoy, esos diplomáticos son los principales sospechosos del atentado, lo que se confirmó cuando un tiempo después de éste, en un discurso televisado el ayatola Ali Akbar Meshkeni calificara como un acto “positivo” el bombazo, que dejó 24 muertos, el cual dijo –equivocadamente- había sido cometido en Chile.

Los “sayanin” locales se encuentran repartidos principalmente en Santiago, Concepción y Valparaíso y pese a que ninguno de ellos ha actuado operativamente, es bien sabido en los círculos locales que algunos de ellos cuentan con cierto grado de instrucción en combate e inteligencia. Debido a su formación casi militar, cuando requieren cobertura de seguridad para sus actos –por ejemplo, la celebración del día de Yom Kippur- generalmente se relacionan con la inteligencia policial de Carabineros.

El Mossad puso su atención en Sudamérica a fines de los años 50, cuando además de su preocupación por el tema palestino, estaba la caza de criminales nazis. Famosa es la historia de Adolf Eichmann, secuestrado en Buenos Aires en 1960 por un comando del Mossad (y luego ejecutado en Israel), así como la persecución que este servicio realizó durante varios años en contra de Joseph Mengele, infructuosamente.

Menos conocida es la operación realizada en 1965 en Montevideo, donde varios de los integrantes del mismo comando que secuestró a Ecihmann, asesinaron al ex nazi letón Herbert Cukurs, quien residía en Río de Janeiro y en contra del cual montaron una impresionante operación de inteligencia para llevarlo a Uruguay y matarle allí, por un motivo muy simple, que se explica con lujo de detalles en esta nota.

Menos conocida, sin embargo, es la actuación del Mossad en el Gobierno Militar. Víctor Ostrovsky, un “katza” que desertó a principios de los años 80, asegura en su libro “Mossad” que a fines de 1975 la inteligencia naval de Israel averiguó que Egipto había comprado misiles Exocet. Como sabían que Francia no se los vendería -porque los copiarían- los israelíes decidieron buscar afuera alguien que les vendiera la cabeza de un misil, y así saber a qué se estaban enfrentando.

De este modo, se efectuó un estudio de los países que estarían en condiciones de hacer el negocio y se eligió a Chile. Para ello, uno de los más altos agentes del Mossad, Nahum Admony, negoció personalmente con Manuel Contreras, el director de la DINA, la adquisición de una cabeza de Exocet. A cambio de ella, un grupo de oficiales y suboficiales de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA) recibió adiestramiento de élite de parte de las fuerzas de seguridad israelíes. Y no sería lo único. Según informaciones recogidas en el mundo de los Derechos Humanos, Contreras habría recibido un millón de dólares por la “gestión”.

De hecho, pese a cualquier cosa que se pudiera pensar, las relaciones entre el Gobierno Militar y Tel Aviv siempre fueron al menos nominalmente buenas. Cuando se produjo la desaparición del norteamericano Boris Weisfeiler (nacido en Rusia y de ascendencia hebrea), quien se perdió en las cercanías de San Fabián de Alico, en 1985, muchos apostaron a que se trataba de un agente del Mossad siguiendo la pista de algunos criminales de guerra nazi supuestamente ocultos en los contrafuertes cordilleranos del cajón del Ñuble.

Por cierto, Boris no era agente de nada, sino un matemático solitario, que rehuía de las personas y que gustaba del aire libre. Hasta el momento, de hecho, ni siquiera se ha podido probar alguna participación de Colonia Dignidad en su desaparición, entre otras cosas porque quien aparecía claramente implicado en ella según el extravagante testimonio de un informante secreto era Paul Schäfer, actualmente fallecido.

Como fuera, tras la desaparición de Wesifeiler el Mossad efectuó una serie de discretas averiguaciones. Según el antiguo periodista chileno Osvaldo Muray, un oficial de ese servicio incluso se reunió con los líderes de Colonia Dignidad, quienes le aseguraron que no tenían nada que ver.

