Colonia Dignidad – Sin etiqueta https://www.sinetiqueta.cl Noticias Mon, 18 May 2020 13:46:26 +0000 es hourly 1 https://wordpress.org/?v=5.3.4 https://www.sinetiqueta.cl/wp-content/uploads/2019/05/logoicon.png Colonia Dignidad – Sin etiqueta https://www.sinetiqueta.cl 32 32 Las desconocidas técnicas de manipulación de las sectas https://www.sinetiqueta.cl/las-desconocidas-tecnicas-de-manipulacion-de-las-sectas/?utm_source=rss&utm_medium=rss&utm_campaign=las-desconocidas-tecnicas-de-manipulacion-de-las-sectas Mon, 18 May 2020 11:12:55 +0000 https://www.sinetiqueta.cl/?p=3167 Seguir Leyendo]]> De cuando en cuando, aparecen en las noticias crónicas relativas a curiosos individuos que, iluminados por ideas generalmente apocalípticas, dicen tener revelaciones divinas a través de las cuales reciben los más peculiares mensajes, generalmente relacionados con el fin del mundo. La historia está llena de ellos y sin ir más lejos, en Chile tenemos quizá al que sea el más pernicioso líder sectario de los últimos 40 años, Paul Schäfer, que con una retorcida interpretación del cristianismo, creó en torno suyo a la secta de Colonia Dignidad, una sociedad autárquica cuyo fin supremo era saciar los pervertidos deseos sexuales de su líder.

Para entender estos fenómenos se debe tener en cuenta que los objetivos de una secta o un grupo de tales características son siempre dos: satisfacer los más exóticos gustos del líder de turno (sean sexuales o de otro índole) y, por cierto, captar dinero, generalmente a través de la indoctrinación de nuevos miembros.

Cualquier secta de manual presenta además una serie de rasgos que se repiten en cualquier país del mundo. Todas cuentan con líderes carismáticos, decididos y dominantes, que a su vez presentan características mesiánicas, pues proclaman tener una misión especial en la vida, centrando la veneración -que por ejemplo, debería estar dirigida a algún dios- en ellos. Asimismo, son totalitaristas, pues controlan por absoluto la vida de sus feligreses a través de una doble moral, ya que mientras el líder prohíbe a sus adeptos incluso ver a sus esposas, es habitual que él posea una vida personal desenfrenada y contraria a las buenas costumbres, los cánones sociales o la Ley.

Del mismo modo, todas las sectas ejercen coersión sicológica en contra de sus miembros, controlando el medio ambiente de estos, diciéndoles qué hacer, dónde ir, qué ver, qué escuchar, con quién hablar; por medio de un mecanismo conocido como “manipulación mística”; es decir, reinterpretando y acomodando libros sagrados (La Biblia, el Corán, etc.) al mensaje del “mesías” de turno; prohibiendo las críticas y creando un nuevo lenguaje.

Así, los adeptos dejan de ser quienes eran y adoptan nuevos nombres (Estrella galáctica, Antena, Rayito de sol, Krishna Ra o cualquier patraña semejante), lo que de inmediato les genera una nueva identidad. En definitiva, lo que el líder busca es que sus seguidores rompan con el mundo anterior y creen lazos de intimidad y empatía con él. Cuando lo consigue, tiene el juego ganado.

Para ello, usan por lo general técnicas de persuasión físicas, siendo la más común la hiperventilación (por lo general, cánticos acompañados de ejercicios), que causa un aumento de dióxido de carbono en la sangre y esto, a su vez, provoca una alcalosis respiratoria, cuyo efecto es de sopor, lo que es percibido inicialmente como euforia. Otras técnicas de este estilo son la repetición de movimientos, la manipulación corporal, el trance, la hipnosis y la imaginería.

El control del pensamiento también se logra a través del adoctrinamiento profundo de los miembros del grupo, contra los cuales se usa una doctrina absolutista, pues les entregan «la verdad» en forma maniquea, a través de lugares comunes como «nosotros contra ellos» o «negro y blanco».

De esta forma, el adepto siente que todo lo bueno es el líder y el grupo, que no necesita pensar porque la doctrina piensa por él y, además, se le enseña a bloquear informaciones críticas. Para «ocupar la mente» se canta, se reza, se medita. En definitiva, los convierten en autómatas, como puede atestiguar cualquiera que alguna vez haya estado en la Colonia Dignidad.

El control emocional, finalmente, se obtiene implantando el miedo (por la fuerza) y la culpa. Esta, generalmente, se utiliza logrando la confesión de antiguos pecados, que después se sacan a la luz pública frente a todo el grupo -pese a que en las confesiones sectarias se asegura a los adeptos que nadie sabrá lo que están contando- lo cual genera sentimientos de culpa en el afectado. A tal grado llega la implantación de fobias, que a los adeptos se les crean reacciones de pánico subconscientes. Las sectas siempre dicen que sus miembros son libres de ir dónde quieran y de abandonar cuando les plazca. Sin embargo, la realidad es que muchos, llegada la hora de salirse, no pueden hacerlo debido a las reacciones psicosomáticas (frío, calor, transpiración, jaqueca, náuseas, etc.) que le provoca el sólo hecho de pensar en abandonar el grupo.

Colonia Dignidad

El señor Schäfer es la única y última autoridad. El es el único pastor de todos. Así que sabe todo de todos, lo que ha pasado en sus vidas y en su mayor parte lo tiene todo escrito”, escribió en 1985 Hugo Baar, otrora jerarca de la Colonia Dignidad, luego de escapar del enclave rumbo a Canadá.

Su testimonio era muy revelador de la forma en que funcionaba la secta: “dentro del fundo hay y había discusiones sobre la Biblia, se cantan cantos religiosos y se reza, pero como ya dije anteriormente, todo esto se hace de una manera sumamente unilateral, porque Schäfer escoge algunas verdades o pone un acento exagerado en otras. Aquí, en este campo espiritual, hasta los últimos rincones de la conciencia, el Sr. Schäfer utiliza la biblia como principal instrumento de la violencia y la opresión, aprovechándose simultáneamente de las sinceras intenciones y entrega del individuo, ante todo del miedo de cometer pecados contra Dios”.

 

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Franz Bäar: la historia de un esclavo de Colonia Dignidad https://www.sinetiqueta.cl/franz-baar-la-historia-de-un-esclavo-de-colonia-dignidad/?utm_source=rss&utm_medium=rss&utm_campaign=franz-baar-la-historia-de-un-esclavo-de-colonia-dignidad Tue, 04 Feb 2020 11:00:48 +0000 https://www.sinetiqueta.cl/?p=3001 Seguir Leyendo]]> El mundo de Franz Bäar es muy distinto del suyo o el mío. A los 10 años, como recuerda, no había tenido jamás un par de zapatos que cubriera sus pies, solo un par de ojotas que alguna vez alguien le regaló, las cuales, por cierto, servían de bien poco ante el frío de la precordillera allá en Catillo, en la VII Región.

