La trama invisible de los atentados en EEUU

Sobre la forma en que se cometieron los atentados del 11 de septiembre en Estados Unidos, el horror que se vivió, la transmisión en vivo de las dramáticas imágenes de las personas que saltaban al vacío para escapar del humo y las llamas, se ha escrito tanto que parece innecesario ahondar en el trauma y dolor que causaron. Quizá lo más paradójico de todo ello es que estas nefastas consecuencias se basaron en el principio de la simpleza más absoluta, como lo comprendieron los norteamericanos después de mucho tiempo.

Se sabe con bastante detalle cómo fue la noche anterior a la fecha en que los 19 seguidores de Bin Laden se inmolaron. Todos ellos poseían una copia de un documento en que el líder de los secuestradores, Mohamed Atta, les había dado con sus últimas instrucciones, dividido en tres acápites: “La noche previa”, “la segunda fase” y “el tercer paso”.

En el primero, los invitaba a renovar su juramento de morir por dios. Luego de ello debían afeitarse con cuidado y ponerse colonia. Debían rezar buena parte de la noche y purificarse intentando olvidar “este mundo”. Después de una serie de justificaciones teológicas para lo que iban a hacer, les pedía bendecir sus cuerpos y todo lo que llevaban: cuchillos, pasaportes, las maletas, etc. Tras ello, había que revisar una vez más que el cuchillo estuviera bien afilado y, ya en la mañana previa al atentado, debían rezar en grupo o en parejas.

El segundo paso implicaba que cuando fueran al aeropuerto, ojalá en taxi, debían recordar a Dios en forma constante, repitiendo las palabras “dios es más querido que toda su creación” y “Oh, señor, protégeme de ellos como tú quieras”.

Por supuesto, les instaba a rezar en silencio, a cada minuto, la fórmula Alá Akbar (“no hay más dios que Alá”) y les pedía que no mostraran signos de confusión o nervio. “Estén felices, optimistas, calmados, porque están tomando un camino que dios ama y acepta. Este será el día, si dios lo quiere, en que ustedes estarán junto a las mujeres en el paraíso”, los estimulaba.

Una vez en el aeropuerto (tercera etapa) debían rezar una vez más antes de entrar al edificio y cuando el avión comenzara a moverse, les recomendaba un rezo especial para los viajes, “porque ustedes van a viajar con dios todopoderoso, así es que sean atentos”.

Agregaba: “Luego que el avión despega viene el momento en que los grupos se reúnen”… “ahí es cuando deben apretar sus dientes, como las generaciones piadosas lo hicieron y cuando comience la confrontación, peleen como campeones que no quieren regresar a este mundo. Griten Alá Akbar, porque este grito causa terror en el corazón de los no creyentes”.

¡Terminaba señalando que las últimas palabras, antes de estrellar el avión, debían ser “¡No hay dios sino Alá, y Mahoma es su profeta! Tras ello, todos nos reuniremos en lo más alto del cielo, dios mediante”.

Khalid Shiek Mohammed confesó (tras ser torturado) que en total intervinieron en los atentados 34 personas, y pese a todo el secretismo que existía en torno a la operación, esta estuvo a punto de irse al carajo en varias oportunidades, debido a las ansias megalómanas de Bin Laden (lo que explica, de hecho, las informaciones recibidas por los norteamericanos en los meses previos). Según KSM, Bin Laden dijo a varios visitantes importantes a sus campamentos que estaba por ejecutarse un gran ataque contra intereses estadounidenses e incluso, durante una prédica en la mezquita que tenían al interior del campamento de Al Farouk, pidió a quienes allí entrenaban que rezaran por las almas de los 20 mártires que próximamente ejecutarían una “gran operación de martirio”. Tanto otros cabecillas de Al Qaeda como KSM hicieron ver a Bin Laden su preocupación por estas indiscreciones.

El Martes Santo, como llamaron a la operación, estaba completamente listo para ejecutarse en agosto de 2001 y luego de éste, confesó KSM, vendría una segunda oleada, concentrada en atacar edificios del centro y el oeste de Estados Unidos.

Al abordaje

Siguiendo todo lo planificado en la mentalidad ingenieril de KSM, el 11 de septiembre de 2001 los 19 secuestradores ejecutaron todo tal como estaba presupuestado. A las 6.45 horas de esa mañana, Mohamed Atta se encontró en el aeropuerto Logan, en Boston, con los cuatro secuestradores que lo acompañarían. Pese a que en un vuelo previo (desde Portland a Logan) había sido revisado por la seguridad del terminal aéreo, no tuvo inconvenientes para subir al vuelo 11 de American Airlines, un Boeing 767 tripulado por dos pilotos, 9 asistentes y 81 pasajeros. Antes de subir, llamó por tres minutos al piloto de otro de los aviones, Marwan Al Shehhi, y luego se reunió con sus cuatro subordinados. A las 7.40 estaban todos sentados en sus asientos (dos de ellos en primera clase, cerca de la cabina). El vuelo despegó a las 8 horas con destino a Los Angeles, la misma ciudad a la cual se dirigían todos los aviones secuestrados esa fatídica jornada.