Hayan sido ciertas o no las relaciones de los habitantes del enclave con la inteligencia israelí, un hecho que demostraría las buenas relaciones entre la CNI y el Mossad en esos años es que cuando el informante que implicó a Schäfer en el caso llegó al consulado de Estados Unidos en 1986 a entregar antecedentes, dijo que antes de ello pensó ir a la Embajada de Israel, pero que luego prefirió no hacerlo debido a los vínculos entre esa repartición y la desaparecida Central Nacional de Informaciones.

Las uvas envenenadas

Uno de los personajes más polémicos de la historia del Mossad ha sido Ari Ben Menashe, un alto oficial de esa entidad que estuvo 11 meses preso por su participación en el escándalo Irán-Contras, en el cual actuó vendiendo armas a diestra y siniestra junto al coronel norteamericano Oliver North.

Según relata Gordon Thomas en su libro “Los espías de Gideon” (traducido al español como “Mossad”), uno de los implicados en el caso Irán-Contras fue Amiram Nir, asesor del primer ministro en antiterrorismo. Este falleció en un extraño accidente de aviación acaecido luego que Ben Menashe lo visitara en Londres en 1988, para preguntarle qué iba a decir cuando fuera llamado a declarar en el juicio contra North.

La respuesta de Nir fue que comprometería seriamente a Israel en el escándalo, así como a los gobiernos de Sudáfrica y Chile. Tras ello, el 30 de noviembre de 1988, Nir viajó a México, donde representaba una firma productora de paltas. El avión se accidentó y él falleció.

El 1 de diciembre; es decir, dos días después, Thomas cuenta que “Ari Ben Menashe salía de una oficina de correos en el centro de Santiago de Chile. Iba acompañado por dos guardaespaldas, que ahora consideraba necesarios para su protección”.

En ese momento aparece el testimonio de Menashe: “de repente, la vitrina que acababa de pasar se hizo trizas. Luego algo se incrustó en el maletín metálico que llevaba. Los dos guardaespaldas y yo nos echamos cuerpo a tierra al darnos cuenta de que alguien nos disparaba”.

Thomas no arroja mayores luces sobre el asunto en el libro. Ben Menashe, consultado al respecto, no quiso contestar ninguna pregunta al respecto, la más obvia e intrigante de las cuales es qué hacía en Santiago.

Un esbozo de respuesta, sin embargo, lo aportó él mismo en su libro “Ganancias de guerra: al interior de la red de armas Israel-Estados Unidos”. En uno de sus capítulos, relata que –como lo sabe todo el mundo- tras la derrota de Pinochet en el plebiscito del 5 de octubre de 1988, se agudizaron las diferencias entre el ahora desaforado senador y el general Fernando Matthei, el primer integrante de la junta en reconocer el triunfo del “No”.

Uno de los de motivos de las diferencias –asegura- es que Matthei estaba empeñado en detener lo que llama “tráfico de armas no convencionales y químicas” a Irak. Bien es sabido que Carlos Cardoen vendió bombas de racimo a Saddam Hussein en los años 80, justo cuando Estados Unidos proveía de todo tipo de armas a quien luego sería su bestia negra en los años 90. Mucho se ha rumoreado además sobre el tema de las armas químicas, pero hasta el momento no se ha comprobado. Por su parte, Ferrimar, la empresa chilena creada como competencia a Cardoen, proveyó también de bombas de racimo y quizá qué más al régimen iraní del Ayatola Jomeini.

De acuerdo a la versión de Ben Menashe, él también estaba intentado lo mismo, debido al peligro que Irak significaba para su país, lo que enfureció a la administración republicana en EEUU, por el negocio que tenían en el caso Irán-Contras.

En función de ello, el ex agente del Mossad culpa a la inteligencia de EEUU de haber planificado el envenenamiento de las uvas chilenas en el puerto de Filadelfia, en 1989, lo que significó pérdidas por 800 millones de dólares al país, debido a la prohibición de exportar. Esta restricción, asegura Ben Menashe en su libro, sólo se levantó una vez que Matthei –históricamente ligado a los agricultores y lejos la figura más moderada de la Junta de Gobierno- perdió todas sus influencias.