–Para comer recogía cáscaras de naranja, de manzanas, pedazos de pan. Yo me alimentaba en la calle –recuerda, tratando de buscar las palabras adecuadas en español, aquellas que le cuesta mucho encontrar, pues a contar de los 10 años su idioma natal fue remplazado por el alemán, dado que a esa edad, creyendo que allí podría superar su pobreza, convenció a su madre de que lo fuera a internar a la Colonia Dignidad.

Eran mediados de los años ’60. A partir del minuto en que lo ingresaron al enclave creado por Paul Schäfer al interior de Parral, perdió su identidad original (Francisco del Carmen Morales Norambuena), dejó de ver a su familia y comenzó a internarse en una cultura e idioma que no conocía, al punto que hoy se confunde con los tiempos verbales y la gramática del que alguna vez fue su idioma natal.

Pasado un año al interior de la colonia, Franz ya había visto suficientes golpizas a niños y niñas como para darse cuenta de que estar allí era una alternativa peor a la pobreza. Sin embargo, en esos 12 meses también comprendió que huir no era tan simple. “Imposible”, en realidad, creía él.

No obstante, en 1969 decidió que debía escapar de allí a como diera lugar. Un par de años antes ya había huido un colono, el entonces joven Wolfgang Kneese–quien fue el primero en denunciar todos los maltratos y abusos de Paul Schäfer y compañía–, y la paranoia de este y sus jerarcas se había vuelto extrema. Aunque nadie hablaba al respecto, cuando Kneese fue regresado a la colonia todos sabían que había intentado escapar, pues vestía una vistosa camisa roja y un pantalón blanco, muy poco aptos para el trabajo en el campo, pero ideales para ser apreciado desde cualquier parte, a fin de que los equipos de seguridad de la colonia pudieran darle caza.

En medio de ese ambiente, cierto día se perdieron las llaves del dormitorio de los jóvenes, en el cual vivía Franz.

–Me acusaron de tenerlas y eso era imposible –rememora, indignado. Por supuesto, no le creyeron, pero sí a su acusador, Wolfgang Zeitner, según la versión de Bäar.

Como resultado, ocho jerarcas de la colonia, encabezados por Schäfer, comenzaron a azotarlo en forma brutal –utilizando para ello también patadas y golpes de todo tipo– con cables de electricidad de un grosor considerable (varios centímetros), los que habían sido especialmente acondicionados como armas a fin de defenderse de un supuesto asalto que los partidarios de Allende harían a la colonia, especie que circuló durante años en la colonia y que se utilizó para justificar la compra de armamentos y gases venenosos.

–Varias veces me caí. No tenía aire para nada –rememora, quebrándose.

Franz perdió la noción de cuánto rato estuvieron flagelándolo, situación que solo se detuvo cuando uno de los jerarcas advirtió a los demás que la camisa de Bäar estaba bañada en sangre.

Una rata de laboratorio

Como si fuera una teleserie de horror, luego de la golpiza se llevaron a Franz al hospital de la colonia, un recinto más cercano al asilo Arkham que a un recinto de salud, donde permaneció internado por casi 30 años, en medio de los cuales recibió incontables inyecciones de drogas desconocidas y electroshocks, sufriendo además un intento de homicidio.

Yo fui un conejillo de Indias –explica muy serio, a punto de quebrarse. Luego sigue hablando en su español imperfecto, recordando que a diario recibía dos o tres inyecciones de parte de las enfermeras María Strebe y Dorothea Witthahn (la esposa del prófugo Harmutt Hopp, hoy protegido por la justicia alemana).

–Yo sentía adónde iba el líquido, en la vena y en el cuello –contaba hace cuatro años, tratando de escoger el verbo más adecuado para describir cómo los líquidos desconocidos circulaban por su cuerpo, sentado en la casa que habitaba por aquel entonces a pasos del río Itata y a menos de dos kilómetros del “Casino Familiar” que la Colonia aún mantiene en la comuna de Bulnes, a 80 kilómetros de Concepción.

Recién el 2002, amparado por el entonces fiscal de Parral, Ricardo Encima, y detectives de la PDI, Franz pudo por fin abandonar la colonia, acompañado de su esposa, Ingrid Szurgelies, y sus suegros. Tras ello, Franz e Ingrid han emprendido diversos rumbos. Estuvieron un tiempo en Alemania, pero regresaron pronto a Chile. Vivieron un tiempo en Chiloé, en Santiago y también en Lo Zárate, en la secta liderada por Paola Olcese. Hoy están en el sur de Chile, dedicados a la agricultura y la crianza de animales de granja.

En 1974, y mientras seguía internado en el hospital, varias manos se abalanzaron sobre Bäar, una noche, y lo lanzaron por la ventana del segundo piso hacia abajo. Sobrevivió, aunque el dolor de la columna que le quedó, producto de las fracturas, lo persigue hasta hoy en día, como un fantasma que le succiona un poquito de vida cada mañana, especialmente en las de invierno, cuando el frío y la humedad lo obligan a taparse hasta la cabeza con un gorro estilo ruso, para tratar de soportar las punzadas que siente en la columna, en el cuello e incluso en el cráneo.

Franz Bäar vive aquejado de dolores, producto de las golpizas que recibió en la colonia (fotografía de Claudio Concha).

Franz Bäar vive aquejado de dolores, producto de las golpizas que recibió en la colonia (fotografía de Claudio Concha).

En esos días, sumido en los dolores, me cuenta que no los soporta más y que lo único que lo calma un poco es una especie de crema de maqui que él mismo prepara, una especie de cataplasma. Le digo que debe ir a un hospital, pero se niega tajantemente. Poco después, Hernán Fernández, su abogado, me explicaría que ello es producto del pánico que siente ante la sola posibilidad de ver una enfermera, una jeringa, una pastilla.

–Su reacción es completamente lógica. Fue torturado por 30 años al interior de un hospital –reflexiona su abogado.

Franz recuerda a la perfección el diálogo que sostuvo con una enfermera distinta de las habituales, que llegó cierto día a inyectarlo. Era una joven que él conocía bien y con la cual había cierta confianza.

–¿Qué me vas a inyectar? –le preguntó.

–No te lo puedo decir –respondió ella, muy complicada.