A las 8.14 horas se produjeron simultáneamente dos hechos. El primero es que en ese minuto estaba despegando, también desde Logan, el vuelo 175 de United Airlines, al cual subieron Shehhi y otros cuatro secuestradores. Este avión, otro Boeing 767, llevaba, además de los dos pilotos, a 7 asistentes y 56 pasajeros. Simultáneamente, el comando de Atta se hacía del control del American 11, cuando se encontraba a 35 mil pies de altura. Dos de los secuestradores mataron a una azafata y luego de ello ingresaron a la cabina (no se sabe cómo) para posteriormente reducir a los pasajeros, a quienes lanzaron gas lacrimógeno, obligándolos a replegarse en el fondo del avión. Uno de ellos, el ex oficial del ejército israelí Daniel Lewin, intentó detener a uno de los secuestradores. Los otros reaccionaron con velocidad y lo apuñalaron en el cuello, matándolo allí mismo, delante de los demás pasajeros.

Nueve minutos más tarde, Atta tomó el control del micrófono, como lo recoge el informe de la comisión del 11-S.

Que nadie se mueva, todo va a estar bien. Si tratan de hacer algo, se van a poner en riesgo ustedes mismos, así como al avión. Quédense quietos- dijo.

Atta cambió de inmediato el rumbo y puso en el GPS las coordenadas de Manhattan. Una de las azafatas, Madeline Sweeney, se logró comunicar con un centro de vuelo de la compañía a las 8:44, cuando seguramente ya se podía atisbar desde el asiento del piloto el skyline de Nueva York.

Vamos volando muy bajo, muy bajo, muy bajo… oh, Dios mío, vamos aún más bajo fue lo último que alcanzó a decir, pues a las 8.46 el vuelo 11 se estrelló contra la Torre Norte del World Trade Center.

El vuelo 175, en tanto, voló con normalidad por casi media hora. A las 8.42 el piloto se comunicó por última vez con la torre de control, avisando que había captado una transmisión extraña de otro vuelo (luego se sabría que era del American). Apenas se produjo dicho contacto los secuestradores entraron en acción, demorando tres minutos en hacerse con el control de la aeronave. En ese lapso, asesinaron a varios miembros de la tripulación con cuchillos, lanzaron gas lacrimógeno (o pimienta) y amenazaron con detonar una bomba. A las 8.47 Shehhi ya estaba al mando y efectuó un brusco viraje. Una pasajera se comunicó cinco minutos después con su padre y le informó que una azafata había sido apuñalada y que habían matado a alguien más en el frente. El avión, le dijo, se comportaba en forma errática. A las 9.03 el United 175 se estrelló contra la Torre Sur.

Sigue el horror

El vuelo 77 de American Airlines, en tanto, estaba compuesto por dos pilotos, cuatro asistentes y 58 pasajeros, y debía despegar a las 8 horas desde el aeropuerto de Dulles (Washington), pero finalmente lo hizo a las 8.09. A las 8.51 emitió su último mensaje, de rutina, luego de lo cual actuó el comando de Al Qaeda, premunido de cuchillos cartoneros. Un pasajero reportó por teléfono que el vuelo había sido secuestrado. A las 9.34 los radares captaron el inmenso Boeing 757 a cinco millas del Pentágono, girando en 330 grados para ponerse en línea directa hacia el edificio. Hani Hanjour imprimió la máxima velocidad que pudo y se estrelló contra esas instalaciones a las 9.37 horas.

El último avión en ser secuestrado fue el vuelo 93 de United Airlines, otro 757 que debía despegar a las 8 desde el aeropuerto de Newark (Nueva Jersey), pero se atrasó bastante debido al intenso tráfico que había a esa hora, por lo que finalmente sólo pudo salir a las 8.42. En él viajaban Hani Hanjour y otros tres secuestradores. El cuarto, que llegó a fines de agosto a Estados Unidos, no pudo unirse a la operación debido a que le rechazaron el ingreso en el aeropuerto de Orlando. La aeronave llevaba, además de los dos pilotos, a cinco asistentes y 37 pasajeros.

A las 9.23 la FAA emitió una alerta (enviada como mensaje de texto a los diversos aviones que volaban a esa hora) advirtiendo de lo que ocurría. El copiloto del United 93 lo vio y pidió una confirmación respecto del extraño mensaje. Esta no alcanzó a llegar, pues casi en el mismo momento, a las 9.28 horas, los secuestradores irrumpieron en la cabina, comenzando un fuerte forcejeo que implicó una caída de 700 pies (más de 200 metros) del avión, lo que fue registrado por los radares.

Los centros de comando alcanzaron a escuchar la transmisión de la cabina, en la cual el piloto gritaba “¡mayday, mayday!” y se oían de fondo gritos de lucha. Unos segundos más tarde se volvió a escuchar al piloto, diciendo “¡Salgan de aquí, salgan de aquí!”.