NOTA: Esta es una versión actualizada de una crónica publicada en 2001 en la desaparecida revista La Huella, dirigida por Manuel Salazar.

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El montaje chileno para implicar a Kissinger en un escándalo sexual https://www.sinetiqueta.cl/el-montaje-chileno-para-implicar-a-kissinger-en-un-escandalo-sexual/?utm_source=rss&utm_medium=rss&utm_campaign=el-montaje-chileno-para-implicar-a-kissinger-en-un-escandalo-sexual Wed, 22 Jan 2020 10:17:18 +0000 https://www.sinetiqueta.cl/?p=2832 Seguir Leyendo]]> Detalles inéditos sobre las operaciones de la DINA surgen de los documentos desclasificados por el Departamento de Estado de Estados Unidos respecto del caso Letelier y la enigmática mujer –clave en el crimen contra el ex canciller– que usó la chapa de “Liliana Walker”, detrás de cuya historia aparece el retrato de una de las técnicas más perversas de la DINA: el uso de prostitutas de lujo como parte de sus métodos “antisubversivos”. 

En medio de un inédito documento almacenado por años por Estados Unidos, y que contiene una supuesta confesión de “Liliana Walker”, incluso aparecen antecedentes acerca de un montaje orquestado por la policía secreta de Augusto Pinochet, y que buscaba implicar a Henry Kissinger, el poderosísimo secretario de Estado de EE.UU., en un escándalo sexual en Chile.

Al respecto, el periodista que finalmente dio con la identidad real de “Liliana Walker”, Manuel Salazar, y que además ha investigado exhaustivamente a la DINA, señala que “Contreras sabía perfectamente la importancia de las mujeres bonitas en el trabajo de inteligencia. La decisión de armar la brigada femenina la tomó por sí mismo”. Del mismo modo, explica que al inicio “eligió a Ingrid Olderock para que las seleccionara y adiestrara”, aunque luego “se sumaron al entrenamiento algunos oficiales de inteligencia de la Armada y del Ejército”, los cuales adiestraban a dichas mujeres en Rocas de Santo Domingo y posteriormente en la Escuela de Inteligencia que creó la DINA en Cajón del Maipo.

Ya en servicio –agrega Salazar– operaban en diversos departamentos del centro y de Providencia. Varias de ellas vivían en las Torres San Borja. También trabajaban en los hoteles caros y frecuentaban algunos clubes nocturnos del barrio alto”.

El contexto

Para entender el contexto de toda la historia, es necesario ir a abril de 1990, fecha en que fue emitido el cable desclasificado C05883323, en el cual se relata que Arturo Román, en aquel entonces editor de La Tercera, dijo al agregado de prensa de la Embajada de EE.UU. en Santiago que un sujeto se le había aproximado el 04 de abril de ese año, ofreciendo dar a conocer la identidad de “Liliana Walker”, agregando que además poseía una “confesión” de esta, de 47 páginas de extensión.

La información que Román dio a conocer es muy similar a la historia que Clemente Ponce dio a oficiales políticos en varias ocasiones (aunque el documento que Ponce dio a la embajada es de 26 páginas)”, señala el texto, sin dar más detalles acerca de quién era Ponce.

Dicho cable, además, señala que Ponce visitó la embajada en varias ocasiones, incluyendo el 30 de marzo de 1990, fecha en la cual preguntó acerca de la respuesta a una oferta de Walker para “cooperar” con la investigación por el crimen, “a cambio de pago y asilo”.

