Al Qaeda y todos los caminos al 11-S norteamericano

Aunque hoy haya cedido espacio a su spin off, Estado Islámico, Al Qaeda es la organización terrorista más exitosa que ha conocido la historia, pues fue capaz de infligir daños a la economía norteamericana estimados en más de mil millones de dólares tras los atentados del 11 de septiembre de 2001, sin contar todos los costos humanos (2.873 víctimas fatales) y materiales que los mismos dejaron in situ. En esencia, el fallecido Bin Laden creó el primer grupo terrorista genuinamente global y para entender cómo fue que terminó sumiendo en el terror a la nación más poderosa del mundo, es necesario escudriñar en los orígenes de Al Qaeda, así como el historial de atentados e incidentes previo a dichos acontecimientos.

Todo lo anterior y mucho más se encuentra contenido en miles de páginas de acusaciones, sentencias judiciales, documentos desclasificados y material de prensa de distintos países, a partir de las cuales está construida esta serie de reportajes que iremos entregando.

La cabeza de Jamal Al-Fadl, un computador

Jamal Ahmed Al-Fadl, de 33 años, permaneció largo rato esperando en la fila de solicitudes de visa en la Embajada de Estados Unidos en Etiopía, un día de junio de 1996. Hacía mucho rato ya que este sudanés había quebrantado el bayat (juramento de fidelidad a Al Qaeda) y por ende, cuando finalmente llegó a la ventanilla y un norteamericano regordete y con acento texano le preguntó con un poco de fastidio si solicitaba una visa, Jamal largó de inmediato el discurso que hacía muchos minutos venía memorizando, pero las palabras se le atragantaron en la garganta. Pese a que había vivido en Estados Unidos, donde incluso se había casado, hacía mucho tiempo que no practicaba el inglés.

No, no quiero una visa. Tengo información para su gobierno. Si su gobierno me ayuda, yo tengo información sobre gente, gente que quiere hacer algo en contra de ustedes —balbuceó.

El gordo lo miró a los ojos. No era la primera vez que alguien le contaba alguna historia extraña parado frente a la ventanilla, pero le bastó sostener la mirada de Jamal para saber que algo importante estaba sucediendo. Relajando un poco el tono, le dijo que se sentara en un escaño ubicado en la pared del fondo.

Jamal comenzó a impacientarse y por su mente se sucedieron las peores ideas posibles. Si bien Bin Laden había reaccionado con calma al saber de los 110 mil dólares que Jamal se había apropiado al cobrar algunas comisiones por la venta de azúcar y aceite que realizaba para una de las tantas empresas que Al Qaeda utilizaba como fachada en Sudán, e incluso le había ofrecido reincorporarlo al grupo si los devolvía, Jamal estaba seguro que las cosas iban a terminar mal.

Tal como el propio Osama se lo había dicho, a él no le interesaba el dinero. Su problema era que no entendía cómo Jamal, el tercer hombre en prestar el bayat, fundador del grupo, destacado muyaidín (combatiente) en Afganistán, pieza clave del entramado financiero, el hombre que inició los contactos para conseguir uranio, uno de los pocos que estaban enterados de los esfuerzos de Al Qaeda por producir armas químicas, el contacto con la inteligencia sudanesa y por sobre todo (lo único que a Bin Laden la importaba en realidad), un musulmán temeroso de Alá, había podido caer tan bajo.

Si necesitabas dinero, podrías habérmelo pedido. Si querías un auto nuevo, era cosa de pedirlo —lo reprendió Bin Laden.

Jamal le suplicó perdón. Sabía que lo que había hecho era haram (prohibido), pero él quería (ése fue el verbo que utilizó) a Al Qaeda y necesitaba ser perdonado. Su única excusa para haber obrado de esa forma era la desigualdad de salarios que había entre la mayoría de los miembros del grupo y algunos pocos escogidos, la mayoría de ellos egipcios.

Bin Laden lo escuchó con paciencia y repitió la misma canción, cuya letra era muy simple y se traducía en que debía devolver hasta el último centavo.  Eso estaba claro, pero el mensaje de fondo era un poco más preocupante que ello: Jamal, tu cabeza es un computador. Devuelve el dinero y quedamos tan amigos como siempre, pero si no, nos ocuparemos de toda la información que tienes allí.

