Los mil y un exóticos intentos por matar a Fidel Castro

Hace algunos años, cuando la CIA norteamericana desclasificó las 700 y algo páginas conocidas como “las joyas de la familia” (dossier con detalles de algunas de las operaciones más secretas efectuadas por esa agencia en los años 60 y 70) se dio bastante importancia a algunas menciones relativas a las distintas y alocadas formas en que la CIA intentó asesinar a Fidel Castro, a inicios de los años ’60.

El documento que contiene dichos antecedentes fue titulado como “Report on plots to assassinate Fidel Castro” y fue escrito en 1967 por el Inspector General de la CIA, apenas asumió la dirección de dicho organismo Richard Helms, quien pidió que se investigaran todos los intentos por asesinar al líder cubano.

En dicho momento era una solicitud un tanto extraña, dado que en el mismo informe se menciona el conocimiento que él ―que era Subdirector de Operaciones a principios de los ‘60― tuvo que ver con dichas operaciones secretas. Helms fue el director de la CIA que recibió la instrucción de evitar que Allende llegara a La Moneda en 1970 y tras fracasar en ello cayó en desgracia ante Richard Nixon, aunque se mantuvo a la cabeza de la agencia hasta principios de 1973.
El texto, de casi 130 páginas, fue confeccionado entrevistando a todos los implicados en los intentos por matar a Castro, y en 1975 fue requerido por una comisión de representantes (diputados) de Estados Unidos que investigaba diversos crímenes políticos, entre ellos el de John Kennedy. El reporte quedó archivado entre los documentos recopilados por el comité, que los desclasificó en los años ’90, pero no figura en ningún sitio de desclasificación oficial del gobierno de Estados Unidos, sino en una biblioteca digital que preserva todo lo vinculado a comisiones investigadoras de magnicidios.

El talio

Uno de los primeros planes que se desarrolló al interior del TSD (sigla en inglés de Equipo de Servicios Técnicos) y la fuerza de tareas Cuba, fue la idea de contaminar el aire de un estudio de radio al cual acudiría Castro, con algún alucinógeno semejante al LSD. Por cierto, el objetivo era causarle descrédito, no matarlo.
Descartada esa idea, pero en la misma línea, pensaron en entregarle habanos contaminados con algún químico, con el mismo objetivo anterior (causarle desorientación) hasta que alguien propuso que los contaminaran con talio para que se le cayera la barba, pues un misterioso agente de la CIA que sólo se identifica como “03” (a diferencia de casi todos los demás, que aparecen con sus nombres reales) dijo al inspector general del organismo que las “sales de talio son un químico usado por las mujeres como depilatorio”, motivo por el cual querían lograr que Fidel Castro lo ingiriera y perdiera de algún modo el símbolo que representaba su barba.
El asunto, además de absurdo, era arriesgado, pues como señala el mismo documento, “una dosis correcta causa depilación, mucha produce parálisis”. Posteriormente generaron una variante, aún más ingenua. Sabían de un viaje que Castro haría a un país extranjero y, allí, pensaban “secuestrar” las botas del cubano, cuando este las dejara afuera de la habitación de hotel en que alojaría (para lustrarlas), momento en que las llenarían de talio. ¿Por qué falló el plan? Muy simple: Castro nunca hizo el viaje.

Bacteria botulínica

Tras ello, la CIA decidió recurrir al “sindicato” del crimen, como ellos mismos le llamaban; es decir, la mafia ítalo-americana, que hasta antes de que Castro se tomara el poder manejaba el juego y la prostitución en la isla. A través de un detective privado contactaron a Johnny Roselli, jefe de la mafia en Los Angeles, que a su vez presentó a los hombres de la CIA con Sam Giancana, líder mafioso de Chicago, que por su parte los vinculó con Santos Trafficante Jr., jefe de la mafia en Miami y, por ende, a cargo de todo lo que ocurría en la isla en términos mafiosos.

