El criminal nazi que entrenaba atletas en Chile

Pese a que es un episodio casi desconocido por este lado del mundo, uno de los puntos en que los nazis se desplegaron con mayor ferocidad durante la Segunda Guerra Mundial fue en el estado báltico de Letonia, cuya capital, Riga, se convirtió en una verdadera fábrica de cadáveres. En medio del avance nazi iniciado a partir del Anchluss (anexión) de Austria en 1935, el siguiente objetivo de Hitler fueron los estados bálticos, que ocupó en 1938. Sin embargo, en 1940 la Unión Soviética reclamó para sí dichos territorios (en función del pacto Molotov-Ribbentrop), instalando un gobierno títere comunista, que sólo duró un año, pues en 1941 los nazis volvieron a ocupar Letonia, Lituania y Estonia, esta vez para quedarse.

Al igual que en otras regiones, en Letonia se pusieron en marcha los programas de “higiene racial” que no sólo consideraban a judíos y gitanos, sino también a los propios eslavos, pero en este país (como también sucedió con Estonia y Lituania) las persecuciones en contra de los comunistas fueron mucho más encarnizadas y recibidas con cierto júbilo por parte de los letones, lo que se tradujo en una verdadera borrachera anticomunista que sirvió para cometer crímenes inconfesables.

Luego de la guerra, los nazis allí apostados siguieron las mismas rutas de fuga que los demás y un destino frecuente para ellos fue América Latina, donde vivieron al menos tres, dos de ellos muy connotados: Herbert Cukurs, el único nazi que se sabe a ciencia cierta fue asesinado por el Mossad; el ex oficial de las SS Eduard Roschmann, cuya demencial figura utilizó Frederick Forsyth como eje para su famosa novela Odessa, y Edgar Laipenieks, el menos conocido de todos, pero quizá el más representativo no sólo de los escapes hacia la América Nazi, sino de las relaciones de los prófugos con la inteligencia norteamericana.

Nacido en Rucawa en 1913, era un atleta nato. En 1936 integró la delegación que representó a su país en las olimpiadas de Berlín, donde compitió en los cinco mil metros planos, pero de regreso en Riga desempeñó varios oficios en medio de los avatares políticos de su país. El 22 de junio de 1941 los nazis ingresaron nuevamente a Letonia bajo las órdenes del brigadier alemán Walther Stahlecker, quien como uno de sus primeros actos creó un equipo especial dedicado a la represión de comunistas y judíos, el Einsatzkommando-2 (EK-2), que a su vez estimuló el nacimiento de la Policía Política Letona (PPL), un simple apéndice del EK-2.

Laipenieks, un furibundo anticomunista, se incorporó de inmediato a la PPL, que comenzó a actuar en dos frentes principales junto a sus superiores del EK-2: la creación de un guetto para judíos en Riga y la consecuente eliminación de éstos y la persecución de los adversarios comunistas, único frente en el cual Laipenieks alegaba haber trabajado. Un informe de la Oficina de Investigaciones Especiales (OSI, por sus siglas en inglés) del Ministerio de Justicia de EEUU, filtrado el 2010 por el diario The New York Times, establece que entre julio de 1941 y fines de 1943, el propio Laipenieks admite haber “capturado cerca de 200 espías comunistas que posteriormente fueron muertos por otros o por él mismo”.

No existe claridad respecto de si formó parte o no del infame comando Arajs, una unidad especial creada por Stahlecker e encabezada por el letón Víktor Arajs y que funcionaba dentro del EK-2, la que fue responsable de la muerte de cerca de 22 mil de las 24 mil personas que había en el guetto. Respecto de lo que sucedió después de 1943 con Laipenieks hay muy poca claridad. Según el informe de la OSI, tras la guerra fue detenido en Austria y condenado por un tribunal militar francés por contrabando de armas, luego de lo cual reapareció en 1947 en Santiago de Chile, donde comenzó a llevar una existencia bastante holgada, pues entre otras cosas matriculó a su hijo mayor, Juris, en el exclusivo colegio alemán de esa ciudad.

Al inicio de la década de los 50, ya nacionalizado chileno, fue contratado por el Comité Olímpico de Chile y en dicha calidad fue el entrenador de los equipos de atletas que representaron a Santiago en las Olimpiadas de Helsinki, en 1952, y Melbourne, en 1956. En las de 1960, cuando ya no estaba a cargo de la delegación chilena, su hijo Juris fue el primer atleta chileno que compitió en el declatón, en las olimpiadas de Roma. Ese año Laipenieks había decidido trasladarse a Denver, Estados Unidos, como entrenador del equipo de fútbol de la universidad de esa ciudad, seguramente motivado por el trabajo que había comenzado a desarrollar en Santiago, en 1958, donde fue contratado por la CIA como agente de un programa específico llamado AEBALCONY, diseñado para utilizar deportistas de países bálticos como fachada para enviarlos a encuentros deportivos y lograr la captación de espías de esas nacionalidades o incluso, conseguir la deserción de algunos de ellos hacia Estados Unidos.