Al Fadl intentó explicarle en todos los tonos que los 25 mil dólares que ya había reingresado era todo lo que podía reunir. Lo demás, imposible. El auto nuevo que se había comprado sólo implicaba unos pocos miles de dólares, mientras que lo restante lo había invertido en cuatro propiedades que había entregado a su familia. No se las podía quitar.

La reunión con Bin Laden terminó en forma áspera, sin amenazas, pero Jamal sabía lo que sucedería si no cumplía los dictados del emir. No lo pensó dos veces. Huyó de Sudán y comenzó un periplo por las embajadas de varios países en Africa en las cuales no lo tomaron en cuenta, hasta que llegó a la legación estadounidense en Adis Abebba.

Ya habían pasado 20 minutos cuando una mujer joven se asomó desde una puerta trasera y le hizo un movimiento de cabeza casi imperceptible, invitándolo a seguirla. Caminaron por un pasillo limpio y blanquecino e ingresaron a una oficina iluminada por una lámpara de techo, sin muebles, sin decoraciones, sin ventanas. Sólo una mesa y algunas sillas.

—¿Qué tipo de información dice que posee?— le preguntó ella en inglés, obviamente informada por el hombre de los visados de que Jamal era angloparlante.

Jamal no paró nunca más de hablar y lo que comenzó a relatar a partir de ese día era algo completamente desconocido para el mundo. Pese a que ya había indicios suficientes de lo que estaba sucediendo, los organismos antiterroristas aún seguían preocupados de una serie de grupos de inspiración islamista que, si bien vigentes, iban a ser prontamente superados por la organización terrorista más formidable que el mundo haya conocido.

Ante el gran jurado

Durante todos los años que siguieron a 1996, Jamal repitió cientos de veces la misma historia. A la primera que se la contó fue a la mujer de la embajada. Luego lo hizo (durante tres semanas) ante tres miembros de la CIA que lo interrogaron en una casa de seguridad ubicada en Alemania, donde lo trasladaron. Después vendrían los agentes del FBI, los del Departamento de Justicia, el ATF,  los US Marshals y en definitiva cuanta agencia de inteligencia norteamericana existe. Todos le preguntaban por Hamas, Hezbollá, el FLP y otros grupos islámicos conocidos, pero Jamal siempre les decía que esto era algo completamente distinto, que había vasos comunicantes, pero, entiendan, les repetía, es algo mucho más grande de lo que puedan imaginar.

Así lo dejó en claro en su primera aparición en público, a principios de 2001, cuando testificó ante un Gran Jurado en el juicio que se seguía en Nueva York en contra de cuatro miembros de Al Qaeda (uno de ellos, un ex compañero de andanzas) que estaban acusados de los atentados terroristas cometidos por ese grupo en 1998 en contra de las embajadas de EE.UU. en Kenia y Tanzania.

Salvo pequeños matices, la historia de Jamal nunca cambiaba y en esencia se reducía a que había que olvidarse del lenguaje marxista adoptado por los movimientos de liberación palestinos, pues ahora no se estaba frente a algo semejante, sino a una verdadera empresa. Según el reporte de la comisión estadounidense que investigó el 11-S, sólo para sus gastos operacionales previos a ese atentado Al Qaeda movía unos 30 millones de dólares anuales; es decir, probablemente lo mismo que cualquier corporación de servicios respetable.

Y sí, es una multinacional, aunque con un giro un tanto exótico. Una síntesis de ello la ofreció la agente del FBI Mary Deborah Doran, quien compareció el 16 de junio de 2004 ante la comisión del 11-S. Allí, Doran dijo que “la organización de Al Qaeda puede ser asimilada a una corporación, encabezada por un CEO, con un número de subsidiarias, los directores de las cuales a su vez son miembros del consejo corporativo. En el caso de Al Qaeda, Osama Bin Laden es el CEO, y su junta de directores es llamada majlis al shura, o consejo consultivo, en el cual reside el núcleo del comando del grupo y de su estructura de control. Los miembros del majlis al shura discuten y aprueban grandes asuntos, incluyendo las acciones terroristas de Al Qaeda. Cada miembro de la shura dirige a su vez un comité, que son los de operaciones militares, información y propaganda, sharía (ley islámica), finanzas y seguridad de Al Qaeda, cada uno de los cuales posee un propósito específico y responsabilidades”.

