Pallomari: El contador chileno que hundió al cartel de Cali

Guillermo Pallomari, en los años ’90.

En la tercera temporada de la serie Narcos, de Netflix, el contador del Cartel de Cali, Guillermo Pallomari González, es retratado como un sujeto muy egocéntrico, un tanto paranoico (es el único que desconfiaba del jefe de seguridad del grupo, Jorge Salcedo, quien efectivamente estaba trabajando para la DEA norteamericana) y abúlico.

La descripción coincide bastante con la que el Salcedo real efectúa de él en el libro “En la boca del lobo”, de William Rempel, donde cuenta sus andanzas de varios años junto a los máximos líderes del Cartel de Cali, los hermanos Gilberto y Miguel Rodríguez Orejuela, de cuya contabilidad estaba a cargo, por lo cual se convirtió en la pieza clave para la justicia estadounidense y colombiana.

No obstante, hasta antes de aquello, para todo el mundo era el simple contador de una cadena de farmacias populares llamada “La Rebaja”, ubicadas en el centro y los suburbios de Cali por aquel entonces y que, por supuesto, pertenecían a los Rodríguez.

Es cierto que entre otras cosas supervisaba la actividad de dichas farmacias, así como la de cientos de otros negocios legales (incluyendo el club de fútbol América de Cali) que el cartel utilizaba con el fin de lavar el dinero logrado con el tráfico de cocaína a Estados Unidos y otros países y, además, llevaba una cuenta detalladísima de todos los sobornos pagados a policías, jueces y políticos, incluyendo el dinero que habían aportado para la campaña en la cual resultó electo Ernesto Samper,  en 1994: seis millones de dólares, platas que en su libro de contabilidad figuraban con un nombre en clave: “champaña”.

Según contaba la antigua revista Qué Pasa, Pallomari González era un ingeniero de sistemas y contador que decidió emigrar desde Chile tras el golpe de Estado, más que por razones políticas, por motivos económicos. Nacido en la antigua salitrera de María Elena, quería asentarse en el que en los años setenta era el país más próspero del continente, Venezuela, donde ya tenía varios parientes, pero se quedó corto de dinero en el trayecto y solo logró llegar a Cali.

De ese modo se afincó en esa ciudad colombiana, donde empezó a trabajar en distintos oficios, hasta que en 1982, por un aviso que vio en el diario, encontró un trabajo en “La Rebaja”, donde finalmente quedó a cargo de la contabilidad. Así, comenzó a escalar en la estructura de la organización de los Rodríguez, demostrando un asombrosa habilidad para acomodar los números y hacer que todo pareciera lícito, hasta que en 1990 asumió como jefe de finanzas del grupo, recibiendo el apodo de “Reagan”.

A esas alturas ya estaba casado con la colombiana Patricia Cardona y tenían dos hijos y, como contaba Qué Pasa, en un artículo firmado por Javiera Moraga, “Reagan” ocupaba una oficina en el vigésimo piso del edificio Siglo XXI de Cali, que afuera tenía un letrero que rezaba algo muy semejante a lo cualquier oficina de contabilidad de cualquier parte del mundo: “Asesorías contables y financieras”. Detrás de esa inocente fachada, sin embargo, se manejaban cuentas corrientes, depósitos e inversiones por miles de millones de dólares.

Un hombre soso

La habilidad que tenía con los números, sin embargo, no se traspasaba a lo social. Salcedo recuerda a Pallomari como alguien siempre limpio y bien afeitado, pero que “no tenía ninguna característica distintiva: era un hombre soso de enormes gafas cuadradas”. Pese a ello, señala, “parecía ansioso de participar en el tráfico de drogas y el blanqueo de dinero”. De hecho, fue él quien organizó internamente al cartel como si fuera una verdadera empresa, fraccionándolo en cinco divisiones: tráfico, finanzas, política, jurídica y militar, todo bajo la égida de Miguel Rodríguez Orejuela.

Como es obvio, la división de tráfico, cuenta Jorge Salcedo, era la encargada del giro principal del negocio. El narco José Estrada estaba a cargo de ella y de él dependían no solo los laboratorios en los cuales convertían en clorhidrato de cocaína la pasta base de coca que compraban en Perú o Bolivia, o a otros traficantes colombianos, sino también las bodegas que tenían en distintas ciudades y el envío a otros países.

La divisón de finanzas, como ya sabemos, era el feudo de Pallomari quien, además de todo lo anterior,  se preocupaba “de que las familias de los traficantes presos recibieran una mensualidad para que estos guardaran silencio”. Asimismo, era quien recibía, según Salcedo, a los funcionarios de la campaña de Samper, a los que entregaba cada vez montos distintos, pues los aportes provenían de los negocios legales y también de los bolsillos de los narcos.

La división política, en tanto, era una suerte de organización de lobby, que buscaba políticos a quienes llevar a Cali para recibir dineros de parte de los narcos. Nunca quedó claro quién la dirigía.

El equipo jurídico era liderado por el abogado Bernardo González, que además coordinaba a los abogados que tenían en Estados Unidos, mientras que la división militar incluía “seguridad interna, comunicaciones, inteligencia y mantenimiento de la disciplina”, y allí trabajaba Salcedo.

Sin embargo, Pallomari era un arrogante, que nunca quiso escuchar a Salcedo, ni siquiera cuando el 8 de julio de 1994 este le advirtió que un equipo del “Bloque de búsqueda”, como se llamaba la unidad policial encargada de arrestar a los jefes del cartel, se dirigía a su oficina.

Hablando

Pallomari fue arrestado y liberado al día siguiente, pero en el allanamiento incautaron varios libros y evidencias de los pagos a la campaña de Samper. Cuando lo interrogaron le preguntaron algunas cosas básicas, “como para quién trabajaba, a lo que él contestó con toda sinceridad que su función era la de administrados comercial de la familia Rodríguez Orejuela. Respuesta equivocada”, diría después Salcedo.

Tras ello, Gilberto Rodríguez se convenció de que la vida de Pallomari era un peligro para la organización, pero aún manejaba mucha información que solo él conocía, por lo que no podían matarlo. Ante ello, lo enviaron a vivir a una casa de seguridad, pero poco después la policía detuvo a Gilberto Rodríguez.

Con él en prisión, su hermano Miguel tomó la determinación de que era necesario asesinar al contador, ante lo cual este finalmente aceptó convertirse en informante de la DEA norteamericana, la cual lo sacó en forma clandestina desde Cali hasta Miami, junto a sus hijos. Sin embargo, antes de ello su esposa su asesinada.

Ya en Estados Unidos, y acogido al sistema de protección federal de testigos, al cual también pertenece Michael Townley, comenzó a hablar, y tanto dijo, que precipitó la caída de todo el imperio que manejaba el Cartel de Cali.

Hoy en día, al igual que Michael Townley, nadie sabe donde está.

Imagen principal: Miguel Rodríguez Orejuela, cuando fue detenido.