Si bien la CIA dice que AEBALCONY y su programa asociado, AESIDECAR-2, se extendieron solamente entre 1960 y 1962, ello se contradice con la OSI, según la cual el trabajo de Laipenieks con la CIA comenzó en Chile, dos años antes del inicio de AEBALCONY. La OSI señala al respecto que “entre 1958 y 1967 Laipeniks actuó ocasionalmente como observador para la CIA, ayudando a la agencia a identificar y desarrollar objetivos de interés en países del bloque comunista”.

En EEUU

Del paso de Laipenieks por Estados Unidos quedaron pocos registros. En 1961 aún fungía como profesor de educación física y entrenador de fútbol en Denver, período en el cual su equipo cosechó siete victorias y sufrió sólo tres derrotas. Luego de ello se sumió en las profundidades del anonimato y reapareció en 1964 (aún al servicio de la CIA) en México DF, donde el gobierno federal lo contrató con el fin de diseñar las instalaciones en las cuales se alojarían las delegaciones que acudirían a las olimpiadas de ese año en el Distrito Federal, lo que despertó muchas suspicacias años más tarde. En 1969 finalizó su contrato con el gobierno mexicano y regresó a Estados Unidos, a California, donde ingresó a trabajar como entrenador de atletas al colegio La Jolla. En 1972 fue contratado en el mismo cargo en la Academia Militar de San Diego, pero cuando esta cerró, en 1974, se quedó cesante y debió aceptar un puesto como guardia privado en un rancho ubicado a 30 kilómetros de San Diego.

Un año antes había solicitado por primera vez la ciudadanía norteamericana, y recién entonces el tramado burocrático de ese país se dio cuenta que el nombre de Laipenieks figuraba en un listado de 37 criminales nazis que se presumía vivían allí y que manejaba el servicio de inmigración (INS). En consecuencia, la visa fue rechazada y se abrió una investigación en su contra. Fue una feroz afrenta para el ex carcelero de Riga. Inició una fuerte ofensiva legal que se mantuvo entrampada por tres años, hasta que Laipenieks decidió dar un golpe comunicacional.

En una entrevista con el periodista Bob Dorn, del San Diego Evening Tribune, publicada el 20 de julio de 1976, confirmó que desde 1958 (cuando estaba en Chile) había sido funcionario de la CIA y que en dicha calidad había cumplido misiones en Alaska, San Francisco, Washington y Japón. Pero eso no era todo. Según contó a Dorn, cuando supo que estaba siendo indagado, se comunicó con sus antiguos controladores de la CIA, pidiéndoles ayuda, lo que tuvo la precaución de hacer por carta. Ingenuamente, la CIA le respondió por el mismo medio y Laipenieks por cierto tenía el documento para demostrarlo, el cual señalaba: “entendemos que el INS ha aconsejado a su oficina de San Diego cesar cualquier acción en su contra. Si eso no sucede, por favor háganoslo saber de inmediato. Gracias una vez más por su paciencia en esta instancia, y por su asistencia pasada a esta agencia”.

En esas fechas, George Bush padre llevaba sólo siete meses como director de la CIA y, ante la evidencia, se vio obligado a admitir el trabajo de esa agencia con Laipenieks, pero desdramatizó el asunto, aseverando que las funciones del letón habían sido “menores”. Aunque lo lógico habría sido que el escándalo hubiere forzado una investigación, el INS se abstuvo de iniciar acciones en contra de Laipnieks, argumentando que la INA (Acta de Inmigración y Nacionalidad) no le permitía expulsar a quienes habían participado en actos de persecución política en la Segunda Guerra Mundial, pues el argumento de Laipenieks era ése: que su actuación bajo la égida de los nazis del EK-2 no había tenido motivaciones raciales o religiosas, sino ideológicas.

Y le fue muy bien con dicha estrategia.

El 1 de junio de 1981, ya creada la OSI, se abrió finalmente una indagatoria, en la cual acusaron a Laipenieks de haber obtenido fraudulentamente la primera visa con que entró a Estados Unidos (la cual estaba escrita en inglés, idioma que el nazi no hablaba en ese tiempo). También lo culparon de haber omitido su pasado en la cárcel de Riga en su petición de ingreso, así como su condena en Austria (todo lo cual supuestamente sólo confesó en 1962 a la CIA, pese a lo cual no revocaron sus servicios). Además, y esto era lo de fondo, dijeron que su trabajo junto a los nazis no sólo se fundaba en razones ideológicas, sino también en motivos religiosos y raciales.

