Tren Concepción-Santiago, una necesidad imperiosa, no solo en verano

Este fin de semana la ministra de Transportes, Gloria Hutt, y el presidente de EFE, Pedro Pablo Errázuriz, anunciaron, entre otras cosas, que el tren nocturno entre Concepción y Santiago regresará, pero solo por el verano. En realidad, hará ocho viajes entre ambas ciudades y luego de ello, como anunció el alto ejecutivo a Radio Bío Bío, se estudiará la idea de “retomar el servicio más adelante”

No cabe duda de que dicha evaluación tiene que ver con la factibilidad económica del trayecto, algo que sin lugar a dudas es fundamental para una empresa que ha tenido grandes pérdidas en los últimos años, pero si hay un caso donde se justifica totalmente la función subsidiaria del Estado es este, y no solo por la comodidad y romanticismo del viaje en tren, ni porque en los países desarrollados sea una de las principales vías de comunicación, sino porque salvo unas pocas empresas de buses más o menos responsables, las miles de personas que día a día se trasladan entre los 500 kilómetros que separan las dos urbes más grandes del país tienen solo tres opciones: hacer el trayecto en bus, la forma más económica, o viajar en automóvil o en avión, alternativas muy caras ambas, y no me vengan con la monserga aquella de las ofertas de las líneas Low Cost: viajar de un día a otro entre Santiago y Concepción en avión vale entre unos 100 a 400 mil pesos. Pobre de usted que quiera llevar una maleta, más encima, o que quiera irse en un asiento donde sus rodillas no deban ser objeto de una reconstrucción quirúrgica después del viaje.

La realidad de miles de personas que efectúan ese trayecto día a día es que viajan en un sarcófago de dos pisos, sin aire acondicionado, repleto de gente, que para hasta en Chimbarongo, y que vale solo cinco mil pesos entre los voceadores del terminal Alameda Sur, ese desordenado y sucio infiernillo moderno ubicado en Estación Central, o bien en Collao, que actualmente parece un lujo asiático al lado del otro.

El problema de fondo, sin embargo, no es solo el calor (o el frío) en el viaje, el televisor con películas pirata que va a todo volumen o el compañero de asiento que sube completamente ebrio afuera de Curicó, sino que ya nos hemos habituado a ver que estos buses de dos pisos transiten con papeles adulterados, con el medidor de velocidad apagado, con choferes que no tienen capacitaciones ni documentos al día, y que cada cierto tiempo vuelquen o choquen afuera de San Carlos, en la oreja que conecta la ruta del Itata con la Ruta 5, cerca de San Graneros o en cualquier parte, y que los muertos ya no sean uno o dos, sino cuatro, cinco, seis o más.

Ese es el único motivo real que debería convencer a las autoridades de que, cueste lo que cueste, las personas que necesitan viajar entre Concepción y Santiago están día a día expuestos a subirse a ataúdes con ruedas, mal mantenidos por algunos empresarios inescrupulosos, para las cuales unos muertos más son parte las estadísticas.

Los trenes también sufren accidentes, pero son mucho más seguros y sus costos son solo levemente superiores a los de los buses, y mucho menores que los del avión. Son una opción obvia. 

Es por eso que no el tren entre Concepción y Santiago debería ser restablecido de forma definitiva, aunque el Estado deba subsidiarlo y poner dinero de su bolsillo. Con una sola vida que se salve, ya habrá valido la pena.