La CIA, Irán y una trama de película

Cuando el mundo presencia con temor uno de los momentos más tensos entre Estados Unidos e Irán, es necesario recordar que aquella siempre ha sido una relación complicadísima y también cinematográfica, como lo refleja la premiada película “Argo”, que mostró la operación secreta llevada a cabo por la CIA en 1980, cuando el agente Antonio Méndez, quien falleció hace casi un año, dirigió una falsa productora de películas en Irán, con el fin de rescatar rehenes.

En respuesta al viaje del Shá a EEUU, dementes armados quizá traten de nuevo de sitiar la embajada. Sigue siendo cierto que podrán hacerlo si quieren, dada la reducida y limitada guardia armada”, advertía un cable enviado a Washington desde la estación de la CIA en Teherán, la capital de Irán, a principios de 1979, presagiando lo que ocurriría días más tarde, cuando la legación diplomática de EEUU en esa ciudad sería atacada por una turba enfurecida, que la dejó sitiada por más de un año, desde el 4 de noviembre de 1979 al 20 de enero de 1981.

La crisis de los rehenes, uno de los factores que de acuerdo a diferentes analistas costó la reelección al presidente demócrata James Carter, se detonó luego que el pro occidental Shá Mohamed Reza Pahlevi viajara en octubre de 1979 a Nueva York a seguir un tratamiento oncológico, tras lo cual el nuevo gobernante, el ayalota Rubola Jomeini, efectuó encendidos discursos anti EEUU, culminando ello con el ataque contra la embajada, donde quedaron atrapados 52 funcionarios, incluyendo a varios oficiales de la CIA.

Seis empleados del Departamento de Estado lograron escapar por la parte trasera, cuando era sitiado el edificio y se refugiaron en las embajadas de Suecia y Canadá, situadas en la misma calle, pero al cabo de una semana todos ellos terminaron escondidos en la de este último país, donde fueron ubicados secretamente en las residencias del embajador, Ken Taylor, y del segundo oficial de la embajada, John Sheardown.

Dicha situación y la forma en que ellos fueron rescatados por un equipo de la CIA, que creó una falsa película de Hollywood como argumento para sacar clandestinamente a los seis norteamericanos cobijados por los canadienses, dio pie a la premiada película “Argo”, protagonizada y dirigida por Ben Affleck, en la que actúan además otras glorias del cine y la TV, como Bryan Cranston y John Goodman.

Infiltración y exfiltración

Por cierto, la historia real es menos glamorosa que el guión de Chris Terrio, pero igualmente interesante. Quien la cuenta es su propio protagonista, el ex agente de la CIA Antonio Méndez (personificado por Affleck en el cine), que en 1999 escribió un paper (que puedes leer pinchando aquí) respecto de la operación, el que actualmente está desclasificado.

Méndez relata que en 1979 él encabezaba una unidad de la CIA llamada Oficina de Servicios Técnicos (OTS, por su sigla en inglés), que aparte de dedicarse a la falsificación de documentos trabajaba en “infiltración” y “exfiltración” de personas de diversos países; es decir, entradas y salidas clandestinas. Como cuenta, se trata de operaciones de inteligencia que se realizaban desde la época de la OSS (la predecesora de la CIA), en la Segunda Guerra Mundial, en las cuales había que “autentificar” a quienes entraban o salían, creándoles historias de fachada para sus identidades falsas, dándoles datos al respecto e incluso monedas para los bolsillos.

Méndez dice que apenas producida la crisis en Teherán comenzaron a trabajar de inmediato. “Yo pasé casi todos los primeros días de la crisis creando una operación de engaño diseñada para desactivar la crisis. Sin embargo, el presidente Carter decidió no usar ese plan”, explica en su informe, sin detallar en qué consistía dicha operación, aunque puntualiza que luego de ello le pidieron que se dedicara a pensar en cómo sacar a los seis estadounidenses escondidos en la legación canadiense.

Debido a que hacía poco un agente de la CIA había entregado muchos antecedentes sobre la seguridad del aeropuerto Mehrabad, en Teherán, poseían un buen conocimiento acerca de las formalidades y los papeles que allí se ocupaban desde que había asumido el Ayatola, y asumieron que la forma más simple era entregar pasaportes falsificados a los seis refugiados a fin de que estos, haciéndose pasar por ciudadanos de otro país, abordaran algún avión. Sin embargo, cuenta Méndez, los iraníes estaban muy atentos a los pasaportes, después de haber descubierto –en la misma embajada de EEUU en Teherán- dos pasaportes falsos que usaban agentes de la CIA.

