Los símbolos desconocidos del mural de la UdeC

El Arte, especialmente en expresiones como la pintura, es un lenguaje de símbolos. Todos quienes lo cultivan lo saben a perfección, pero a nivel popular actual la idea de que la pintura podía expresar ideas mediante ideogramas o mensajes velados comenzó a popularizarse hacia el 2003, con la publicación de la novela El Código Da Vinci.

Sin embargo, no es necesario viajar a El Louvre u otros lugares para descubrir obras de arte que contienen más de algún enigma pues, de hecho, el mural Presencia de América Latina, ubicado en la Casa del Arte de la Universidad de Concepción, tiene varias características muy especiales en lo que a este ámbito se refiere. En total, hay cinco “enigmas” –por definirlos de algún modo- que por un largo tiempo permanecieron sin respuestas. Hoy, tres de ellos tienen ya justificaciones, bastante más prosaicas de lo que muchos podrían haber imaginado, hay otro sobre el cual existen sólo conjeturas y existe un quinto, un ideograma sin justificación en el entorno, que hasta la actualidad no posee explicación alguna.

Hay que recordar que tras el Terremoto de 1960, el antiguo edificio de la antigua Escuela Dental, ubicado en Chacabuco con Edmundo Larenas, quedó seriamente dañado. Un mes después del sismo un incendio terminó por destruir su frontis, tras lo cual se determinó reconstruirlo en otra parte y aprovechar la zona trasera para edificar sobre eso una Casa del Arte, proyecto para el cual se contó con la valiosa cooperación del Gobierno de México, que puso a disposición de la UdeC un equipo de muralistas encabezado por el afamado pintor Jorge González Camarena, apoyado por los también norteamericanos Manuel Guillén y Campos, Salvador Almaraz y Javier Arévalo. A ellos se unieron los pintores chilenos Eugenio Brito y Albino Echeverría, quienes a fines de 1963 viajaron a México a llevarle los planos del edificio a González. Posteriormente, todos tomaron un avión con destino a Concepción y comenzaron a pintar el imponente mural (de 211 metros cuadrados en la pared de fondo y un total de 250 metros cuadrados, incluyendo la escalera) a partir de un esquema dibujado por González Camarena, y que incluye muchos iconos mexicanos, chilenos y latinoamericanos.

Como el mismo González Camarena (fallecido en 1980) dejó escrito, el mural en esencia trata sobre “la unidad genética y cultural y, por supuesto, de destino de nuestro continente”. Sin embargo, nada dijo acerca de los elementos más exóticos de este enorme Patrimonio, que son los siguientes.

El demonio

Casi al centro del mural, en la parte inferior de este y debajo de una gran imagen que representa por medio de mazorcas de maíz la fertilidad del continente, se encuentra una de las primeras y más llamativas figuras del mural. Se trata de seis hombrecillos sentados, detrás de los cuales aparece una figura humana muy pequeña, con dos cuernos a cada lado de la cabeza, un pequeño demonio. Albino Echeverría, explica al respecto que “junto a nosotros trabajaba un auxiliar, Héctor Rodríguez, más conocido como “El Chico Rodríguez”, que nos ayudaba con el café, con los tiestos de pintura, etc. Este hombre bebía bastante, aunque no sé cuánto, y por las noches sufría de constantes pesadillas en las cuales se le aparecía el demonio, que se lo llevaba en medio de un sueño bastante espantoso y que a él se le repetía cada noche, pues consistía en que el diablo lo arrastraba por una especie de escalera, por lo cual su cabeza iba azotándose contra los peldaños”, señala el artista, quien precisa que a raíz de la locuacidad de “El Chico Rodríguez”, quien insistía en contar casi todos los días esta misma historia a González Camarena, este comenzó a llamarlo “don Sata”. Finalmente, el maestro decidió incluir una imagen de ellos seis y poner detrás, como un elemento humorístico, la efigie de “don Sata”.

Las letras C entrelazadas

Albino Echeverría confiesa que estuvo por un buen tiempo intrigado con aquello: en el costado izquierdo del mural, donde se encuentra el nopal (típico cactus desértico mexicano) del cual cuelgan algunos copihues y que se nutre de los cadáveres de indígenas y conquistadores, en una de las hojas figura lo que parecieran ser dos letras “C” entrelazadas por sus lomos curvos, escritas como si hubieran sido grabadas a cuchillazos sobre el vegetal. Echeverría recuerda que cierto día se acercó a González Camarena a preguntarle qué significaban, y este le respondió que de dicho modo se simbolizaban los puntos cardinales en los antiguos códices mayas.