De EE.UU a Afganistán

Según el testimonio que presentó a partir del 6 de febrero de 2001 ante la corte del distrito sur de Nueva York, y que se encuentra contenido en 380 folios, Jamal nació en Sudán en 1963, pero cuando tenía 18 años decidió emigrar junto a un amigo a Jeddah, en Arabia Saudita, donde sobrevivieron pacíficamente algunos meses, hasta que su compañero fue sorprendido por la policía fumando marihuana, ante lo cual Jamal decidió escapar de ese país.

Tras un periplo por varias otras partes, en 1986 logró ingresar a Estados Unidos con una visa de inmigrante, hasta que se instaló en Brooklyn, Nueva York, donde trabajó en distintas rotiserías y bazares. Al mismo tiempo, comenzó a asistir a la mezquita Al Farouk, ubicada en Atlantic Avenue, el corazón del integrismo musulmán en Estados Unidos, donde se convirtió en hombre de confianza de su líder, Mustafá Shalaba, quien, en una oficina ubicada al lado de la mezquita, dirigía una supuesta organización de caridad llamada Al Khifa, que en realidad era una cobertura para el funcionamiento de una entidad llamada Khidemat service. Era el apogeo de la guerra de Afganistán y el Khidemat, con el beneplácito de las autoridades norteamericanas, se dedicaba a recolectar dinero a fin de enviar a ese país de Asia, con el supuesto fin de socorrer a los desplazados que dejaba el conflicto.

Lo que sin embargo Al Fadl no sabía en ese entonces (por lo menos eso dijo) es que dicha oficina en realidad era la filial norteamericana del Mektab Al Khidemat (MAK), un organismo creado hacia 1987 en Afganistán por Abdallah Azzam y Osama Bin Laden, con el fin clandestino de reclutar muyaidines en todas partes del mundo a fin de ir a hacer la Yihad (guerra santa, aunque el concepto original es “esfuerzo especial” por el Islam) a ese país, tal como ellos lo habían concretado a principios de los años 80, cuando Azzam y Bin Laden llegaron hasta ese país con la idea de crear el ejército de los árabes-afganos, para combatir a los invasores soviéticos.

Azzam era un intelectual de alto vuelo, maestro en sharía y doctorado en jurisprudencia islámica, que había combatido en la guerra de los 6 días contra Israel (en 1967) y que militaba en varios grupos revolucionarios palestinos, de los cuales, sin embargo, comenzó a alejarse al darse cuenta que el sesgo de éstos era más marxista que islamista. En los años setenta se instaló como profesor de la Universidad del Rey Abdul Aziz en Arabia Saudita, la misma donde Bin Laden estudiaba ingeniería (y también ubicada en la ciudad de Jeddah). Pese a que sus especialidades eran distintas, existen antecedentes de que Bin Laden asistió al menos a una de las charlas de Azzam, conferencias en las cuales éste insuflaba los sentimientos radicales de sus alumnos con frases como “Sólo la yihad y el rifle: ninguna negociación, ninguna conferencia, ningún diálogo”.

Tras la invasión de la ex Unión Soviética a Afganistán, en 1979, tanto Azzam como Bin Laden partieron a ese país con el fin de hacer la yihad. Previo a ello, sin embargo, Osama emprendió un peculiar viaje junto a su esposa y dos de sus hijos: Visitó Estados Unidos, con el fin de reunirse precisamente allá con Azzam. Lo contó su esposa Najwa, quien relató que ambos se juntaron en Indianápolis.

Luego de ello, regresaron a su país y Osama anunció a Najwa que ahora se iba a combatir a Afganistán, donde lo esperaba su amigo académico. Ayudado por los generosos fondos de los cuales disponía la familia Bin Laden, éste ayudó en todos los frentes: construyendo caminos, comprando armas e incluso combatiendo en famosas batallas como la de Jalalabad, al tiempo que Azzam fundaba (a principios de 1980) la organización Masadat Al-Ansar, que pronto se reconvertiría en el MAK. El 24 de noviembre de 1989 el doctor Azzam fue asesinado luego que una bomba estallara debajo de su automóvil, matando además a sus dos hijos y un acompañante. Antes de su muerte, sin embargo, Azzam regresó una vez más a Estados Unidos, específicamente a la mezquita Al Farouk, en la cual, a fines de 1988, habló una vez más sobre la necesidad de dejarlo todo por el Islam.