La confesión de Walker

El documento de 26 páginas entregado por Ponce a los norteamericanos, y al que se alude en el cable anterior, está fechado en marzo de 1988. Se trata de un texto escrito a máquina y en español, firmado por una tal “Mónica Lagos Ledesma” (nombre que difiere de “Mónica Luisa Lagos”, con el cual fue identificada Liliana Walker por parte del diario La Epoca, el 17 de abril de 1990), quien se describía a sí misma como de “altura mediana, peso 52 kg, pelo rubio, cara redonda, ojos azules, tez blanca, con esqueleto grande (espaldas) y medidas anatómicas aproximadas 92-58-90”. Respecto de su personalidad, decía que hacia los 1975 y 1976 era “de carácter variable, con accesos de alegría a pena con gran facilidad, vehemente, algo frívola, muy aspectada por mi signo del zodíaco, fácilmente apasionable”.

Del mismo modo, reconocía “siempre me ha gustado vivir con las mayores comodidades, superiores a las posibilidades reales que he tenido, sin importarme los medios para alcanzar los bienes que anhelo ardientemente”.

Fue en medio de todo ello que “en una fiesta de unas amigas conocí a un oficial de Ejército, quien planteó que me conseguiría un trabajo en la Pesquera Arauco, donde yo tendría que ser ‘acompañante’ (así se me dijo al inicio) y que por eso se me cancelarían honorarios como funcionaria de esa empresa”.

La promesa se concretó y, según su versión, en la pesquera quedó bajo el mando de alguien que ella identificaba como un ex militar llamado Huber Fuchs. “Cuando se me necesitaba, me llamaban por teléfono y debía concurrir a los más variados lugares públicos”, relataba, agregando que “junto con los honorarios por acompañante, si tenía alguna información de interés para el señor Fuchs, se me daba una ‘propina’ superior a mis honorarios” y que “cada llamado me significaba sobre $3.500 como mínimo”, una pequeña fortuna para la época.

En la confesión, decía que a fines de 1975 se había dado cuenta “del sincero amor que sentía por Pato Walker”, aludiendo a un supuesto músico de ese nombre (que no es el actual parlamentario), cuyo apellido usaría posteriormente para crear el personaje de “Liliana Walker” y viajar a Estados Unidos junto al oficial de la DINA Arturo Fernández Larios, previo al crimen del ex canciller de Allende.

Asimismo, relata que en las mismas fechas se enteró de que ocurriría algo muy importante: “La conferencia de la OEA en Santiago, aquella en que me parece que vino el señor Kissinger. Lo último repercutió en el acceso definitorio mío a la prostitución y a la acción operacional en DINA”.

De acuerdo a su relato, “es muy importante para la comprensión del acceso a lo operativo de la DINA, describir el mundo de prostitución que viví, antesala de todo, repito, de absolutamente todo”.

Los departamentos de lujo

Según el texto, junto con el trabajo formal que tenía como escort pagada por la pesquera Arauco, comenzó a trabajar en otros locales, de algún modo manejados por la DINA. Según describe, “la mayor ‘casa de putas’ que ha existido en la historia de Chile estaba en calle Marcoleta, al cabrón le decían Memo”, local que según ella era frecuentado por oficiales de Ejército.

Asimismo, detalló que “los departamentos en que nos juntábamos eran tres. El primero está o estaba ubicado en Mosqueto casi al lado del restaurante Maistral; allí cumplimos nuestro trabajo y muchas de las veces obteníamos información interesante”.

El segundo departamento estaba en San Antonio con Merced, en los altos del café Dante, y era dirigido por una mujer llamada Carmen, que según “Liliana Walker” frecuentaba también las oficinas de la pesquera Arauco, así como las oficinas del coronel Jerónimo Pantoja (oficial de la DINA). La mujer afirmó que en el departamento de San Antonio “se ganaba doble, ya que la dueña aseveraba la existencia de informaciones interesantes; aun cuando estas no existieran, se inventaban y salía la ‘propina’ DINA”.