No obstante, a la CIA ya no le interesaba ridiculizar al ex guerrillero de la Sierra Maestra, sino matarlo, para lo cual ofreció 150 mil dólares. Los mismos líderes mafiosos se opusieron a un crimen violento y, tras considerar diversas alternativas, regresaron al esquema de los cigarros. Para ello, enviaron a Edward Gunn, uno de los científicos de la TSD, una caja de habanos, “de la marca favorita de Fidel”, los cuales fueron sometidos a algún tratamiento no especificado. El agente 03 relató al inspector general de la CIA “que se contaminó una caja de 50 cigarros con toxina botulínica, un virulento veneno que produce una enfermedad fatal algunas horas después de ser ingerido”.

Por algún motivo que no se explica, “03” se quedó con uno de los habanos y cuando fue entrevistado en 1967 accedió a testear su toxicidad. Pasados 7 años, “encontró que la toxina aún mantenía el 94% de su efectividad original”. A tal grado eran peligrosos los cigarros, que según el informe del Inspector General de la CIA no era necesario fumarlos. Bastaba ponerlos en la boca para morir. Los habanos quedaron varios meses en las oficinas del TSD, hasta que varios de ellos fueron retirados el 13 de enero de 1961. Los que quedaron allí fueron destruidos en 1963.

Las sacarinas

Tras ello, y sin que se sepa qué pasó con los puros que fueron retirados, discutieron al menos tres opciones más: una era administrarle “algo realmente tóxico, como veneno de medusa”, por medio de un alfiler. Otra, era administrarle “material bacteriano” en forma líquida y, finalmente, entregarle un pañuelo contaminado con bacterias, pero finalmente optaron por otra idea: producir píldoras tipo sacarina, con bacteria botulínica en su interior.
“Las especificaciones fueron que el veneno fuera estable, soluble, seguro de manejar, indetectable, que no actuara de inmediato, y que sus resultados finales fueran firmemente perceptibles. El botulismo se aproxima en reunir esos requerimientos, y puede ser puesto en forma líquida y sólida”, precisa el reporte.
La bacteria fue probada en cobayos y, para sorpresa de los científicos del TSD, estos la resistieron. Se la administraron a monos, posteriormente, y encontraron en que ellos “hizo el trabajo esperado”, por lo cual produjeron seis píldoras que Trafficante entregó a Juan Orta, un ex camarada de Fidel, que aún estaba vinculado al gobierno cubano y que, por cierto, se había cambiado de bando, pero este las terminó devolviendo, porque a juicio de la CIA, ya no tenía (respecto de Castro) el acceso que él había prometido. Después se las dieron a otro líder anticastrista, Tony Varona, quien aparentemente mintió varias veces diciendo que había despachado a tres hombres con las píldoras, desde Miami hacia Cuba, lo que nunca sucedió.

Cuando le exigieron resultados, Varona dijo que además requería armas, y así fue como el agente a cargo de la operación, William Harvey, junto al jefe de la Estación de la CIA en Miami, Ted Shackley, proveyeron de explosivos, rifles y pistolas a Varona. Según Harvey, Shakley (un especialista en operaciones encubiertas) nunca supo a quién le estaban entregando las armas ni qué destino tenían, versión bastante poco creíble, sobre todo tratándose de un agente que fue leyenda en la CIA y que años más tarde estaría a cargo de la División Hemisferio Occidental de la CIA entre 1972 y junio de 1973, por lo cual muchos lo consideran uno de los cerebros que supervisó el 11-S chileno. Llegó a ser subdirector de operaciones de la CIA, de la cual se retiró en 1979.
En la comisión Church, que investigó las actividades encubiertas de la CIA en Chile, se interrogó varias veces a otro polémico agente que estuvo casi en los mismos lugares que Shackley: David Atlee Phillips, quien fue captado como agente de la CIA en 1950, en Santiago de Chile, donde estuvo hasta 1954, año en que –junto a Shackley- participó en el derrocamiento de Jacobo Arbenz, en Guatemala. Luego, estuvo varios años trabajando en el proyecto “Mangosta”, la designación genérica de los intentos por derrocar a Castro (Bahía de Cochinos incluida) y en 1970 era jefe de la Estación de la CIA en Caracas, cuando Richard Nixon lo puso al frente de la fuerza de tareas Chile. Phillips fue quien ordenó la entrega de las armas a los grupos que complotaban contra el entonces comandante en jefe del Ejército, René Schneider (lo que terminó con su homicidio) y sucedió a Shackley como jefe de la División Hemisferio Occidental de la CIA, cargo que ocupaba el día del asalto al palacio de La Moneda.