–Entonces tú lo sabes. ¿Y esa cuestión me vas a entregar? Yo te conozco. ¿Cómo es posible que me vas a inyectar esa cosa? Si es bueno, inyéctame. Si es malo, tienes que sacar del camino (sic) –le pidió Franz, recordando el diálogo en su español alemanizado.

Para su asombro, la mujer vació el contenido de la jeringa en algún lado.

–Fue peligroso para ella también. Siempre había alguien en el pasillo, observando. Cada enfermera era vigilada –acota Ingrid, mientras sirve a su marido pan integral, que ella misma cocina.

Por cierto, las inyecciones no eran el único “tratamiento” a que sometieron a Bäar, quien no sabe cuántas veces lo sometieron a electroshocks. Lo que sí recuerda perfectamente es haber despertado muchas veces y ver que en su habitación estaba instalado el aparato que utilizaban para aplicar electricidad a los “pacientes”.

Agentes extranjeros

–Yo fui un conejillo de Indias para la ciencia internacional –reitera Franz, explicando lo último en función de que (en la colonia) hubo “muchos agentes militares de Alemania, de muchos países, también científicos de Checoslovaquia, de Polonia”, que estima lo observaron tanto a él como a “los presos políticos que se llevaban al hospital”.

Samuel Fuenzalida Devia, que en 1973 era un simple conscripto que tuvo la desgracia de ser enviado a la DINA (de la cual desertaría poco después, huyendo a Alemania) conoció bien la Colonia. Su testimonio fue vital para condenar al ex jefe de la DINA en Parral, Fernando Gómez Segovia, por el secuestro del militante del MIR Álvaro Vallejos Villagrán, a quien entregaron en 1974 a Paul Schäfer en persona, luego de trasladarlo desde Santiago. Poco después, Fuenzalida se volvería a topar con Gómez en Santiago, esta vez en un entrenamiento que oficiales de la CIA ofrecieron a funcionarios de la DINA, curso en el cual también rondaron alemanes de Dignidad, aunque los norteamericanos y alemanes no eran los únicos extranjeros que había por allí.

Recuerdo que había un brasileño o portugués hablando allí por radio –me dijo Samuel Fuenzalida en un caluroso día de febrero en Santiago, sentados en un café ubicado a dos cuadras de La Moneda. Le pregunté qué sabía sobre Dignidad y el BND, el servicio de inteligencia alemán, formado después de la Segunda Guerra Mundial y encabezado por Reinhard Gehlen, un ex oficial nazi.

El BND daba protección a la Colonia Dignidad. Eso lo supe después, estando en Alemania –me explicó, confirmando parte de lo que me diría Franz.

Golpiza en el hospital

De a poco Bäar fue reincorporándose a la vida de la comunidad, aunque seguía pernoctando en el hospital donde en las noches, casi todas las noches después del golpe de Estado, siempre en el mismo horario, entre las 3 y las 4 de la mañana, escuchaba quejidos aterradores, de gente que supone que torturaban allí, aunque asevera que “yo no sé si eran detenidos desaparecidos” (pues podrían haber sido otros colonos). Sin embargo, está muy seguro de una escena que presenció en el mismo recinto asistencial.

Vi a Gerhard Mücke, junto a Schäfer y también un militar cojo, este cojeaba antes, no sé cómo se llamaba, yo creo que de Linares o Talca y que después fue gobernador… con él estuvieron allí golpeando a unas personas –relata, agregando que, por el ojo de la llave de la habitación donde estaba, pudo ver toda la escena, en la cual Schäfer ordenaba, Mücke traducía al español las instrucciones del líder de la secta, y el chileno (aparentemente acompañado por personal de Carabineros) atacaba a la persona que tenían en el suelo.

Poco después de eso, pese a su precario estado de salud y aún tomando pastillas que lo mantenían dopado, a Franz lo pusieron a trabajar en una sierra circular. Por supuesto, un buen día perdió el equilibrio y cayó sobre la hoja, que casi le seccionó uno de sus antebrazos, el cual muestra las huellas evidentes de ello.

Destinado a la carpintería, comenzó de a poco a “rehabilitarse” ante los ojos de Schäfer, pero siempre tenía un solo objetivo en mente: huir de allí, aunque sabía que era casi imposible, pues en su lugar de trabajo –un sitio donde los demás colonos llegaban a relajarse y conversar– se contaba de todo, y así fue como Franz se enteró de muchas cosas, entre ellas, que había cámaras y sensores de movimiento por todos lados, y que las rejas estaban electrificadas.

Escape de los lavaderos de oro

Aunque parezca una escena extraída de las películas del Oeste norteamericano, a inicios de los años 80, y durante tres años, más de una veintena de hombres de Colonia Dignidad fueron sometidos a trabajos semejantes a la esclavitud en tres faenas de extracción de oro en la Cordillera de Nahuelbuta, uno de los tantos secretos de la colonia, asociado a una de las grandes temáticas relacionadas a la colonia: los dineros que Schäfer y sus adláteres escondieron en cuentas bancarias de diversos países, muchos de ellos paraísos fiscales, como ha ido descubriendo la justicia muy de a poco.

Según Bäar, era conocido al interior de Dignidad que el segundo hombre de Dignidad, Harmutt Hopp, habría realizado depósitos en bancos de Liechtenstein y que también habría viajado a Australia con el mismo propósito, acompañado de un ciudadano italiano. Si bien siempre se ha estimado que buena parte de la fortuna de la colonia provenía de las jubilaciones que percibían los ciudadanos alemanes de la colonia (y que Schäfer retenía para sí), del tráfico de armas y del trabajo esclavizado en la agricultura, la venta de ripio, madera y otros rubros, Franz agrega otra fuente de financiamiento poco conocida: la explotación de los lavaderos de oro.

De acuerdo a lo que recuerda, hubo al menos tres sectores donde se explotó el oro: una zona llamada “Los alemanes” en Tirúa Sur, además de un yacimiento en Trovolhue (comuna de Contulmo), ambos en la VIII Región, y otro en Carahue, en la IX.

Según señala, en estos yacimientos el oro “se veía en abundancia”, pero “a nosotros, sin embargo, nos decían que salía muy poquito”, relata Ingrid, quien cuenta que lo extraído era llevado a Parral, donde hacían lingotes, mientras los colonos que trabajaban en la faena minera eran mantenidos en precarias condiciones, viviendo en carpas, sin instalaciones sanitarias y trabajando todo el día, bajo la vigilancia de Schäfer y sus guardias armados, quienes ocultaban las armas debajo de sus ponchos.