Las opciones

Otra posibilidad que se analizó fue utilizar alguna ruta clandestina para salir de Irán. Ross Perot, el multimillonario que años más tarde fue candidato a la presidencia, se puso a disposición de la CIA, pues sabía cómo hacerlo: pocos días después de la toma del poder por parte de Jomeini, dos empleados suyos escaparon de Irán utilizando una ruta de contrabandistas. No obstante, ello era muy complejo, ante lo cual las autoridades de EEUU se pusieron en contacto con sus pares canadienses, cuyo parlamento recientemente había autorizado el uso de pasaportes de ese país para fines humanitarios. Apelando a ello, Canadá accedió a entregar seis documentos, pero no quiso pasar más, pues EEUU estaba solicitando ocho, considerando el posible viaje de dos agentes de la CIA a Teherán.

Aunque en la película se relata que Méndez tuvo la idea de recurrir a la filmación de una película como excusa para entrar a Irán, mientras veía en televisión la transmisión de una de las secuelas de El Planeta de los simios, en realidad cuenta que, mientras estaba en su casa empacando, pues viajaba a Ottawa, se le ocurrió que la historia falsa “debía tratar de mostrar una fachada tan exótica que nadie pudiera imaginar que estaba siendo ocupada para propósitos operacionales”. Asimismo, señala que “las historias de fachada funcionan mejor cuando sus detalles encajan con las experiencias verídicas o los conocimientos de los usuarios”.

Y así fue como se le pasó por la mente la idea de una película, entre otros motivos porque durante años había trabajado con un consultor en maquillaje de Hollywood a quien llama “Jerome Calloway”, al cual llamó por teléfono y le preguntó cuánta gente tiene habitualmente un equipo de producción. Calloway respondió que unas ocho, entre director, productor, guionista, productor asociado, camarógrafo, etc., si la idea era que se tratara de un equipo que buscaba un sitio para filmar una película y que debía evaluarlo desde los puntos de vista artístico, logístico y financiero.

Méndez razonó al respecto que “debido a que la producción de películas es ampliamente conocida como un negocio inusual, la mayoría de la gente no se sorprendería de que una compañía de Hollywood viajara por el mundo buscando la calle correcta o la colina necesaria para grabar una escena en particular”.

Sin embargo, no era la única idea que había. Aunque en la película se muestra a implacables burócratas que están convencidos de que los refugiados podrían pedalear (en bicicleta, por cierto) 480 kilómetros hasta la frontera, esa descabellada propuesta no figura entre lo que relata Méndez, quien dice que las otras dos historias de fachada que se manejaban eran las relativas a que los seis formaban parte de un grupo de economistas que viajaba por diversas partes del tercer mundo y la otra, que se trataba de un conjunto de profesores desempleados buscando trabajo en colegios internacionales por todo el mundo, idea esta última que Méndez confiesa “no nos entusiasmaba mucho”.

Las fuerzas Delta

A diferencia de lo planteado en el filme, tampoco hubo mucha resistencia a la estrategia de la película. Por el contrario, la CIA calculó que si todo salía bien y se creaban contactos con el ministerio de cultura iraní, posteriormente podrían viajar más “canadienses” a confeccionar los sets para la película, con la diferencia de que en vez de obreros se trataría de comandos de la Fuerza Delta, que intentarían rescatar a sangre y fuego a los rehenes en la embajada de EEUU.

Por ello, dieron luz verde al proyecto de Méndez y este se demoró cuatro días, ayudado por Calloway, en crear una empresa de producciones cinematográficas en Hollywood, el cual precisa que “era el lugar ideal para poner, crear y desmantelar una gran operación encubierta en una noche. La mafia y muchos inversionistas extranjeros tenebrosos era notorios por apoyar producciones en Hollywood, donde se hacen y pierden fortunas. Es también un lugar ideal para lavar dinero”.

Relata que llegó con 10 mil dólares en efectivo, pero que al final se gastó tanto dinero, que dos años más tarde seguían aún arqueando las platas. De ese modo, crearon “Studio Six Productions”, en alusión a los seis de Teherán, a mediados de enero de 1980, en una oficina que antes había pertenecido a Michael Douglas. Como anécdota, Méndez dice que como la empresa siguió operando por varios meses (pues nunca la cerraron) a incluso pusieron avisos de prensa sobre ella en Variety y en el Hollywood Reporter, les llegaron 26 guiones, entre ellos uno perteneciente a un –entonces- poco conocido director y guionista… llamado Steven Spielberg.

Por cierto, si iban a fingir la producción de una película, necesitaban un guión y un nombre para el filme. Como aún estaban en pleno furor post Star Wars, “decidimos que necesitábamos un guión con ciencia ficción, elementos mitológicos y del medio oriente. Algo sobre la gloria del Islam estaría bien, también. Jerome recordó un guión reciente que quizá serviría a nuestros propósitos, y lo buscó en medio de una pila de manuscritos enviados para su consideración”. El guión, explica, estaba basado en una premiada novela de ciencia ficción, y era muy complicado. 