Luego se produjo un prolongado silencio radial, que se interrumpió a las 9.33, cuando una voz salió por el micrófono del piloto.

Damas y caballeros, este es el capitán. Por favor siéntense y manténganse en sus lugares. Hay una bomba a bordo, así es que siéntense  dijo Ziad Jarrah, quien ahora se encontraba junto a al menos uno de los secuestradores en la cabina, donde mantenían como rehén a una azafata, a la cual mataron al cabo de unos minutos.

En un acto cuyo significado real nunca se ha comprendido, algunos pasajeros reportaron que los secuestradores se pusieron bandanas (pañuelos) rojas en el cuello. Igual que en los otros vuelos, los pasajeros se concentraron en la parte trasera del fuselaje y comenzaron a llamar a sus seres queridos. Gracias a esos llamados se sabe que los cautivos se organizaron y decidieron intentar recuperar el control del avión. A las 9.57 varios de ellos lanzaron una embestida contra los secuestradores, lo que llevó a Jarrah a girar violentamente el avión a izquierda y derecha, con el fin de derribarlos. Un minuto más tarde ordenó a uno de sus cómplices que bloqueara la puerta de la cabina, pero se produjo un nuevo ataque.

A las 9.59 Jarrah cambió de táctica y empezó a subir y bajar con mucha violencia la nariz del Boeing, pero los obstinados pasajeros no cejaron en sus intentos. A las 10 de la mañana quedó grabada una conversación en la cual Jarrah preguntó a otro de los terroristas si ya había terminado la asonada. No, fue la respuesta.

Un pasajero gritó que debían tomar como fuera la cabina, pues si no lo hacían simplemente morirían. Fue entonces cuando se lanzaron de nuevo.

Alá Akbar

A las 10.01 Jarrah gritó la fórmula que Atta les había recomendado utilizar en el momento preciso, previo al impacto: “¡Alá Akbar!”

Uno de los suyos le preguntó si iba a lanzar a tierra el avión. Jarrah le respondió que así sería. Los desesperados pasajeros, sin saber aquello, intentaron una vez más hacerse de los controles de la máquina. Si lo lograron por algunos segundos o si al menos consiguieron dar muerte a alguno de los salafistas, nunca se sabrá, pues lo último que se escuchó fue, a las 10.03 de la mañana, una exclamación que decía “¡estréllalo, estréllalo” y otro grito más de “¡Alá Akbar!”. Segundos más tarde el United 93 se desintegró contra un campo ubicado en Shanksville, en el Estado de Pennsylvania, sin que alcanzara su objetivo inicial: el Capitolio, la sede del congreso norteamericano.

Los peores ataques terroristas que se han cometido en la historia causaron un total de 2.749 víctimas fatales inocentes (según los certificados de defunción emitidos), entre las cuales se cuentan los pasajeros y tripulaciones de los aviones, las personas que fallecieron en los edificios atacados, así como los policías y bomberos que perdieron la vida en las faenas de rescate. Una de las situaciones más paradójicas de toda esta tragedia es que uno de los muertos del 11-S fue el ex jefe de contraterrorismo del FBI en Nueva York, John O’Neill, el primer agente de alto nivel en comenzar la persecución en contra de Bin Laden.

O’Neill, que nunca fue un sujeto muy querido debido a su franqueza y mal humor, había tenido una serie de problemas internos en el FBI, que desembocaron en que se le iniciara una investigación interna debido a que, tras cenar en un restorán, dejó olvidado un maletín que contenía documentos confidenciales de dicho organismo. Considerando que ello era una persecución, en julio de 2001 decidió aceptar un trabajo en la famosa agencia de seguridad Kroll. A mediados de agosto invitó a sus agentes a cenar a un restorán ubicado en una de las Torres Gemelas y allí les anunció que se retiraba definitivamente y que, por esas curiosas vueltas que tiene la vida (y, en su caso, la muerte) lo habían destinado a una interesante labor, como jefe de seguridad del complejo del World Trade Center, donde comenzó a trabajar el 23 de agosto. A las 8.46 de la mañana del 11 de septiembre, cuando el avión piloteado por Atta se estrelló contra la parte superior de la Torre Norte, O’Neilll se encontraba en el piso 34 del mismo edificio.

Comenzó a coordinar la evacuación y unos minutos más tarde lo vieron subiendo hacia la zona del impacto. Su cuerpo fue encontrado al día siguiente.

La Torre Sur se derrumbó a las 9.59 horas, y luego cayó la Torre Norte, a las 10.28, cuando O’Neill se encontraba cerca de los pisos afectados. El edificio 7 del complejo, una estructura de 47 pisos que había estado todo el día acumulando escombros en su parte superior, sucumbió a las 17.20 horas.  Pese a las miles de ridículas teorías conspiracionistas al respecto, lo cierto es que ningún edificio del mundo es capaz de resistir la cantidad de calor (superior a los 1.600 grados centígrados) causado por la combustión del combustible alojado en las alas de los aviones, el peso de éstos ni, mucho menos, los daños estructurales que sufrieron.