Los profesionales del delito en el caso Matute

Me costó años entender a cabalidad una de las frases más famosas del caso Matute, aquella pronunciada por la jueza del crimen Flora Sepúlveda el 10 de enero de 2000, 50 días después de la desaparición del universitario, cuando dijo que en ese hecho había “profesionales” involucrados.

Recuerdo que en el diario escuchamos varias veces el audio que había grabado Pablo Torres, el colega que había acudido al punto de prensa que extraordinariamente había dado la jueza. Esto es lo que decía textualmente: “he llegado a la conclusión de que se trata, en este caso, de ilícitos penales que han sido ejecutados por personas que tienen una preparación profesional. No estamos frente a personas comunes que cometen delitos en forma ocasional”.

Ante algunas preguntas de los periodistas, que le pidieron precisar sus dichos, afirmó que se trataba de “profesionales del ámbito delictual, con una preparación especial en el ámbito de la comisión de hechos ilícitos y de gran inteligencia”.

La última palabra, “inteligencia”, siempre fue interpretada en los círculos periodísticos como una suerte de mensaje cifrado, con el cual la persecutora (todo esto sucedió antes de la reforma procesal penal, antes de que existieran fiscales que investigaban) quería dar a entender que había personas con preparación de inteligencia implicada en los hechos.

Por cierto, nada de ello se probó jamás, así como tampoco se ha podido probar judicialmente quien asesinó al joven universitario, ni que sucedió con su cuerpo luego de que fue sacado desde la discoteca “La Cucaracha”, hasta que cuatro años más tarde fue encontrado, con las mismas vestimentas que llevaba la noche de su desaparición, a un costado del camino a Santa Juana.

Los únicos siete imputados que alguna vez existieron, acusados de obtrucción a la justicia por haberle mentido a la jueza, quedaron liberados de ese delito justamente cuando comenzó a imperar la Reforma Procesal Penal. Claro. Entre las normas adecuatorias que se dictaron con motivo de ello se eliminó el delito de obstrucción a la justicia para reemplazarlo por “obstrucción a la investigación”, que se comete cuando se le miente a un fiscal, no a un juez. Como ese no era el caso y el delito por el cual habían sido procesados había dejado de existir, los imputados debieron ser sobreseídos pues, como es obvio, nadie puede estar acusado de un hecho que no existe en la legislación.

Seis años atrás me encontraba escribiendo mi novela “Desaparecido en Concepción”, inspirada en el caso Matute. Como expliqué mil veces en ese tiempo, se trataba de una novela, de una ficción, de una invención a partir de un hecho real, como se ha hecho desde siempre en la literatura, y cuando estaba preparándola (sabiendo que la realidad siempre supera las más fértiles imaginaciones) revisé las miles de páginas de archivo que poseo sobre el caso, incluyendo todas mis notas.

Los primeros días

Leyendo esos apuntes, recordé claramente el inicio del caso desde el punto de vista público. Fue el domingo 21 de noviembre de 1999, cuando el entonces director del diario Crónica, Carlos Oliva, me fue a dar un dato: había un joven estudiante de quinto año de ingeniería forestal de la Universidad de Concepción desaparecido.

Oliva conocía muy bien los hechos, pues su hijo era compañero de universidad de Jorge. Ambgos habían trabajado el viernes en la feria anual que organiza Corma y estaban a tres semanas de egresar de la universidad. A Jorge, un muchacho simpático, ocurrente e inteligente, le esperaba un futuro esplendoroso. Ese viernes en la noche, me relató el director, Coke había salido junto a otro amigo, Gerardo Roa, y dos hermanas, a una discoteca ubicada en el camino a Carriel Sur, de la cual nunca había escuchado: “La Cucaracha”. En algún momento de la noche, Roa, que era dueño del auto en que se movilizaban los cuatro, decidió regresar a su casa y se fue, sin preocuparse de su amigo.

Ese domingo en la tarde, premunido de la dirección de Jorge Matute, en la calle Federico Soro, de la villa Spring Hill (San Pedro) partí hacia allá junto a un estudiante en práctica del diario, Fabián Alvarez.

En la puerta nos atendió María Teresa Johns, quien nos hizo pasar y nos comenzó a relatar el calvario que vivía desde las 8 de la mañana del sábado, cuando miró hacia la pieza de “Coke” y constató que no había regresado.