Fue justamente en una de esas faenas donde Bäar vio a un peculiar amigo de Schäefer: Gerhard Mertins, ex oficial de las SS y creador de los círculos de amigos de Colonia Dignidad en Alemania. Dueño de la empresa de armas Merex, a mediados de los años 60 se convirtió en uno de los mayores traficantes de armas del mundo. En 1987 un buque que llevaba supuesta “carga humanitaria” para la colonia, despachado por Mertins, fue allanado en Antofagasta, descubriéndose un importante arsenal. Y claro, no solo compartía con Schäfer el gusto por las armas: también poseía minas en México, donde varios colonos viajaron a instalar un equipo de radio que le permitía comunicarse con la colonia. Sin embargo, no fue el único “notable” que apareció por allí. Bäar recuerda que  también estuvo en esos campamentos mineros de Nahuelbuta el coronel Pedro Espinoza, segundo hombre de la DINA y quien pasaba largas temporadas en Colonia Dignidad, al igual que el fallecido general Manuel Contreras.

Respecto de las faenas mineras, Franz rememora que en Tirúa estuvieron más de un año, agregando que “ahí se encontró mucho” y que quien estaba encargado de todo era Ricardo Alvear, conocido en la colonia como “Klops”. En uno de los campamentos, cierto día se produjo una golpiza feroz en contra de un joven colono alemán, “a quien casi mataron”. Al día siguiente, Bäar fue amenazado de sufrir el mismo castigo y ello lo decidió a fugarse por lo cual, aprovechando un momento en que estaba lejos el germano encargado de su vigilancia, trató de arrancar por los cerros, pero le fue imposible avanzar mucho, debido a la densidad de la vegetación y lo accidentado del terreno, ante lo cual debió regresar.

Para su fortuna, no alcanzaron a notar su momentánea desaparición, y así fue como siguió trabajando de sol a sol, pasando hambre y efectuando sus necesidades en pleno campo. Como si fuera poco, seguía medicado, pues, además de los hombres, viajaban con la enfermera María Strebe, que administraba fármacos a él y a otros “rebeldes”.

El tema de los lavaderos de oro, así como la explotación de minerales estratégicos como uranio, titanio y molibdeno, que la dictadura les cedió por 99 años en comodato, es un tema poco investigado. En los múltiples procesos judiciales incoados en la colonia, solo existen antecedentes sobre los lavaderos en función de una indagatoria realizada en 1998 por la PDI, en el marco de una investigación del antiguo Juzgado del Crimen de Parral. En ese procedimiento, los detectives de esa comuna llegaron hasta el fundo “La Selva”, en Carahue, propiedad de Marcelo Floody Armstrong, quien dijo que “por motivos comerciales, el año 1978 conoció a algunos líderes de la ex Colonia Dignidad” y que en función de antecedentes que indicaban que en sus tierras había oro, “los alemanes se interesaron”, por lo cual él los dejó explotar el mineral, a cambio de la construcción de algunos caminos y un puente.

Según el testimonio de Floody, los germanos se instalaron el 22 de diciembre de 1978, en el sector sur-poniente de su predio, con maquinaria pesada. El informe policial precisa que “manifiesta el entrevistado que en total fueron 22 las personas de Colonia Dignidad que se instalaron en su fundo, incluidos los líderes, y a su juicio entre ellos había dos chilenos”; es decir, Bäar y Alvear. Floody aseguró que a los alemanes les fue mal en las faenas extractivas y por ello se retiraron de allí el 22 de abril de 1979.

Texto originalmente publicado en www.elmostrador.cl

Fotografías de Claudio Concha

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El misterioso señor Mertins, el traficante de armas de Colonia Dignidad https://www.sinetiqueta.cl/el-misterioso-senor-mertins-el-traficante-de-armas-de-colonia-dignidad/?utm_source=rss&utm_medium=rss&utm_campaign=el-misterioso-senor-mertins-el-traficante-de-armas-de-colonia-dignidad Tue, 14 Jan 2020 10:50:17 +0000 https://www.sinetiqueta.cl/?p=2723 Seguir Leyendo]]> Ex oficial de las SS y motejado como uno de los más grandes vendedores de armas del mundo, era íntimo amigo de los colonos y un hombre que visitaba frecuentemente Concepción.

Gerhard Mertins fue uno de los miles de oficiales de las SS ―los cuerpos de elite de Hitler― que logró salir indemne de la Segunda Guerra Mundial. A pesar de que fue un destacado oficial, que alcanzó el grado de mayor y y estuvo implicado en un homicidio en el norte de Italia,  jamás fue incluido en lista de detención alguna y pudo integrarse cómodamente a la vida civil.

Más que cómodamente, en realidad. De hecho, pudo entrar a trabajar a la Volkswagen e incluso, según relata el periodista Ken Silverstein en su libro “Private warriors”, no tuvo problema alguno para encabezar, en la década de los ’50, una organización neonazi llamada “Los Diablos Verdes“, que funcionaba en Bremen, ni tampoco para integrar hacia 1952 el proscrito Partido Socialista del Reich, el sucesor del partido nazi.

Tan bien protegido estaba que no dudó en iniciar hacia 1963, en Suiza, un floreciente negocio de tráfico de armas a través de una empresa llamada Merex, para lo cual se asoció con otro polémico personaje, el ex general nazi Reinhard Gehlen, que se entregó a los norteamericanos previo a la capitulación alemana, siéndole asignada posteriormente la responsabilidad de rearmar los servicios de inteligencia en Alemania Federal, aprovechando las redes de inteligencia que ya tenía montadas al interior de la entonces Unión Soviética.

De este modo, Mertins contactó como agentes de ventas de su empresa a decenas de otros ex nazis repartidos por el mundo, como Otto Skorzeny, el líder del grupo que rescató a Mussolinni cuando estuvo prisionero en el Sasso, que se refugió en España; a Hans Rudel, fugado a Argentina, donde construyó aviones para Perón; a Klaus Barbie, establecido en Bolivia, y a Friedich Schwend, en Perú. Este había sido el artífice de la operación “Bernhard”, por medio de la cual se falsificaron millones de libras esterlinas, con el fin de “reventar” la economía británica durante la Segunda Guerra Mundial, lo que se retrata parcialmente en la aclamada película “Los falsificadores”. A su vez, mantenía cordiales relaciones con el nazi “chileno” más famoso, Walter Rauff, mencionado en 1977 como “asesor” de la DINA y quien también se cree que tenía contacto con Mertins.

Vendedor

Gracias a los contactos de Gehlen, Merex creció exponencialmente, vendiendo armas a países del Tercer Mundo. Tanto creció que Mertins llegó a ser motejado por los servicios de inteligencia de diversos países como uno de los mayores traficantes del mundo, al nivel del mítico Monzer Al Kassar.