El viaje

Jamal nunca dijo si estuvo presente cuando Azzam pronunció sus palabras, pero es prácticamente seguro que así fue. De otro modo, no se entendería la tranquilidad y resignación con la cual el joven sudanés aceptó la orden que unos días más tarde le impartió Shalaba, quien le dijo que él y otro joven debían partir a Afganistán a ayudar a sus hermanos en desgracia. Sin chistar, Al Fadl y su correligionario tomaron un avión y a fines de ese año aterrizaban en el aeropuerto de Karachi, en Pakistán, donde los estaban esperando.

El comité de bienvenida los llevó a continuación hasta un hotel de Peshawar (en el mismo país) y allí les dieron a conocer una serie de instrucciones de seguridad, además de despojarlos de todas sus pertenencias (incluyendo el pasaporte) y darles una chapa (un apodo) con la cual serían conocidos por los demás, la mayoría de los cuales comenzaban con la palabra Abú (“padre de”). En el caso de Jamal, éste pasó a ser conocido como Abú Bakr Sudani. El apellido era por lo general (lo mismo que en el 11-M) el lugar de origen del terrorista de turno.

Luego de rebautizarlos, los trasladaron por 45 días hasta el campo de entrenamiento de entrenamiento Khalid Ibn Walid, donde junto a muchos otros jóvenes, en su mayoría provenientes de Africa y Medio Oriente, los entrenaron en el uso de pistolas, fusiles, ametralladoras y lanzacohetes RPG-7, mientras por las noches pernoctaban en una casa de seguridad ubicada en Areen.

Allí fue donde Jamal vio por primera vez a un hombre extremadamente alto, de barba abundante y desgarbado, a quien todos conocían como Abú Abdallah o Al Qaqa, nacido como Osama Bin Laden. Era él quien, luego de los rezos vespertinos los indoctrinaba sobre la Yihad y la doctrina salafista takfir , la corriente del sunnismo islámico más intransigente e intolerante de todas.

El salafismo quiere volver a las raíces primitivas de la religión y aplicarla a rajatabla, es de rasgos completamente mesiánicos y considera infieles no sólo a quienes no profesan el islam, sino también a los musulmanes que no adhieren a sus postulados. Decidido a acabar con los infieles, el salafismo takfir permite adoptar las costumbres del enemigo (beber alcohol, tener varias mujeres, no llevar barba, dejar de rezar, etc.) con el fin de cumplir los postulados divinos y no sólo eso. En varias oportunidades, preguntaron a Bin Laden si era pecado matar a inocentes (especialmente niños o mujeres) durante una operación militar.

Su respuesta, que Jamal Al Fadl escuchó varias veces, era que no había de qué preocuparse.

Si es una buena persona, irá al paraíso. Si es una mala persona, irá al infierno— respondía a los ansiosos musulmanes que se agolpaban para escucharlo en sus prédicas en las casas de seguridad desparramadas por Pakistán y Afganistán.

Luego de recibir el primer baño de táctica militar y preparación teológica de parte de Bin Laden y otros, los combatientes que llegaron junto a Jamal entraron al campo de batalla. Hacia fines del 89, Jamal relata que escuchó por primera vez a Bin Laden hablar de la intención de crear un grupo propio, ante el fin de la guerra en Afganistán.

Sudán, recordó Al Fadl, era visto como un objetivo muy atractivo para asentar allí ese grupo, pues se acababa de instalar un régimen musulmán muy cercano al salafismo takfir.

Los pasos para la concreción del grupo se dieron rápidamente. Estaba claro que la infraestructura que el MAK había montado sería “La base” (Al Qaeda) del nuevo conglomerado.

Este fue el nombre que más gustó a Bin Laden para su nueva invención, en la cual él asumiría como Emir (líder). Según la mayoría de las versiones, Al Qaeda era el nombre que recibía la base de datos informática que el MAK poseía respecto de los todos los muyaidines que había reclutado en diversas partes del mundo. Pese a que la mayoría de sus seguidores proponían el nombre más evidente de Ejército Islámico, Bin Laden se impuso sobre ellos, pues el nombre que él proponía era mucho más fiel a lo que representaba su proyecto: un grupo, una coordinadora internacional, una ideología de base para todos aquellos que quisieran acogerla. Una vez zanjada esa cuestión, se redactó La agenda de Al Qaeda, que en síntesis proponía la creación de un sólo estado musulmán a cargo de un solo califa; es decir, un rey que los gobernara a todos.

Texto originalmente publicado en W5.cl

Foto principal: Unica pared del subterráneo del World Trade Center quedó en pie, actualmente ubicada en el acceso al museo del memorial del 11-S.