Sobre el nombre, indica que “Argo” era una expresión que habían usado durante 10 años con Calloway y, claro, sonaba a algo relacionado con cultura o mitología, además de ser una referencia a la leyenda de Jasón y los Argonautas, pero en realidad “Argo” se trataba de una expresión que aparecía al final de un chiste obsceno que contaba siempre el hombre de Hollywood. Ciertamente, Méndez no contó en qué consistía este.

Luego de diseñar un logo para la película pusieron avisos en la prensa, que decían “Studio Six Productions Presenta “Argo”… una conflagración cósmica… una historia de Teresa Harris”, que era el nombre que habían estampado en uno de los pasaportes canadienses, para una de las mujeres que se encontraba en Irán en el grupo de los seis. El objetivo era claro. Si la inteligencia iraní sospechaba de la historia de fachada e intentaban comprobar si era cierta, bastaría con  que –sus espías en EEUU- revisaran la prensa para comprobarla.

El rescate

Méndez tampoco viajó sólo. Fue con otro agente de la CIA nacido en Latinoamérica, que usaba la chapa de “Julio”, que trabajaba en Europa y hablaba varios idiomas. Así, prepararon las historias de fachada de los estadounidenses que serían exfiltrados y además crearon otro set de pasaportes (de EEUU), por si acaso. Todo ello se envió por valija diplomática a Taylor, al tiempo que en Estados Unidos se tomaba la decisión final de mandar a Méndez y “Julio” a Teherán, lo que se tornaba cada vez más complejo, dado que el diario canadiense La Presse ya se había enterado de la fuga de los seis norteamericanos, pero accedió a no publicar la historia a cambio de la exclusiva, cuando todo hubiese terminado.

Julio” se fue a Zurich, en Suiza, y allí pidió una visa en el consulado iraní, que le dieron de inmediato. Méndez, en tanto, viajó a Alemania, y allí hizo lo mismo, explicando al oficial consular que lo atendió que se reuniría con sus socios de Studio Six en Teherán, pues ellos llegarían allá desde Hong Kong. No hubo problemas.

Cuando estaba yéndose, el 23 de enero, Méndez recibió el último visto bueno a la operación, esta vez de parte del presidente Carter. El 25 de enero los dos agentes de la CIA arribaron a Teherán y, tras registrarse en el Sheraton, partieron a la embajada de Canadá, donde supieron que además de Taylor, había otros dos embajadores –a quienes no identifica- que estaba apoyando a los refugiados. Se reunieron con estos y –como rememora Méndez- sólo uno de ellos mostró cierta ansiedad ante el riesgo, pero todos parecían felices de verlos. Les explicaron las tres alternativas de historias falsas que existían (la historia de la película, la de los economistas y la de los profesores) y los dejaron deliberar solos.

Al cabo de 15 minutos, los funcionarios del Departamento de Estado comunicaron a los hombres de la CIA que estaban dispuestos a hacerse pasar por gente del mundo del cine. Pasaron un día completando la falsificación de los pasaportes (para que efectivamente coincidieran con la historia del viaje desde Hong Kong) y luego de ello enviaron un cable a Ottawa informando que los seis canadienses de Studio Six habían pedido ayuda el embajador para que este consiguiera que el Ministerio de Cultura los atendiera, a fin de que ellos mostraran el proyecto de la película “Argo”, pero él les había dicho que buscaran otra locación, ante lo cual ellos había decidido abandonar Irán.

Méndez no lo dice abiertamente, pero mandó el cable sabiendo que era casi seguro que las comunicaciones estarían intervenidas y, así, ello proveería a los iraníes más información que reafirmaba la historia de fachada. La noche del 27 de enero (viajarían en la madrugada del 28) se lo pasaron estudiando los detalles de la historia de fachada y luego de ello cenaron junto a los dos embajadores no identificados, oportunidad en la que comieron muy bien y Méndez contó el chiste sobre “Argo”. En la madrugada partieron al aeropuerto, con destino a un avión de Swiss Air en que también abandonaban el país los funcionarios de la embajada de Canadá. Méndez recuerda que bajo el brazo llevaba su portafolio con el guión, el arte y todo lo relativo a “Argo”, pero señala que el funcionario del aeropuerto estampó los timbres sin mirarlos. Luego de ello, el hombre de la CIA falsificó el contenido de unas papeletas amarillas que debían coincidir con unas papeletas blancas que se entregaban al ingreso al país y pudieron salir rumbo al avión, que en su nariz tenía un nombre: “Argau”, una región Suiza.

Según relata Méndez, cuando bajaron en Zurich, algunos de los norteamericanos besaron la tierra, mientras “los otros pasajeros observaban esta extraña conducta”. Como corolario, cuenta que uno de los rescatados (de quienes se separaron en Suiza) llevaba puesto, cuando descendieron del aeroplano, un abrigo que él le había prestado, sin recordar que era una pieza de ropa de propiedad fiscal, por lo cual, más tarde, tuvo que pagarla.