La revista mexicana “Proceso” describía a Mertins como “de cabello cano, pañuelo azul al cuello, anillos y reloj de oro (un regalo del rey de Arabia Saudita)”. Cuando se le preguntaba por su profesión, dice Silverstein, se presentaba como “comerciante en logística“; mientras, “Proceso” agrega que el ex nazi aseveraba que “mi negocio no es la muerte, sino el mantenimiento de la paz“.

Famosos fueron los escándalos de tráfico de armas descubiertos en los años ’60 en los cuales se implicó Merex, cuyo fundador se trasladó en esa época a vivir a Maryland (Estados Unidos). A tal punto llegó el ruido generado por ello, que el Gobierno suizo le prohibió hacer negocios en su territorio y en 1967 el Congreso de Estados Unidos investigó a su compañía, determinando que sus actividades empresariales eran legítimas.

Según Silverstein, en los años ’70 comenzaron los coqueteos de Mertins con Chile y Paraguay, a través de la venta de armas a los regímenes militares imperantes en ese momento, aunque de acuerdo al autor, incluso antes del 11 de septiembre ya había hecho algunos negocios en Chile. Posteriormente se lo menciona como el gestor de la compra de los helicópteros Bolkow Messerschmidt que aún posee Carabineros.

En Concepción

Fue después del golpe, sin embargo, cuando se convirtió en un visitante asiduo de Colonia Dignidad y de las ciudades de Concepción, Parral, Chillán y Talca. Tanto le gustó el villorrio ubicado cerca de Parral, que participó en la creación del Círculo de Amigos de Colonia Dignidad, organismo de ayuda a Schäfer y compañía gestado en 1978 en Alemania, y en el cual participaron varios políticos vinculados al partido SCU (Unión Social Cristiana), cuyo presidente, Franz Josef Strauss, fue uno de los principales partidarios del enclave e incluso fue quien sugirió a sus jerarcas el nombre de “Villa Baviera”.

En los años ’70 y ’80 era frecuente verlo en Concepción, muchas veces acompañado del “embajador” de la colonia, el hoy condenado y prófugo de la justicia chilena Hartmutt Hopp, y no en vano el abogado que lo defendió públicamente en 1987, tras un hallazgo de armas vinculado a él (hecho que se relata más abajo), fue el penquista Fernando Saenger, quien fue asesor legal por varios años de Schäfer, hasta que decidió dejar de representarlo, cuando el alemán se negó a comparecer ante el ministro en visita que lo investigaba por delitos sexuales. 

En su calidad de “amigo” de Dignidad, Mertins incluso dijo que la mayoría de la población chilena estaba feliz de que se hubiera terminado el “show Castro-Allende” y que Pinochet y los miembros de la Junta eran grandes patriotas. En declaraciones de prensa, refiriéndose a la Colonia, agregó, sobre los colonos, que “este grupo alemán me causó una excelente impresión. Una serie de alemanes que ha visitado Colonia Dignidad conmigo comparte la opinión de que no se deben cometer injusticias en la opinión pública alemana“.

Las visitas a Frenz

Mertins era ciertamente un hombre ocupado y lleno de preocupaciones. Una de las principales que tuvo en los años ’80 fue su situación en México, donde compró una mina de oro cercana a Durango, que llamó “Villa Parral” (?), y donde fue denunciado en 1983 por el influyente periodista Manuel Buendía, el cual escribió una columna en el diario “Excelsior” diciendo que “uno de los principales traficantes internacionales de armas ha establecido oficinas en México… Muchas mujeres, hombres y niños han muerto no sólo en Centroamérica, sino también en Chile o Bolivia, Oriente Medio o el norte de África, gracias a las armas suministradas por Mertins“.

A consecuencia de las indagaciones originadas a partir de la columna, Mertins fue expulsado del país, pero antes de ello acudió a la oficina de Buendía, quien dijo que lo amenazó de muerte. El 30 de mayo de 1984, un desconocido disparó cuatro veces por la espalda en contra del periodista, cuya muerte nunca se esclareció. En los procesos judiciales, Mertins siempre negó tener algo que ver, así como también negaba vinculaciones con Barbie, Rudel y los otros nazis antes mencionados.

Mientras todo esto sucedía, Mertins viajaba por distintas partes del mundo, pero cada cierto tiempo llegaba a su país natal, donde una de sus principales entretenciones parece haber sido visitar con frecuencia al obispo luterano Helmuth Frenz, uno de los primeros en denunciar los horrores de Colonia Dignidad y al cual, según un informe de Amnistía Internacional del 10 de octubre de 1997, amenazaba con “consecuencias” si no detenía su “campaña” contra la secta.

También eran regulares sus viajes a la casa que Dignidad mantenía en Sieburg, según relató el periodista Ansgar Dürnholz a su colega chileno Patricio Parraguez (en un reportaje publicado el 3 de agosto de 1997 en “Las Últimas Noticias”), el 30 de noviembre de 1988 se produjo un extraño episodio, cuando se denunció un intento de asalto que nunca fue tal, generándose momentos de gran confusión en medio de los cuales apareció el misterioso señor Mertins.

De acuerdo a las versiones policiales obtenidas en forma extraoficial por Dürnholz, allí se almacenaban armas, mientras que el ahora fallecido periodista Gero Gemballa afirma en su libro “Colonia Dignidad” que a esa misma casa fue donde llegaron los famosos “bultos” con información de inteligencia que Manuel Contreras Sepúlveda envió en 1978 desde Punta Arenas (donde vivía Rauff) a Alemania, cuando su arresto y posible extradición a Estados Unidos por el caso Letelier eran una posibilidad más que inminente.

El Nedlloyd Manila

Pero no son los únicos episodios irregulares vinculados a Mertins. En 1987, la revista “Stern” denunció un hecho ocurrido en Antofagasta, donde se retuvo al buque Nedlloyd Manila, al descubrirse que portaba 1.056 kilos de municiones repartidas en 82 cajas, destinadas a Colonia Dignidad. Una vez más, quien aparecía detrás del envío era Mertins, el cual, coincidentemente, registra sus últimas entradas autorizadas al país ese año.

“Stern” aseguró que tras algunos trámites la carga fue autorizada a seguir viaje a Valparaíso, donde fue descargada, sin que nadie sepa dónde fueron a parar las municiones, aunque es evidente que forman parte de las halladas el 2005 en Bulnes y Parral.

A consecuencia de lo anterior, dos parlamentarios del Partido Verde pidieron al Gobierno federal alemán que respondiera una serie de preguntas muy específicas e intrigantes sobre el tema, cuyas respuestas nunca se conocieron públicamente.