En función de todo ello se decidió llevarlo a un juicio de deportación. Para la preparación del mismo, los acusadores solicitaron asistencia a las autoridades soviéticas, que ubicaron en Riga (por ese entonces, perteneciente a la URSS) a nueve letones que habían sido víctimas de Laipenieks, testimonios que fueron enviados en video. Sin embargo, durante el juicio (que se extendió desde el 26 de enero al 18 de febrero de 1982) el juez a cargo, John C. Williams, cuestionó severamente la calidad de la prueba. Respecto de los videos proporcionados por los soviéticos, estimó que carecían de credibilidad, calificándolos de “intimidantes”, pues cuando el oficial soviético a cargo de interrogar a los testigos les preguntaba acerca del imputado, se refería a él como “el criminal nazi Laipenieks” o “el criminal de guerra”, lo que a juicio del tribunal era una clara inducción. Además, el magistrado de inmigración estimó que el oficial a cargo de las deposiciones coartaba de manera sistemática las contrapreguntas que hacían los defensores de oficio que se había designado para los interrogatorios.

Williams no lo dijo en su fallo, pero en el entorno de la defensa de Laipenieks se rumoreaba que el encargado de los interrogatorios era en realidad un oficial de la KGB. Independiente de los cotilleos de pasillo, los testimonios en sí le parecieron poco fiables a Williams. Sólo dos de los testigos dijeron haber sido agredidos físicamente por Laipenieks. Uno de ellos no lo pudo reconocer en las fotos de los años ‘40 como el hombre que lo había golpeado. El otro testigo no se pudo decidir entre tres de las ocho fotos que le exhibieron. De los restantes testigos, sólo dos lo reconocieron en el set fotográfico, pero según el tribunal la memoria de ambos era muy feble. La mayoría de los interrogados además habían sido militantes comunistas en la época del dominio de la URSS sobre Letonia.

Lo que sí convenció al magistrado fue el testimonio de Laipenieks, quien sorprendió a todos admitiendo que efectivamente había golpeado a varios prisioneros en la cárcel de Riga, pero aseveró que sólo lo hizo por motivos políticos, pues se trataba de agentes comunistas, argumentando que los malos tratos eran producto de la traición a que habían sometido a su país. Aseguró también que los comunistas habían asesinado a sus padres y suegro, lo que al juez le pareció de lo más razonable y creíble.

Tres años más tarde, Laipenieks, entrevistado en el Los Angeles Times, negó las atrocidades que se le imputaban, argumentando que “dicen que fui responsable del asesinato de 60 mil judíos. Dios mío, nunca tuve nada que ver con ellos. Yo trabajaba en la Policía Política Letona, como el FBI o la CIA, rastreando asesinos rusos y comunistas. Ese fue mi único trabajo”.

En su fallo, Williams estimó que el gobierno no había podido probar su acusación y lo dejó en libertad. La OSI, sin embargo, apeló a la Corte de Apelaciones de Inmigración, que revisó el caso y revirtió la sentencia de primera instancia, sentenciando que Laipenieks sí había actuado por motivos raciales o religiosos, por lo que ordenó su deportación, pero lo hizo con cierta mano blanda, pues el fallo establecía que dado que poseía nacionalidad chilena, debía ser enviado a Santiago. Sin lugar a dudas que ése habría sido un excelente destino para Laipenieks, no sólo en vista de las reiteradas negativas de distintos gobiernos chilenos en orden a extraditar a Walther Rauff, sino también porque en ese momento el dictador Augusto Pinochet, otro rabioso anticomunista, regía Chile con mano de hierro.

Pese a ello, Laipenieks sabía que también podría correr riesgo en Chile. Tenía muy en mente la suerte que habían sufrido en América Latina Adolf Eichmann y su compatriota Herbert Cukurs (asesinado en Uruguay por un comando del Mossad), por lo cual decidió apelar al Noveno Circuito de la Corte de Apelaciones de Estados Unidos, que en 1985 falló a su favor (en forma dividida), señalando en la parte medular de sus considerandos que “Letonia estaba en guerra con Rusia (en 1942) y tenía razones para temer a espías, saboteadores y conspiradores trabajando para minar al gobierno. Así, Laipenieks y la Policía Política Letona ciertamente tenían razones para estar preocupados por la conducta de los activistas y simpatizantes soviéticos”, agregando que por ende existía “una base legítima para investigar comunistas”.

Pese a que la corte dijo que no condonaba los malos tratos a los prisioneros, estimaba que ellos no eran suficientes como para ordenar la deportación.

―Por cierto que estoy feliz. ¿No lo estaría usted en mi lugar? Siempre creí que el sistema legal americano era justo. Cuando se es un criminal de guerra, uno se esconde, pero yo no lo hice porque no soy un criminal. Nunca hice nada incorrecto que yo supiera. No soy un mal hombre― afirmó el ex nazi exultante, a la salida de la corte, a un periodista del LA Times. Laipenieks falleció de una enfermedad el 29 de marzo de 1998 en su casa de la Jolla, California. Tranquilamente.

Texto publicado originalmente en w5.cl