El tercer departamento al que acudía frecuentemente quedaba en Tenderini con Moneda, en un noveno piso, frente a las antiguas oficinas de La Tercera, lugar en el cual “me acredité como una excelente trabajadora y permanentemente eran pedidos mis servicios por oficiales adjuntos a DINA”. De acuerdo a la confesión, varias de las prostitutas que frecuentaban ese departamento eran de la policía secreta, pero “la mayor de las curiosidades de este ambiente, era que una de las pocas mujeres que iba y no era DINA, decía a su vez ser la mujer de un conocido traficante de cocaína, expulsado del país, que odiaba al gobierno”. Frente a ello, expresó que pudo tratarse de “una doble agente o lo que en DINA sabíamos que existía, una agente de control, de contrainteligencia”.

La OEA y Kissinger

En junio de 1976, se realizó en Santiago la Asamblea General de la Organización de Estados Americanos (OEA), cuyo organizador fue un hombre muy cercano al régimen: el fallecido empresario Ricardo Claro, quien se preocupó de preparar un encuentro privado entre el dictador Augusto Pinochet y el entonces secretario de Estado de Estados Unidos, el todopoderoso Henry Kissinger, quien asistiría a la asamblea de la OEA.

Dicho encuentro era más que clave para Pinochet, que desde el año anterior venía sintiendo con mucha fuerza la presión de Naciones Unidas y Estados Unidos en materia de Derechos Humanos, lo que en 1975 había llevado al régimen a cometer la chambonada de enviar a Washington, a defender a la dictadura y su política de Derechos Humanos, a Manuel Contreras.

La reunión entre Pinochet y Kissinger finalmente se efectuó el 8 de junio de 1976 y de ella quedó una transcripción, que fue desclasificada años más tarde. Ambos compartieron sus impresiones respecto del comunismo y Kissinger alabó al entonces mandatario, señalándole que “en Estados Unidos, como usted sabe, sentimos simpatía por lo que usted está tratando de hacer aquí. Yo pienso que el gobierno anterior iba en la dirección del comunismo. Nosotros deseamos que a su gobierno le vaya bien”.

Pese a esa declaratoria de amor, Kissinger no obvió lo que estaba sucediendo en el Congreso de su país, “acerca del tema de los Derechos Humanos. Como usted sabe, el Congreso está ahora debatiendo posibles restricciones a la ayuda a Chile. Nosotros nos oponemos”, luego de lo cual le dijo que esa tarde hablaría sobre Derechos Humanos ante la asamblea y que no atacaría directamente a Chile.

Pinochet respiró aliviado. En ese momento faltaban solo cuatro meses para el crimen del ex canciller Letelier en Sheridan Circle, muy cerca de la Casa Blanca, y el dictador respondió a Kissinger con un mensaje que, visto a la luz del tiempo y de los hechos, es incriminatorio respecto de ello: “Estamos regresando a la institucionalidad paso a paso, pero estamos siendo atacados constantemente por los Demócratas Cristianos. Ellos tienen una voz fuerte en Washington, no en el Pentágono, pero sí tienen acceso al Congreso. Gabriel Valdés tiene acceso. Letelier también”. Luego de ello recalcó nuevamente que, junto a Radomiro Tomic, “Letelier tiene acceso al Congreso. Sabemos que están entregando información falsa”.

Pese a que Kissinger evidentemente respaldaba a Pinochet, en paralelo se planificaba una operación de inteligencia que tenía por objetivo desacreditarlo, de acuerdo al relato de “Liliana Walker”, quien señaló que “se me ofreció que, con motivo de la conferencia de OEA, organizara un grupo de amigas-agentes para intimar con los principales delegados y obtener de ellos la mayor información posible en lo que respectaba a Chile. Debíamos, también, con el mayor tino y discreción, dejar la idea de que el coronel Contreras era una excelente persona, de gran capacidad y con un poder superior al que tuviera el Presidente”.

Siempre de acuerdo a ese documento, “en esta operación, la de mayor importancia que se me había encargado, traté de aplicar todos los conocimientos que había adquirido; seleccioné a las amigas, de preferencia aquellas más libres, e incluí a mi hermana”, señaló.