Estábamos en eso, cuando una jovencita apareció llorando en la casa. Era una ex polola de “Coke”, que vivía cerca de allí y la que, sin casi percatarse de nuestra presencia, relató que había recibido un llamado anónimo en su casa, en el cual decían que a Jorge le había pasado algo “malo”.

El dato no era menor y resultaba preocupante, sobre todo porque en ese momento el padre del muchacho, Jorge Matute Matute, era el presidente del sindicato de Petrox y, desde allí, encabezaba una férrea oposición ante supuestos intentos por privatizar la compañía (mucho tiempo más tarde se comprobaría que la llamada nunca había existido, salvo en la mente de la muchacha, que de algún modo cobró un gran protagonismo, gracias a ello).

Al día siguiente, lo ocurrido con Jorge fue el titular de Crónica y luego recibió la cobertura de todos los medios de prensa de Concepción, los que llegaron en masa a la discoteca, a cubrir el registro que efectuaba una cantidad importante de detectives de la entonces Comisaría Judicial de Concepción. Tras ello, los policías comenzaron a “peinar” las inmediaciones, especialmente hacia el frente, donde hoy se emplazan miles de viviendas en sectores como Las Monjas y Lomas de San Sebastián, lugares que, por aquel entonces, eran sitios eriazos y llenos de vegetación.

La noticia de la desaparición de “Coke” abrió casi todos los noticiarios nacionales aquella noche y al día siguiente estaba en los titulares de todos los diarios impresos y también en los de algunos medios electrónicos que recién comenzaban a surgir, como El Mostrador.

El texto secundario

En medio de todos los recortes de mis notas que encontré cuando escribía la novela, estaba la página 7 de ese día martes 24 de noviembre, que daba cuenta a plana entera de lo que contaba recién: la llegada de la policía a la discoteca, lo que había dentro de esta, la búsqueda en los sectores aledaños, los ruegos de su madre, los amigos que se unían a la búsqueda y mucho más.

Eso, pensé seguramente cuando escribí aquello, era lo principal. Sin embargo, lo esencial, como lo entiendo ahora, no estaba allí, sino en un recuadro, un texto secundario al pie de página, 30 líneas a las cuales nadie, salvo los “profesionales” a los que jueza aludía, puso atención.

Ese texto se titulaba “Las hipótesis que se manejan al respecto” y en su parte principal decía que la policía había recibido múltiples testimonios acerca de riñas en el local, pero que “se busca a testigos de una pelea que se habría producido en las afueras del local, en la cual al menos seis sujetos habrían golpeado a un joven, quien logró zafarse de ellos y escapar en dirección a Carriel Sur”.

Como decía, eso apareció publicado la mañana del 24, igual que una serie de otras notas de prensa y fue esa la mañana en que el caso se salió de control, pues hasta esas alturas todos entendían algo muy lógico: que se había producido una pelea en la disco, como ocurre siempre, y que a consecuencias de ello Jorge había sido lesionado.

Sin embargo, a eso de las 9.30 horas, el matinal de Megavisión recibió un llamado anónimo, de un sujeto que decía que pertenecía a una banda de narcotraficantes, que tenían a Coke y que pedían 50 millones de pesos por su rescate. Minutos después de eso, otro llamado anónimo avisó de un bulto que parecía un cuerpo humano, flotando en Lenga. Pasados unos minutos, otro llamado de alguien que decía que habían visto a un joven parecido a Coke caminando cerca de Chillán.

Los llamados no se detuvieron nunca más, disgregando completamente al primer equipo investigador. Ciertamente, muchos de esos llamados los hicieron personas de buena voluntad que creían aportar con algo, o personas ociosas que querían “bromear”, pero qué duda cabe (y la jueza Sepúlveda lo sabía): muchos de esos llamados los efectuaron verdaderos profesionales del delito, que sabían muy bien lo que hacían, generando una serie de alarmas falsas que sabían que los investigadores del caso estaban obligados a chequear, quitándoles tiempo e introduciendo muchas otros factores a un caso que, al inicio, parecía bastante sencillo.

No en vano, los autores del crimen, sean quienes sean, han quedado impunes por tantos años. 

Texto originalmente publicado en W5.cl