Jesuitas, alquimistas y herejes: el manuscrito Voynich

Parece una historia de novela (y varios la hemos usado, como lo hice en Código Chile), pero es real: a principios del siglo XX, un librero de viejo de Nueva York se encontraba buscando libros usados en Italia y dio con el libro más extraño del mundo, un libro escrito en un idioma que, hasta hoy en día, nadie ha podido descifrar, y que se encuentra resguardado en una de las bibliotecas más seguras del mundo, al interior de la biblioteca de la Universidad de Yale, en la ciudad de New Haven.

Wilfrid Voynich.

El librero era un hombre de origen polaco llamado Wilfrid Voynich, quien había llegado a fines del siglo XIX a Londres, tras huir de las convulsiones políticas que ya comenzaban a sacudir a su continente. Allí comenzó una lenta pero ascendente carrera como vendedor de libros raros, y a inicios del siglo XX viajó varias veces a Europa continental con el fin de comprar partidas de libros subastados, entre los cuales siempre encontraba alguna joya.

Como no existe una biografía definitiva acerca de él, hay versiones distintas sobre dónde encontró el que ahora conocemos como “Manuscrito Voynich”. Sin embargo, su esposa Ethel contaba en una carta escrita en 1930 que su marido compró el libro directamente al Vaticano, hacia 1911, teniendo como intermediario para ello a un jesuita inglés llamado Joseph Strickland, quien estaba buscando un comprador que pudiera mantener el libro en secreto, y que avaló a Voynich como tal. De acuerdo con el mismo documento, el manuscrito se hallaba en un monasterio ubicado en la ciudad de Frascati, 20 kilómetros al sur de Roma.

Como sea, el hecho es que hacia 1915 Voynich comenzó a tratar de comercializarlo en Nueva York, donde puso un negocio en la calle 16, en Manhattan, pidiendo una barbaridad, algo así como 150 mil dólares, unos 15 millones de dólares de hoy. Como no había interesados, sacó fotos de las páginas y la distribuyó entre potenciales compradores, pero no llegó ninguno.

La carta de su esposa Ethel.

La leyenda en torno a Voynich dice que en 1917 apareció un sujeto en su local, diciendo que había logrado descifrar la clave gracias a un código que había heredado su padre de uno de sus antepasados, quien había sido amigo de un cura franciscano que algo había tenido que ver con el libro éste.

Según esta versión apócrifa, este visitante aseveró que el libro contenía una historia sobre una civilización perdida que vivía en el hemisferio sur del planeta, por lo cual  comenzó a ser entrevistado en diferentes diarios sobre el particular, hasta que un buen día un amigo suyo lo fue a visitar a su oficina. La encontró con la puerta abierta y sobre la mesa halló un cenicero con un puro, como los que fumaba su amigo, consumiéndose aún. En la silla estaba la chaqueta del sujeto y sobre un diván se encontraban su sombrero y bufanda. Al amigo aquello le pareció raro, más aún porque hacía mucho frío en Nueva York, pero nunca más se supo acerca del personaje.

El manuscrito

El libro poseía originalmente 235 páginas, aunque faltan varias, y pareciera estar dividido en varias secciones. La más extensa es la primera, dedicada a la botánica, llena de ilustraciones acompañadas por extraños símbolos y dibujos muy bien hechos, al parecer acuarelas, pero de diseños intencionalmente infantiles.

De acuerdo con diversos estudios, el papel y las tintas tienen una data fechada entre el 1200 y el 1500, y se trata de un pequeño ejemplar encuadernado en papel corriente, que asemeja papiro, del tamaño de lo que hoy es un libro de bolsillo.

Su creación se atribuye a Roger Bacon, un sacerdote alquimista que vivió hacia el 1230 en Inglaterra, un hereje dedicado a la búsqueda de “la piedra filosofal”, una suerte de elemento mágico que podía convertir cualquier metal en oro

La segunda sección del libro es de astronomía y astrología. Posee dibujos muy bellos y extraños signos zodiacales. La tercera parte es, aparentemente, biológica, y por todos lados aparecen mujeres desnudas, mostrando incluso sus senos, lo que sin lugar a dudas habría sido un gran escándalo para la época. Además, hay una ilustración que muestra a una mujer en una bañera con los brazos sangrando.

Luego vienen más dibujos de naturaleza y finalmente se encuentran lo que parecieran ser recetas de algo. 

Los escritores y las letras

Todos quienes han revisado el libro coinciden en que hubo al menos dos escritores en el mismo texto, pues si bien las letras, por así llamarlas, son las mismas, parecen escritas por manos diversas, y amén de ello las combinaciones entre ellas son distintas dependiendo de quién escriba. Además, a diferencia de muchos manuscritos medievales, no tiene correcciones de ningún tipo.

Es llamativo además el parecido de muchos de los caracteres con ciertos símbolos alquímicos, así como con los números árabes primitivos y con algunas abreviaciones latinas, pero es un alfabeto que solo posee 19, cuando la mayoría de los alfabetos poseen 26 ó más.

Carta entre Atanasius Kircher y Marcus Marci.

En todo caso, antes de llegar a manos de Voynich, se sabe bastante acerca del trayecto del libro. De hecho, se tiene constancia (por varias cartas que estaban en medio de sus hojas y que también se encuentran en Yale) que el primer propietario conocido fue otro alquimista famoso, John Dee, que lo habría encontrado en la abadía de Essex, en Inglaterra, a fines del siglo XVI.

Este supuestamente pagó una suma fabulosa para la época, 600 ducados de oro, más que nada por la suposición de que el autor era Bacon. Tras ello,  Dee se lo llevó de regalo al rey Rodolfo II de Viena, emperador del entonces ya inexistente imperio romano, que era el principal mecenas de los alquimistas de esa época, el cual  se lo regaló al jefe de su jardín botánico, Jacobo de Tepenauz.

El manuscrito terminó en manos del rector de la Universidad de Praga, el doctor Marcus Marci, quien a su vez se lo mandó a su ex profesor, el hombre más culto de este tiempo, el jesuita Atanasius Kircher, que vivía en Roma, como consta en una carta original de Marcus a Kircher, hallada en la edición que poseía Voynich y donde hacía referencia a una supuesta autoría de Bacon.

Kircher, es necesario decirlo, era, igual que Bacon, otro hereje, pese a su investidura sacerdotal. Fue quien la cámara de luz (el principio básico de la fotografía). También era un experto en criptografía y estuvo permanentemente en la mira de la Inquisición por sus escritos. Se calcula que escribió más de 80 libros, y muchos creen que utilizó códigos para escribir algunos textos que podían ser considerados herejía. Kircher, además, es autor de un famoso mapa que sitúa a la Atlántida entre Africa y América.

Nadie sabe bien cómo fue que salió de su poder, pero el hecho es que el libro fue recuperado por los jesuitas después de 1870, cuando lo compró un general de la orden llamado Peter Beckx, según dan cuenta algunas cartas de este sacerdote halladas por Voynich.

¿Quieres “leer” el manuscrito Voynich? Aquí puedes revisarlo completo, en la biblioteca Beinecke de Yale.