No obstante, las cosas no salieron como se planeaban, ni el principal objetivo cayó en la jugarreta de la DINA: “Como operativo de inteligencia lo de la OEA fue horrendo. Lo único trascendente fue una gran fiesta y tomatera escandalosa en un club de Gran Avenida, en la cual participaron delegados, funcionarios del ministerio, fuerzas de seguridad y nosotras. Todo lo anterior se hizo premeditadamente para vincular al señor Kissinger con actitudes escandalosas. Informado de lo que podría ocurrir, o al menos instruido, el señor Kissinger y Sra. no asistieron a la fiesta de Gran Avenida”.

El coronel Espinoza

Luego de un tiempo, “Liliana Walker” relató que comenzó a estrechar su relación con el segundo hombre de la DINA, el brigadier en retiro Pedro Espinoza, “al cual logré atraer bastante, generándose ciertas obligaciones mías de mujer hacia él”. Siempre de acuerdo al documento entregado a EE.UU., cuando Espinoza le encargó viajar a Estados Unidos junto a Fernández Larios, el primero advirtió al segundo que aunque deberían hacerse pasar por una pareja normal y dormir juntos, “estaré informado de todo lo que pasa, y si le tocas un dedo te mato”.

Ya en el avión con Fernández, este le preguntó qué sabía de Orlando Letelier y “comenzó a contarme antecedentes de la vida política de Letelier. En resumen, era un comunista con buenos contactos en Estados Unidos, que estaba perjudicando al gobierno chileno. Era tan canalla, que pronto se le quitaría de por vida su nacionalidad chilena. En definitiva, era un traidor a Chile”.

Pese a ello, cuando logró conocerlo en Washington se llevó una impresión muy distinta, pues lo recordó como “un hombre atrayente, varonil y (que) daba la sensación de un gran señor”. Por cierto, el objetivo inicial era seducirlo, con el fin de obtener información de inteligencia respecto de sus hábitos y costumbres, pero no lo consiguió.

Por el contrario, quien sí intentó intimar con ella en Estados Unidos fue Fernández Larios, a pesar de la advertencia que le había realizado su superior: “Me dijo que no comprendía a un hombre como Espinoza, que enviaba a participar en un crimen a la mujer que ama. Allí supe que de lo que se trataba era de asesinar a Orlando Letelier”.

Tras el atentado, relata que “tuve un periodo de vacaciones rentado por la DINA” y que el organismo la había retirado de sus “antiguas tareas”, a las que solo regresaba “cuando el bolsillo estaba débil”.

Sin embargo, a inicios de 1978 la presión de la justicia norteamericana por lograr la extradición de Contreras y de Michael Townley (el autor material del atentado) ya estaba a punto de reventar. En ese contexto, Espinoza citó a la mujer cierto día y le dijo: “Te tengo una excelente noticia, que dará gran tranquilidad. ¿Te acuerdas que tu pasaporte fue hecho en acuerdo con el Ministerio de RR.EE.? Pues bien, el encargado del ministerio me consta que ya no vive”, precisa el texto, en alusión al funcionario de la cancillería Carlos Guillermo Osorio, que Michael Townley confesaría había sido asesinado por saber demasiado. Lamentablemente, no fue el único, pues como diría la misma “Liliana Walker”: “No me consta, pero se hablaba de más de 10 asesinatos directos”.

El declive

Pese a que durante varios años siguió siendo funcionaria de la CNI, “Liliana Walker” afirmaba en su relato que al final “la CNI ya no me cancelaba nada” y que “incluso en los departamentos del centro, que se habían enterado de mis anteriores actividades, me empezaron a negar la posibilidad de trabajar, hasta que de frentón me echaron”. Ante ello, señalaba que “me incorporé al mundo sórdido de la prostitución, en otro nivel, donde era indispensable consumir alcohol, drogas y realizar todo tipo de locuras”, para lo cual comenzó a trabajar en un cabaret de calle Miraflores.