Algunas de estas preguntas eran: “¿Qué sabe el Gobierno federal acerca de una oferta hecha por el comerciante en armas Gerhard Mertins a la Colonia Dignidad, que afectaba a material, pero no a tecnología? ¿De qué material se trata? ¿Qué sabe el Gobierno acerca de 1.056 kilos de munición que fuera encontrada en el barco de matrícula holandesa Nedlloyd Manila en 1987 y que estaban destinados a la Colonia Dignidad? ¿Fueron enviadas piezas o partes de armas químicas a Irán o Irak desde el aeropuerto de la Colonia Dignidad, piezas que fueron producidas en Chile? ¿Qué sabe el Gobierno federal acerca de un ejercicio de entrenamiento antiguerrillero realizado en la Colonia Dignidad, durante el cual se pudo establecer que las armas que tenía la Colonia eran mejores que las que usaban los soldados de la unidad en entrenamiento?“.

Aunque jamás admitió estar involucrado en los delitos que se le imputaban, habría sido interesante escuchar la versión del misterioso señor Mertins sobre algunas de estas acusaciones, pero ello no es posible ya que, al mejor estilo de quienes saben vivir siempre al filo de lo legal, murió apaciblemente en 1993.

También habría sido interesante saber las apreciaciones al respecto del dealer que lo sucedió, Karel Honzik, quien estuvo implicado en el caso Riggs y varias operaciones de armas a gran escala, pero al igual que su antecesor, está –al menos oficialmente- fallecido.

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La cinematográfica huida del primer fugado de Colonia Dignidad https://www.sinetiqueta.cl/la-cinematografica-huida-del-primer-fugado-de-colonia-dignidad/?utm_source=rss&utm_medium=rss&utm_campaign=la-cinematografica-huida-del-primer-fugado-de-colonia-dignidad Wed, 08 Jan 2020 10:59:04 +0000 https://www.sinetiqueta.cl/?p=2661 Seguir Leyendo]]> Cincuenta años después de haber sido condenado por injurias y calumnias contra Colonia Dignidad, Wolfgang Müller (hoy Kneese), el primer prófugo de la secta, revela detalles de sus fugas y cuenta lo que significa que la Corte Suprema haya rescatado la verdad de los horrores que denunció en 1967. Su abogado, Hernán Fernández, dice que el fallo que lo absolvió no solo le devuelve el honor a Kneese, sino también a la justicia chilena. Para la historia queda la querella que llevó a la cárcel a Wolfgang en 1967, redactada por el abogado Luis Ortiz Quiroga, representando el reducto que lideraba Paul Schäfer.

“La mujer embarazada dio a luz” fue todo lo que dijo Wolfgang Müller Lilischies una tarde de julio de 1967 al llamar desde un teléfono público de Mendoza (Argentina) a un número en Santiago que llevaba anotado en un papel. Dicho número correspondía a un anexo de la antigua embajada alemana en Santiago, donde respiraron aliviados al escuchar el santo y seña que debía pronunciar en caso de arribar sano y salvo a Argentina, concretando así la primera fuga de las garras de Paul Schäfer.

Pocos meses antes, Müller había sido condenado por injurias y calumnias por el Juzgado de Letras de Parral, después de que el abogado Luis Ortiz Quiroga, actuando a nombre del representante legal de Colonia Dignidad (Hermann Schmidt), se querellara en su contra. En un caso inédito en Chile, Müller (cuyo apellido actual es Kneese) recibió una pena corporal de cinco años y un día (posteriormente rebajada en segunda instancia a tres años y un día), por haber denunciado los malos tratos que recibía en la colonia, ante lo cual decidió escapar de Chile.

Como señala su abogado, Hernán Fernández, “Wolfgang fue perseguido judicialmente por denunciar la persecución de que fuera objeto por parte de Colonia Dignidad”.

Y no solo eso. Durante 50 años Wolfgang Müller fue desacreditado a consecuencias de sus antecedentes penales, llegando al absurdo de que, en 1986, el “canciller” de Paul Schäfer, Hartmut Hopp, dijera ante el parlamento alemán que a Kneese no se le podía creer nada, pues era un hombre condenado por injurias en Chile.

Medio siglo después, el 23 de agosto de 2017, la Corte Suprema revirtió dicha condena, en un hecho que para Fernández “devuelve su honor no solo a Wolfgang, sino que también restituye su honor a la justicia chilena, así como su credibilidad y su prestigio” (vea aquí el fallo de la Corte Suprema).

Kneese, en tanto, dice vía telefónica desde Hamburgo, que lo sucedido “es como si hubiera jugado una partida de ajedrez con el diablo y le hubiera ganado”.

Prisionero en Chile

Como se señala en el recurso de revisión que Hernán Fernández presentara ante la Corte Suprema el año 2016, Kneese conoció la “Misión Social Privada” (como se llamaba la agrupación liderada por Schäfer en Alemania) en 1957, cuando tenía 12 años y vivía en la ciudad de Heide, ocasión en que su madre lo mandó 14 días de vacaciones al hogar que mantenía Schäfer en ese lugar. Para Wolfgang, ese momento fue “el inicio de años de opresión, esclavitud y torturas inimaginables”.

Pese a que eran solo dos semanas, Kneese no pudo salir más de allí, siendo sometido a abusos por parte del líder de la secta e impidiéndosele cualquier tipo de comunicación con su progenitora, Vera Lilishkies. Junto a todo lo anterior, y como siempre sucedió con el grupo, fue obligado a trabajar, gracias al control que Schäfer mantenía de los integrantes de su secta, a través de la manipulación de textos bíblicos, hasta que en 1961 todos los integrantes fueron enviados a Chile, luego de las primeras denuncias por abusos sexuales en contra de Schäfer.

Debido a ello, relata Kneese, se inventaron tres excusas distintas para justificar la salida de Alemania. A quienes estaban dentro de la secta, especialmente a los niños, se les dijo que debían irse porque los rusos invadirían al país. A las autoridades chilenas, en tanto, se les aseveró que venían a ayudar a los huérfanos del terremoto de Valdivia, mientras que a los padres de los niños que estaban siendo sustraídos les indicaron que no había nada de qué preocuparse, pues los jóvenes realizarían una gira musical por Dinamarca y regresarían pronto.

El edificio de Heide, en tanto, señala el recurso de revisión, “fue vendido a la Fuerza Aérea Alemana en un significativo precio, (lo) que despierta interrogantes por los contactos e influencias de la secta y por la facilidad con la cual se realizó dicha operación”.