El triángulo vacío

Hacia el costado izquierdo, a los pies de la mujer indígena que subyace detrás del conquistador de espada y armadura, se encuentra un pequeño triángulo gris, pintado sobre el rojo de fondo que se desgaja desde la pata del cóndor ubicado a la derecha. Albino Echeverría recuerda que durante los meses que duró el trabajo de pintura, sobre la base del esquema diseñado por González, cada tarde retiraban los andamios y miraban el conjunto, para ver cómo iba quedando. Hacia el final del trabajo, cierta tarde todos quedaron paralogizados al ver que estaba casi completamente concluido, a excepción de un detalle: quedaba un triángulo gris.

―Todos queríamos ser quien diera la última pincelada y prácticamente saltamos adelante al darnos cuenta que quedaba una zona sin pintar, pero el maestro nos contuvo y nos explicó que quería que quedara así: inacabado, con la idea de que cuando la gente lo fuera a ver, se diera cuenta que esa era una obra que nunca iba a terminar– explica el artista penquista.

La mujer

La imagen femenina se repite una y otras vez en el mural. Por todos conocida –o por casi todos- es la historia de ella. La modelo que se utilizó era una mujer de Coronel, Alicia Cuevas, quien posó para González Camarena, el cual retrató su cuerpo en la efigie principal. No obstante, el rostro que aparece allí no es el de ella ni tampoco el de la esposa del artista, ni de ninguna mujer que los demás pintores conocieran. ¿Una abstracción, una amante desconocida, un amor platónico? Nadie lo sabe, aunque Echeverría revela que “González Camarena era un hombre con mucho arrastre entre las mujeres, pero nunca le vimos manifestaciones donjuanescas”.

Hermético, el líder del mural nunca reveló a quien pertenecía ese rostro moreno, de ojos almendrados y boca más bien pequeña, aunque es posible verlo en otras obras que dejó en México.

―Era siempre el mismo rostro y de hecho, en el mural todos los rostros femeninos son semejantes, con esa especie de boca característica de la cultura olmeca― precisa Albino Echeverría.

Los signos incomprensibles

Quizá el mayor enigma del mural y el único respecto del cual ni siquiera existe una explicación razonable es una extraña y pequeña inscripción que figura en el sector derecho del mural, y que no se ve a simple vista debido a que está detrás de la escalera que conduce al segundo piso de la Casa del Arte, en una zona de tonos azulinos y grises, que muestra una suerte de zigurat de bloques de piedra que se entrelaza con la bandera argentina. Allí, orientado hacia la derecha, en una especie de efecto tridimensional, hay una figura con la forma de un típico escudo de armas, con la parte inferior redondeada en vértice y la superior con tres borlas. Inmediatamente debajo de ellas, se ve lo que pareciera ser una letra “X” sobre la cual se encuentra un ángulo recto. Al costado derecho de este extraño signo, hay dos letras entrelazadas. Podrían ser una “F” o una “A”, que se simbiotizan con una “B”.

Debajo, en el vértice del escudo, se aprecia una figura sin forma definida, que para Echeverría pudo ser básicamente una imperfección del muro, que se pintó de negro para esconderla.

Respecto de las letras, más de alguien las ha vinculado con la masonería o algún grupo semejante, pero no parece haber una correspondencia exacta entre el símbolo masónico más común (dos ángulos rectos que se cruzan, representando la escuadra y el compás) y el dibujo, ni tampoco con las letras. También más de alguna vez se ha especulado que podría ser alguna representación de algún movimiento político underground al que podría haber pertenecido el pintor, pero Echeverría explica que González Camarena hablaba poco de política (pese a su vínculo de juventud con Diego Rivera) y parecía muy moderado, a diferencia –por ejemplo- de David Alfaro Siqueiros.

Y además, hay otro dato importante: aparentemente el autor de dichas inscripciones no fue González Camarena.

―Una mañana llegamos a trabajar y me di cuenta de que eso estaba allí. Simplemente apareció de un día para otro. Me acerqué a Almaraz y le pregunté quién había pintado eso, pero él tampoco lo sabía, aunque sí tenía claro que el día anterior, había sido Javier Arévalo quien había estado pintando en esa zona― cuenta Albino Echeverría, quien dice que, embebidos como estaban en la faena, no siguió preguntando, postergando esas y otras preguntas para más adelante, hasta que perdió la oportunidad, pues cuando la obra estaba en su punto final, le avisaron a González Camarena que su hermano había fallecido en México, por lo que este dejó todo lo que estaba haciendo y voló de inmediato a la capital federal, regresando más de un año después a la inauguración, en un viaje muy corto.

-Sinceramente, no sé qué significa y creo que está allí precisamente para plantearse como un enigma, como una conjetura que permanece- reflexiona Echeverría, quien agrega que mucho tiempo después de concluido el mural y separado ya el grupo, “comencé a preguntarme por estas y otras cosas, incluso arrepintiéndome de no haberlas cuestionado antes”.

Texto originalmente publicado en PanoramaUdeC (2012).