Interrogado por la comisión Church, negó enfáticamente haber tenido algo que ver con cualquier intento de homicidio en contra de Fidel Castro e incluso siquiera saber algo al respecto. También negó haber usado alguna vez la chapa de “Maurice Bishop” y, bajo ese nombre, haberse reunido con Lee Harvey Oswald (el asesino de John Kennedy) en Ciudad de México, pocos meses antes del magnicidio del presidente de EEUU, como lo aseguraba un cubano anticastrista. No obstante, no pudo negar haber trabajado “en algo relacionado con Chile” con el cubano Luis Posada Carriles, uno de los hombres clave con los cuales la DINA chilena tenía contacto.

De hecho, varios cubanos vinculados a Posada Carriles estuvieron en Chile en 1975 por varios meses, algunos de ellos incluso viviendo en el cuartel “Quetropillán” de la DINA, ubicado en Lo Curro y donde, además de residir el agente Michael Townley, se montó un laboratorio en el cual el bioquímico Eugenio Berríos produjo armas químicas (gas sarín), a lo menos, el cual fue utilizado en diversos crímenes, como el del cabo de la DINA Manuel Leyton. Se cree que allí también pudieron haber experimentado con otras armas químicas o bacteriológicas, como el talio, el que le fue administrado al ex presidente Eduardo Frei Montalva junto a gas mostaza, como se acreditó en el informe pericial realizado por la Universidad de Chile en medio de la investigación por su homicidio, en 1982.
La bacteria botulínica, en tanto, fue utilizada en el crimen cometido en 1981, en la ex penitenciaría, en contra de cinco presos políticos, dos de los cuales perecieron.

Los otros intentos

Luego de que Varona fracasara, la CIA regresó a las ideas descabelladas. En 1963 sus agentes pensaron en regalarle un traje de buzo a Castro (a quien le gustaba bucear, obviamente), contaminado por dentro con un hongo que le produciría una enfermedad cutánea crónica (pie de madura). La boquilla de respiración, en tanto, llevaría otra sorpresa: el bacilo de la tuberculosis.
Después, se les ocurrió conseguir una concha marina tan hermosa que no pudiera menos que atraer la atención de Castro cuando este buceara. Así, la pondrían en un lugar donde el revolucionario habituaba sumergirse y cuando la tomara estallaría, pues tendría un explosivo oculto. Nunca lo hicieron.
El último “proyecto” que figura en el reporte implica a otro cubano, Rolando Cubela, quien pidió un rifle de alta potencia, con mira, para matar a Castro. El agente de la CIA Néstor Sánchez se reunió con él en Paris, el 29 de octubre de 1963, y tras recibir la solicitud, quedaron de juntarse nuevamente, encuentro al cual Sánchez acudió sin el rifle, pero con un nuevo artilugio preparado por la TSD: un lápiz Paper-Mate que poseía una aguja finísima, a través de la cual se inyectaría a Castro un veneno basado en un insecticida. Según constata el propio informe de la Agencia Central de Inteligencia, en el mismo momento en que Sánchez y Cubela discutían cómo asesinar al hombre de La Habana, era asesinado en Dallas el presidente de Estados Unidos, John F. Kennedy.