Ya en el predio de Parral, comprado por Schäfer a unos italianos, Kneese comenzó a pensar en fugarse y así fue como en junio de 1962 lo hizo por primera vez, para lo cual tomó un caballo del predio y huyó hacia la Panamericana. En la primera estación de servicio que encontró dejó el caballo atado a un poste, con un papel que indicaba que tanto el animal como la montura pertenecían a Colonia Dignidad y que debían ser entregados a Herman Schmidt. Era un día en que llovía torrencialmente y, sin saber qué hacer ni a dónde ir, y apenas balbuceando algo de español, Wolfgang se puso a hacer dedo, hasta que se detuvo el vehículo de una familia chillaneja de apellido Echeverría, cuyos integrantes pensaron que se trataba de un estudiante.

Una vez en el auto, y mientras estilaba, le preguntaron dónde iba.

—A donde sea que ustedes vayan —les respondió.

Acogido por esas personas, que lo llevaron a su casa en Chillán, sintió por primera vez amabilidad y protección en Chile.  Sin embargo, a los pocos días fue detenido, acusado del hurto del caballo, y reingresado a la colonia.

Un año más tarde, en 1963, su madre recibió por fin de manos de Schäfer la posibilidad de verlo. Para ello, le pusieron condiciones: debía abandonar Alemania, integrarse a la colonia en Chile y trabajar para ella. Desesperada, aceptó y se trasladó a Parral.

Sin embargo, a poco de arribar, “la encerraron en una habitación de castigo, con maltratos y drogas, luego de que se enteraran que le había contado de mi fuga en 1961”, relata Kneese. A fin de evitar el contacto entre ambos, decidieron trasladar a Wolfgang hasta Santiago, a la casa que la colonia mantenía en la capital, desde donde logró concretar su segunda fuga. Así, llegó a San Bernardo y se las arregló para ir a Chillán, a buscar ayuda con la misma familia que lo había auxiliado antes, que le consiguió alojamiento con unos amigos en Temuco. Llevaba cerca de dos semanas allí cuando apareció una patrulla de Carabineros, que lo sacó del lugar y lo devolvió a la colonia, sin explicaciones.

El periodista Gero Gemballa (fallecido en extrañas circunstancias en 2005) contaba en su libro “Colonia Dignidad” que al recapturado Wolfgang le cortaron el pelo muy corto y “lo condenaron a no hablar por tres años. Siempre recibía menos de comer y de beber que los otros trabajadores en el campo. En el cementerio del campamento tenía que cavar tumbas”.

Por cierto, no era solo eso. Kneese aseguraba en su recurso ante la Corte Suprema que “la represión después de la captura fue tan brutal como en la primera fuga. Esta vez me aislaron, debía dormir en una celda. Un día me dijeron que tenía una enfermedad y comenzaron a darme píldoras diariamente”.

Como se dio cuenta de que las pastillas lo aturdían, comenzó a evitar su ingesta, escondiéndolas debajo de la lengua cuando le exigían abrir la boca para ver si las había tragado. Pero, claro, no tardaron en darse cuenta del engaño, así es que los “médicos” de la colonia remplazaron las pastillas por inyecciones. Del mismo modo, lo vestían de rojo en el día y de blanco en la noche, para identificarlo con mayor facilidad si trataba de escapar.

Pese a ello, en agosto de 1966 lo intentó de nuevo, temiendo correr la misma suerte de Ursula Schmitke, una joven “rebelde” como él, quien meses antes falleciera de una supuesta pulmonía (en pleno verano), muerte en la cual siempre se ha sospechado la presencia de algún agente químico, como el gas sarín.

Para la tercera fuga, Kneese se lanzó al río Perquilauquén, el que cruzó a nado, seguido por patrullas de hombres armados y por diez perros pastores y doberman. Según cuenta, mientras escapaba en medio del agreste terreno, escuchaba detrás de él los ladridos y las sirenas que avisaban de la fuga.

Luego de atravesar lo que califica como “montañas de zarzamoras”, de las cuales salió con toda la piel herida, tuvo que eludir a dos vigilantes de la colonia que lo esperaban al otro lado. Así fue como, completamente ensangrentado, logró llegar a un pequeño restorán de Catillo, donde le dieron comida y ropas nuevas. Gracias a la ayuda recibida pudo llegar a Parral y tomar un tren a Santiago.

Allí se dirigió de inmediato a la sede de la embajada de Alemania. Le tomaron declaraciones por varias horas y lo enviaron al hogar de ancianos alemanes en Pudahuel, en el cual, a petición de la legación diplomática, quedó con custodia de la PDI. Dicha medida, se constataría más tarde, era más que necesaria, pues el 8 de marzo de 1967 una quincena de colonos intentó asaltar el hogar, para secuestrar a Kneese.

La presencia de los policías frustró los planes de los alemanes enviados por Schäfer, algunos de los cuales resultaron detenidos. El hecho causó mucho interés en la prensa y en los días subsiguientes el joven prófugo fue entrevistado por varios medios, de lo cual se valió la colonia para querellarse en su contra.

Según el libelo redactado por el abogado Ortiz Quiroga, Kneese había afirmado a la revista Ercilla “que sus ex compañeros de la colonia lo buscan para darle muerte, y lo estarían esperando a que saliera de la cárcel con ese objetivo”. Asimismo, le pareció injurioso que dijera que “nosotros en la Colonia somos esclavos y llevamos una vida de perros”.

Del mismo modo, lo acusaban también de injurias, porque una tercera persona, Melania Sepúlveda, dueña del restorán del sector Cuatro Esquinas, donde lo habían auxiliado, señaló a Las Ultimas Noticias que, según Müller, lo perseguían con perros y carabinas. Melania Sepúlveda le señaló al mismo diario que Wolfgang “nos dijo que les pegaban cuando no hacían bien los trabajos; que los encerraban en un subterráneo y a las niñas las ataban de los brazos a la pared y las azotaban” (vea aquí la querella presentada contra Wolfgang Müller en 1966).

La querella escrita por Ortiz Quiroga decía que todas esas imputaciones eran “totalmente falsas” y que, por el contrario, los directivos de la secta eran “gente seria, honesta y dedicada exclusivamente al trabajo”.

Ese proceso judicial, decía Gero Gemballa, estuvo plagado de irregularidades. Según el fallecido periodista, “aunque Wolfgang Müller hablaba español, ante el tribunal solo le permitieron hablar en alemán. Al intérprete, la dirección (de la colonia) lo trató de una manera especialmente deferente. Fue invitado junto a su esposa e hijo a la Colonia Dignidad, fueron hospedados y atendidos solícitamente, le hicieron pequeños y grandes regalos”.

Wolfgang Kneese.