Hoy pienso lo arriesgado que era esa actividad para mí, ya que no puedo garantizar si en medio de los efectos de los tragos o de las drogas, habría dicho cosas que me comprometieran. Al parecer, lo anterior aconteció, porque aproximadamente en el invierno de 1984 llegó al local un cliente que me buscaba. Compartimos varios tragos, indagó sobre mi real identidad, en forma absolutamente indiferente, y cuando ya era tarde me invitó a pasar la noche juntos. Acepté. De esa aceptación a septiembre de 1985 es muy poco lo que recuerdo. Puedo informar con absoluta seriedad que estuve en el psiquiátrico, en estado vegetal”, aseveraba.

Respecto de su confesión escrita, decía que “tengo la absoluta certeza que para los servicios de seguridad (FBI) y las agencias de inteligencia (CIA) poseo una importante información, la cual colaboraría con el esclarecimiento del crimen de Orlando”, agregando que para ello “sería fundamental establecer ciertos convenios con la autoridades norteamericanas, que me otorguen algunas inmunidades y por sobre todo una nueva identidad”.

Por cierto, ello nunca sucedió. “Liliana Walker” solo salió de su anonimato en abril de 1990, cuando Manuel Salazar, entonces editor nacional del diario La Epoca, la entrevistó y publicó un histórico titular que rezaba “Yo soy Liliana Walker”.

El doble agente

Antes de ello de todo lo relatado, sin embargo, un hombre que se identificó como Marco A. Linares Baseden, llegó el 10 de junio de 1988 a la embajada de EE.UU., diciendo saber quién era y dónde estaba “Liliana Walker”. Además, entregó una foto de ella, en la cual se la identificaba como “Mónica”.

Según la versión que Linares entregó en dicho momento, contenida en el cable desclasificado C05883350, su única motivación era ayudar a un amigo llamado “Raúl”, vinculado al Partido Radical, quien en esas fechas tenía una casa en Melipilla, donde habría estado viviendo “Liliana Walker”.

No obstante, el único “Raúl” que figura en la información recientemente desclasificada figura en el cable C05883473, en el cual se relata una conversación sostenida el 9 de noviembre de 1976 por el oficial político de la Embajada de EE.UU., Félix Vargas, con Pablo Keller, “líder juvenil” del Partido de Izquierda Radical (PIR) y una secretaria identificada como María Inés Ramírez, quien fue llevada ante Vargas por Keller.

Según el relato de Ramírez, su esposo, que en aquel tiempo trabajaba en la financiera “Solución”, era “muy buen amigo del agente de la DINA Raúl Baden”, el cual supuestamente había viajado a Vancouver (Canadá) una semana antes del atentado en contra del ex canciller. Desde allí, según Baden, debería viajar en auto a Washington, junto a un “superior” del gobierno y al igual que Townley, Fernández y “Walker”, “Baden mencionó que viajaría con un pasaporte con un nombre falso”.

Según ella, a fines de octubre se lo encontró de nuevo, pero Baden cambió la versión. Le dijo que había estado viajando, pero entre México y Argentina. Ella describió al sujeto como “alto, musculoso, con pelo levemente rojizo. Es de ascendencia alemana”.

Quizá lo más singular, sin embargo, es que “ella declaró que Baden perteneció al GAP (Grupo de Amigos Personales), los guardaespaldas de Allende”. Fue arrestado brevemente después del golpe, pero liberado pronto con un nuevo trabajo. Baden está obsesionado con las cosas materiales y el dinero. María Inés dijo de él que es un hombre sin principio y moral, un mercenario que se vende a sí mismo al mejor postor”.

Su nueva identidad

Este texto fue publicado en 2015 en El Mostrador. Posterior a ello surgió información que indica que Mónica Lagos cambió su nombre a Paula Anik Kaister de Dior. Pese a los apellidos, su certificado de nacimiento demuestra que es Mónica Luisa Lagos Aguirre, dado que sus padres son Francisco Arturo Lagos Cofré y Edelmira Mercedes Aguirre. 

Lagos/Kaister es, a su vez, madre de Paula Pavic Kaister, quien está casada con el extenista Marcelo Ríos Mayorga.

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