El 25 de febrero de 1967, Kneese fue condenado en primera instancia por el entonces juez de Letras de Parral, Hernán Olate Melo. El joven germano comprendió entonces que su futuro en Chile era más oscuro de que lo siempre pensó, pues la sentencia establecía que debía entrar a cumplir la pena en forma efectiva. En medio de todos estos avatares, Wolfgang ya había pasado varios meses en la cárcel, acusado por los directivos de la Colonia Dignidad de supuestos actos de connotación sexual (en circunstancias que él era la víctima) y no estaba dispuesto a ir preso de nuevo.

Así, aún recluido en el hogar de Pudahuel de la embajada alemana y con su madre en Santiago en ese momento (la que debió ser liberada por la colonia, debido a la presión pública y el escándalo que se generó a raíz del intento de asalto a la casa de ancianos), Wolfgang comenzó a urdir alguna forma de escapar, en la cual intervino también la embajada de Alemania en Santiago, la misma que más adelante haría la vista gorda respecto de lo que sucedía en la colonia, cuando dicho recinto se convirtió en un campo de exterminio de prisioneros políticos.

Gracias a la buena disposición que existía en 1967, personal de la legación diplomática puso a la madre de Wolfgang, en contacto con una familia de origen suizo que residía en calle Holanda (Ñuñoa), de apellido Jakob, la cual estaba dispuesta a ayudar . Con ellos se planificó todo en detalle y así fue como el 9 de julio de 1967, día de la fiesta del Cristo Redentor en el Paso Los Andes, los suizos partieron en auto hacia la cordillera con el joven alemán, sabiendo que por la cantidad de público que habría ese día, los controles serían menos estrictos y la policía estaría preocupada de la multitud.

Un par de kilómetros antes de la aduana chilena, el auto se detuvo a un costado y uno de aquellos “ángeles de la guarda”, como los define Kneese, se bajó con él del coche y lo internó por un sendero, explicándole por dónde debía seguir, a fin de cruzar la cordillera a pie y rodeando las instalaciones aduaneras y policiales, a través de lo que recuerda como “un trayecto clandestino, por precipicios, bordes de montañas e inexistentes caminos”.  Gracias a las instrucciones que le dio su nuevo amigo, un montañista experto, el joven alemán pudo afortunadamente sortear sin mayores dificultades todos los obstáculos.

Algunas horas más tarde, ya en Argentina, Kneese se reencontró con los Jakob, quienes lo fueron a dejar a Mendoza.

Desde allí hizo el llamado convenido a la embajada alemana en Santiago y tomó un tren rumbo a Buenos Aires, ciudad donde lo esperaban otros diplomáticos, quienes lo llevaron a un hotel. Tras descansar algunos días por fin pudo tomar un avión de regreso a Alemania, donde años después cambió su apellido a Kneese, luego de casarse, convirtiéndose además en uno de los principales perseguidores de Paul Schäfer.

Una rosa para cada juez

Pese a que la desaparición de su condena por injurias y calumnias no tiene ningún efecto práctico, Kneese dice que llevar ese peso durante 50 años fue como “tener un crédito que nunca se ha pagado, es algo que molesta toda la vida”.

El fin de sus antecedentes penales en Chile se gestó gracias a la jurisprudencia que sentó la Corte Suprema, luego de fallar favorablemente un recurso de revisión en el caso de los Consejos de Guerra de la FACH en que fueron condenados, entre otros, el general Alberto Bachelet. El recurso de revisión es una medida excepcional, que solo se usa “para invalidar sentencias firmes o ejecutoriadas que han sido ganadas fraudulentamente o injustamente” y en las cuales se ha cometido “una injusticia manifiesta”, como señala el fallo de la Corte Suprema.

Teniendo eso en cuenta, el recurso de revisión presentado en noviembre de 2016 pasado por Hernán Fernández establecía que luego de la sentencia aplicada contra Kneese en 1967, “han ocurrido o se han descubierto diversos hechos y han aparecido diversos documentos desconocidos durante la tramitación de este proceso, que son de naturaleza tal que bastan para establecer su completa inocencia en aquellos que se le imputaron en el pasado” (vea aquí recurso de revisión presentado por Hernán Fernández).

Para probar ello se agregaron numerosos antecedentes, entre ellos informes parlamentarios y sentencias judiciales, las cuales dan cuenta de que en la Colonia Dignidad se cometió todo tipo de delitos y crímenes, desde abusos sexuales hasta homicidios, secuestros, tráfico de armamentos, fraudes aduaneros y muchos más.

Al recurso se acompañaron más de dos mil páginas de antecedentes respecto de las acciones criminales de la Colonia Dignidad, incluyendo además la documentación relativa al reconocimiento que efectuó el Ministerio de Relaciones Exteriores de Alemania en 2016, en orden a que no se había hecho lo suficiente a favor de las víctimas que sufrieron el régimen del terror a que las sometía Schäfer—explica Hernán Fernández.

Con todo ello, en un fallo histórico, la Corte Suprema concluyó que la condena dictada por el juez de Parral en 1967 era injusta, pues los hechos demuestran que los dichos de Kneese no tenían ningún ánimo de injuriar o calumniar, sino que, por el contrario, buscaban “informar a la población en general, y a la autoridad en particular, de los graves hechos que estaban ocurriendo en la llamada Colonia Dignidad”.

La sentencia, emitida por los jueces Milton Juica, Carlos Künsenmüller, Lamberto Cisternas, Jorge Dahm y la abogada integrante Leonor Etcheberry, concluye diciendo que, por todo lo anterior, se declara absuelto a Wolfgang Kneese de los cargos, “por haber sido probada su completa inocencia”.

Margarita Romero, presidenta de la Asociación por la Memoria y los Derechos Humanos Colonia Dignidad, dice que “Wolfgang recorrió un largo camino para que se hiciera justicia y se declarara su inocencia. Fueron 50 años de espera para que los tribunales reconocieran que la denuncia que él hizo a los 21 años sobre los crímenes que estaban cometiéndose en la Colonia Dignidad era la pura verdad. Es un ejemplo de valor, solo comparable al de las víctimas de la dictadura cívico-militar que fueron llevadas a Colonia Dignidad”.

Por décadas a las víctimas no solo no se les creyó, sino que fueron perseguidas, recapturadas y maltratadas, como sucedió con el caso de Karl Stricker, y muchas de ellas murieron buscando justicia y protección—señala el abogado Hernán Fernández.

Hoy y luego de la emoción por el fallo de la Corte Suprema, Knesse solo ansía poder viajar pronto a Chile. Según dice, apenas llegue se dirigirá al edificio de la Corte Suprema, para llevar una rosa a cada uno de los ministros que fallaron en su caso, como símbolo de agradecimiento hacia ellos y como símbolo del restablecimiento de la justicia en Chile.

Texto originalmente publicado en www.ciperchile.cl (2017)

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